Arquitectura y patrimonio

València a tota virolla  

Mariela Apollonio: desde Ciutat Vella, fotografías de la arquitectura que pudo ser

  • Foto: KIKE TABERNER.
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VALÈNCIA. Nació y creció en un pueblecito de Córdoba, en Argentina. Estudió Bellas Artes. Convalidó sus estudios en la Politécnica de València. Utiliza el verbo ‘cooptar’ con intensidad. Hace fotos de edificios. A veces, con ellas crea escenas donde aparecen humanos. Casi siempre no. Se estrenó con un edificio cuando un profesor le pidió si se atrevía. Entonces se convirtió en fotógrafa de arquitectura. Puede que cuando más se arrepintió fue al subirse, a punto de parir, a una grúa a 15 metros de altura para fotografiar una arquitectura al vuelo. Luego la grúa no bajaba. Últimamente trabaja con arquitectos en Noruega. Tiene su estudio base en la plaza Correo Viejo. Su término ‘imagen-mecanismo’ da para una tesis sobre medios y consumo. La arquitecta Mariela Apollonio vive en el territorio de la representación y, como en tantos otros ámbitos, se plantea hasta qué punto el relato y la realidad conviven con el peligro de que la realidad sucumba ante el relato. ¿Qué es un edificio? ¿Aquello que es o aquello que se ve? Apollonio convive entre esos dos puntos de tensión para explicar su propia búsqueda. No dejamos de ver fotografías de edificios, ¿pero qué hay en lo que no se ve?

-¿Cómo te conviertes en fotógrafa de arquitectura?
-Pienso en una imagen de Jeff Walll, The Crocket Path, el Camino Sinuoso, es un sendero cuyo final no ves bien y que ha tomado la forma del terreno y la situación. Es una profesión que no tiene una formación reglada como tal. Surgió porque tenía un profesor que nos daba clase de fotografía de arquitectura y él tenía que irse a vivir al extranjero. No podía acabar uno de sus proyectos -Intertronic, de Arturo Sanz- y me dijo: ¿tú te atreves a acabarlo? Cogí la oportunidad, me subí. Llevaba cámara de placas, requería unos tiempos, una dedicación, inauditos. Conocía al arquitecto y me tranquilizaba tener la posibilidad de equivocarme. Lo di todo (sin contabilizar horas, dinero, energía… poniendo tu ser entero) y les gustó. La arquitectura es lo que ha podido ser. De alguna manera ayudo a transmitir eso. 

Foto: KIKE TABERNER.

-¿Qué marca el acercamiento a un edificio? 
-Antes de empezar me imbuyo de la información concreta, técnica, del proyecto. Pero luego me olvido de todo, de las ideas del arquitecto, de sus idealizaciones… Se produce una relación física con el edificio: recorres, sientes, escuchas, hueles. Si yo no lo he sentido, no los puedo representar. Es una transformación de los referentes; el edificio pasa a través de ti y tú los devuelves. En parte me convierto en apoyo emocional del arquitecto porque tienes que comprenderl, saber lo que ha podido ser y saber lo que no, ser cómplice de sus ideas. 

Los arquitectos me suelen pedir que potencie lo que ha podido ser y que esconda lo que no se ha podido conseguir. Tú coges fragmentos, una belleza singular, pero que quizá no es la propia arquitectura. Se activan muchas cosas que tú vas ordenando, una especie de teatro, para una foto. El click es lo último, es lo que menos importa. Te conviertes en una especie de constructora de imágenes. Es un trabajo muy artesanal, puedes estar mucho rato, dándole lustre a la imagen. 

-¿La fotografía contribuye más a humanizar la arquitectura o a lo contrario?
-A veces incluyo la figura humana, pero es solo una parte de toda la puesta en escena. No por poner personas el tratamiento de la imagen va ser más humano, sino que es tu aproximación hacia el hecho. Julius Shulman trabajó para el movimiento moderno y ponía personas en sus imágenes, pero lo hacía de una manera prototípica: ponía amas de casa, el hombre con el coche reposando… Quería transmitir un status para que el espectador se sintiera representado y consumiera. Pero eso deshumaniza. Lo que humaniza es tu posicionamiento, reflejar a través de la imagen que hay un autor detrás Sobre todo en un momento en que la representación casi es más importante que la propia arquitectura. 

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