CASTELLÓ. Son muchos los tópicos que giran alrededor de la industria musical. Los 'excesos' y los 'amiguismos' definen en ocasiones un sector catalogado por sus propios profesionales como 'complicado', en el que la falta de oportunidades y las desigualdades están a la orden del día, sobre todo, si eres mujer.
Monty Peiró lo ha sufrido en sus propias carnes. La valenciana ha conseguido, a base de constancia, trabajo y, sobre todo, talento, hacerse un hueco en el 'mundillo'. No sin dolor ni sufrimiento, pues para cumplir su sueño de ser rockera ha tenido que vivir situaciones que sus "compañeros hombres jamás vivirán", convivir con el sentimiento de no sentirse nunca "lo bastante buena, lo bastante profesional ni lo bastante merecedora de atención" y escuchar frases como "estas están ahí para que les hagan fotos" o "no van a durar ni dos días".
Todo esto y mucho más lo cuenta en su libro, 'El diablo vino a mí. Género, drogas y rock and roll', el cual presenta el próximo 9 de noviembre en el Espai d'Art Contemporani de Casteló (EACC). Antes, Castellón Plaza ha tenido la oportunidad de charlar con ella sobre su vida, su carrera, lo que ha tenido que pasar para llegar donde ahora está y la evolución de la industria musical. Conversación en la que artista -preguntada por ello- también ha dejado un mensaje a Errejón: "Necesitamos que no existan personajes, sino personas verdaderamente concienciadas y capaces de mirarse adentro y cambiar. Lo personal es político y no podemos permitir que haya personas haciendo políticas beneficiándose del feminismo si en su vida personal cometen abusos sexuales y tienen dinámicas misóginas".
-Eres música, divulgadora, psicóloga, antropóloga y también escritora. ¿Hay algo que Monty Peiró no sepa hacer?
-Muchísimas cosas. Es cierto que mi currículum es muy diverso, pero en mi cabeza todo siempre ha tenido sentido. Por una parte me siento muy atraída por las ciencias sociales y por eso estudié las carreras de Psicología y Antropología. Por otra, desde mi adolescencia he formado parte del mundo del rock and roll y he podido desarrollar ambas facetas en paralelo. El libro es mi manera de unir mis dos mundos. Siempre he sido muy activa y he tenido diversos intereses y curiosidades, es simplemente eso, pero hay muchas otras cosas que no sé hacer.
-El 9 de noviembre presentas en el EACC tu libro, 'El diablo vino a mí. Género, drogas y rock and roll', un viaje al corazón de lo que supone tocar en una banda siendo una mujer. ¿Cuánto te costó a ti, precisamente por eso, por ser mujer, hacerte un hueco en el panorama musical?
-Es difícil establecer qué porcentaje de las dificultades con las que me he encontrado provienen de mi condición de mujer y cuál a lo inherentemente difícil que es el mundo de la música y especialmente el rock and roll, pero para eso escribí el libro, para tratar de responder a todas las preguntas que siempre me había hecho y para traducir en palabras todas las sensaciones abstractas que he tenido durante mi carrera y que sospechaba que tenían que ver con el hecho de ser una mujer. Lo que sí sé es que me he encontrado con muchas situaciones que mis compañeros hombres jamás vivirán. Vivir esas situaciones es frustrante y desmotivador, y es la causa de que muchas mujeres abandonen sus carreras musicales o, peor aún, ni siquiera se planteen tener una.
-¿Cuántas veces te han intentado hacer ver que el mundo del rock and roll no era para una mujer, te han ninguneado o faltado al respeto?
-Cuando empiezas en el mundo del rock and roll, la sensación de que no es tu lugar es algo constante que sucede por muchos factores. En mi libro explico por qué sucede esto y por qué, incluso los espacios físicos de la música, están atravesados por las mismas hegemonías patriarcales que el resto del mundo. La sensación de que hasta las paredes te gritan que no perteneces a ese sitio no es una mera percepción, es algo real.
