Hoy es viernes de fiesta porque toca dar saltitos entre Toledo y Cáceres, en bodega que llevamos muy adentro, como los vinos que nos disponemos a pimplarnos.
En territorios de la Guzquía, cerquita de Cuenca y a altitudes que hay que tener en cuenta. Alrededor de 800 metros de parajes plagados de indígenas que son uvas que no cortan cabelleras. Muchas olvidadas y hasta denostadas, pero que si fueran bien observadas tendrían toda la atención. En vinificación que es respeto, porque de eso va esto, de cuidar lo que la tierra les da para hacer de sus descorches felicidad.
Con paso por la Sierra de Gata en esa Extremadura pegando con Salamanca que no se queda manca. En paisaje que también roza el firmamento bailando entre lo húmedo y lo seco sin complejos. Con cepas de edades respetables y hasta venerables. Y con castas que sí, porque además son de aquí. Sensibilidad y belleza que se refleja en cada etiqueta empezando en esta ocasión con el Semblantes (cuvée FSO). Proyecto gurbujoso que está a puntito de ver la luz. Y se nos abre el cielo ante tal resplandor, porque esto promete alegrías de las mejores. Con su carbónico finito y sequedad que es cuchillo de filo gustoso. Un lío de los buenos con aires de francesito pizpireto y coqueto. Y le ponemos un reto que supera con creces con unos zarajos.
El Calambur Nunca 2018 es para siempre con su gatito misterioso y reguapo. Felino que no tiene nada de arisco, porque es amabilidad y cariño peludo. Caliza y arena, hormigón y fudre. Y no me seas cutre para rellenar la copa sin compasión, corazón. Que no sé si con terpénicos y otras cosas raras, pero nos resulta tan bebible que todo lo hace fácil. Hasta compartir mesa con esas croquetas de jamón y concurso.
El Mélangé Bajo Velo Saca 04/22 es mestizaje de chiripa. Ojo de liebre extremeña y malvar de noche toledana. En mezcolanza con tino que quiso el destino que criara velo de flor. Ese que le da su rollito de irse acercando a Montilla con una pupila en Jerez. Pero a su manera, que él no es cualquiera y se sabe único en su especie. Y no pide nada a nadie, porque tiene bastante para ser auténtico con unos güebos fritos.
Vamos con el Antier Red Vintage 2018, parcelario que queremos a diario. Y por qué no, si es para cualquier público y momento, aunque aún más ideal si es con alimento. Jugosito y con esos humos que son humildad y que dejan estelas que son sólo de aviones. Tentaciones en las que caemos con soltura. Porque para qué complicarnos poniendo trabas cuando el temita es soltar amarras y dejarse llevar hasta el fin del mundo con una caldereta de cordero.
Llegamos al Calambur Moravia 2018 de uva sabia que no se parece a ninguna. Porque es de frutoso gordito y a la vez liviano que te da la mano para llevarte a universos desconocidos. Recorridos sabrosos en bailoteo que es recreo. Juntos y separados, porque nos atraen las paradojas como imanes. Esos imposibles que en ocasiones se hacen realidades tangibles. Paladeos que nos ponen igual de sensibles que un bocadillo de morcilla.
Terminamos en modo dulce, pero no demasiado, con el Magia Negra Antier. Vermutismo que es trago largo de postre y de aperitivo lo mismo. De nuevo fusión sin confusión de los multiculturales con sofisticación. Los pueblos que saben lo que son y para qué cambiar. Cubata a su manera que chinchinea como sonajero. Especiados susurrantes que nos dicen al oído que camelar no es un crimen. Y lo hacemos con unos quesitos del tipo que sean.
Final feliz para despedirnos de los amigos con un hasta luego, por supuesto.