repaso a una ciudad que renace

Mis terrazas y mi València

Vuelve la vida (la gastronomía) a nuestras terrazas y estalla València en mil colores

| 05/03/2021 | 3 min, 23 seg

El cuadro en la terraza de Pilsener el primer lunes de marzo (la primera jornada tras el cerrojazo a la hostelería) era, como mínimo, pintoresco: el arriba firmante con tres mantas por encima y un frío de pelotas pero con angulas y tellinas sobre la mesa.

Las mesas llenas de clientes abrigaditos, Manolo paseando como si la calle fuese un bar (es precioso esto) y en las caras esa expresión única de felicidad sin reservas, tan Mediterránea y tan dit i fet: aquí hemos venido a disfrutar y si tenemos que hacerlo así, pues que así sea. El frío, el viento, la lluvia y que sea lunes (malo para el pescado) era lo de menos —lo de más era apoyar a las mesas que nos han hecho feliz y recordar que sí, que pensamos seguir tomando todas las medidas frente a la Covid, pero es que también queremos vivir. Queremos comer, beber, vivir y que nos hagan sentir especiales. Y exactamente eso es lo que hacen (lo que han hecho siempre) nuestros restaurantes.

Y es que, como cada año, València estallará en primavera —ya asoma el calor de Lorenzo y esta ganas de ahora–  pero estos días nos embriaga el perfume de un cambio de ciclo que esta vez, más que nunca, tiene el color exacto de una época que llega a su fin (soy de los que piensa que los cambios serán mucho más profundos de lo aparente). Muchos intuímos que cierto modo de vivir se ha acabado, que nuestra jerarquía de valores y querencias se ha movido a otro lugar. Quizá. Pero la piel de no entiende de ministerios: amanece de nuevo (siempre) allá en el horizonte desde la playa de la Malvarrosa, las cajas llenas de género toman los puestos del mercado del Cabanyal y el salitre inunda de porvenir las calles del Poblats Marítims. Despierta València en primavera ajena a nuestros quebrantos: el almuerzo en La Pérgola, la camiseta arremangada (de nuevo, al fin) y este conducir cada mañana con el sol de frente.

Me consta que las mesas también andan llenas en la terraza de La Marítima en Veles e Vents, imagino feliz a Javier Andrés (lo merece) haciendo feliz al comensal, creo que a veces su inteligencia nos nubla ver lo importante: el enorme corazón tras la fachada. La tertulias de media tarde en la sobremesa de 2 Estaciones (Pintor Salvador Abril) al son del buen hacer de Patxi y Mar: no podemos dejar caer a familias como esta porque ellos representan (talento, humildad y calor) lo mejor de nosotros mismos. A pocos pasos rugirá la vida en la terraza de Doña Petrona frente a ese bastión de la València bonita que es el Mercat de Russafa, no digo mucho lo mucho que admiro a Germán y Carito pero es que no es momento de titubeos: tenemos una suerte inmensa por tenerlos tan cerca.

La sencillez de Javier, Óscar y Alba en Gallina Negra, la tinta de los chipirones en Aduana, los pepitos de Román Navarro en el bar Tonyina, la cocina de siempre (esos guisos, Dios mío) de Chemo & Ana en el maravilloso patio interior de Napicol (abren el 10) o la sonrisa de Carlo en esa Trattoria Napolitana que ya forma parte de nuestro patrimonio sentimental. La luz blanca, única, del cielo de la capital del Túria sobre la calle del Mar, Roger de Lauria o Isabel de Villena a esa hora tonta (antes de comer) donde aún es posible creer en el futuro. Merece la pena luchar por esta ciudad bellísima, por cada casa de comidas y cada palmo de felicidad contenida. 

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