Y es que el mar no tiene secretos para Miguel Ortega (Miguelón para los amigos) porque su familia ha sabido transmitirle la sabiduría que solo poseen aquellos que miran las mareas a través de los plenilunios y conocen la belleza y los peligros de las inmensidades abisales de primera mano. Una sabiduría curtida a través de barquías y atarrayas, de salitre y poniente. Esa que conoció la luz de Sorolla y la llegada del tranvía. Esa que siempre salió en cofradía al mar y a las calles. Y es que Miguelón lleva el mar en la sangre y el Cabañal en el corazón.
Lujuria Marina no sería lo que es sin su legado. No en vano su bisabuela ya vendía tellinas en el antiguo mercado de José Benlliure y cuando se instauró el mercado del Cabañal en 1958 compró un puesto que ha pasado de generación en generación. En ese puesto del mercado, Bianca Pescados, se curtió Miguel Ortega durante 16 años. En consecuencia, “todo el producto que preparamos en Lujuria Marina viene de Bianca Pescados, allí es donde se encargan de limpiar y preparar el pescado que se come en Lujuria Marina. Al llevar tantos años en el sector conocemos mucha gente en diferentes lonjas, tanto de la costa mediterránea como gallega”. Nos cuenta Miguel.
Pero Miguel es marino y como tal viajero e intrépido. Antes de lanzar Lujuria Marina, vivió en Filipinas y tras decidir retornar a España pasó un tiempo en Sudán del Sur, donde trabajó unos meses hasta que llegó la pandemia y finalmente puso rumbo a la capital del Túria. Por aquel momento: “habíamos hablado en casa de montar algo en El Cabañal, ya que somos de aquí de toda la vida. Así que reflexionamos mucho sobre la idea, porque en mi familia, todo se discute y se aprueba en una especie de “junta", hasta que surgió esta oportunidad”. Continúa.