En cuanto a faltas de respeto, me ha sucedido muchísimas veces, desde que dudaran de mi autenticidad, que se ponga en duda nuestro compromiso con el rock con frases como "estas están ahí para que les hagan fotos" o "estas no van a durar ni dos días". Es muy complicado, como explico en el libro, obtener el sello de aprobación para ser una rockera percibida como auténtica. La realidad es que no necesitamos ningún sello de aprobación, el rock es tan nuestro como de los hombres y formaremos parte de él como nos dé la gana, sin la necesidad de pedirles permiso. Llegar a esta conclusión me ha costado muchos años y por el camino han caído muchísimas compañeras que no soportaron esta presión.
-¿Cómo se sobrelleva eso? Entiendo que, como todo, con el tiempo y la experiencia aprendes a gestionarlo, convivir con ello y denunciarlo. Pero, ¿cuánto y cómo te afectaba cuando eras joven?
-Yo, personalmente, lo llevé muy mal. Me afectó muchísimo y me causó mucho dolor y frustración. No entendía por qué tenía que recibir insultos y misoginia solo por querer hacer música. He llorado mucho leyendo auténticas barbaridades sobre mis bandas en internet. Además, cuando yo empecé, a principios de los 2000, ni siquiera había demasiada conciencia feminista, por lo que costaba identificar que lo que estabas sufriendo era machismo y, si lo denunciabas como tal, la reacción era todavía peor.
-¿Cuánto a cambiado la industria musical en términos de inclusión y feminismo desde que tu empezaste hasta ahora?
-Creo que bastante, aunque no lo suficiente. Queda mucho que hacer para alcanzar la igualdad, pero al menos, la eclosión del movimiento feminista ha conseguido que las mujeres podamos identificar y señalar la misoginia y el machismo y también ha fomentado la sororidad y la sensación de que lo que nos sucede no es algo que nos pasa a nosotras solas, sino que es algo estructural. Eso ha traído muchas más mujeres al mundo del rock y, además, mucho más combativas. Soy optimista, vamos bien.
-Entiendo que te sentirás muy partícipe de este cambio, ¿no? Siempre has sido una persona muy reivindicativa y comprometida con la lucha feminista, siendo tu libro una gran muestra de ello.
-Sí, me siento parte de este cambio porque desde que empecé en la música he luchado por la igualdad de las mujeres y me alegra ver cómo, entre todas, lo estamos logrando. Me siento muy orgullosa de mí misma, desde luego, por no haberme callado, por luchar por lo que considero justo y por haber buscado siempre a otras mujeres para tocar y para reivindicar nuestra lucha. El machismo, como te decía antes, me causó muchísimo dolor, pero el feminismo me trajo el orgullo, la lucha y la alegría de plantar cara. Yo me metí en el rock porque me atrajo su rebeldía y pocas cosas hay más rebeldes que ser una mujer en el rock.
-En 'El diablo vino a mí. Género, drogas y rock and roll' hablas muchas veces de la doble vara de medir a la hora de valorar el trabajo o la valía de un hombre respecto a una mujer. ¿Lo has sufrido en primera persona? ¿Cómo se vive tanto si te pasa a ti como si lo ves en alguien?
-Por supuesto que lo he vivido. He tenido que demostrar -y todavía me pasa- muchísimo más. Si eres un hombre y no tocas muy bien, no pasa nada, eres uno más. Si eres una mujer, cualquier mínimo defecto que se te observe va a ser usado en tu contra y cualquier logro que consigas es atribuido a tu condición de mujer, por lo que más te vale ser intachable. Esto es horrible. Las mujeres tenemos que tener derecho a la mediocridad, igual que los hombres.
-También reconoces haber sufrido el síndrome del impostor, un cuadro psicológico en el que la gente se siente incapaz de internalizar sus logros y sufre un miedo persistente a ser descubierto como un fraude. ¿Qué te llevó a ello?
-Cada día intento que me pase menos. Tengo 43 años, me lo he currado mucho y cualquier logro que he conseguido me lo he ganado a pulso. Estoy harta de dudar de mí, del perfeccionismo patológico y de tener que demostrar cosas. Ya me he cansado. No permito que nadie me ponga a examen ni me permito a mí misma tener que demostrar nada, porque no le debo nada a nadie. Estoy en ello, pero en el pasado he sufrido mucho por esto, por no sentirme nunca lo bastante buena ni lo bastante profesional ni lo bastante merecedora de atención. Es una sensación muy paralizante.
-¿Alguna vez alguien ha intentado aprovechar su mayor rango, cargo o su capacidad de influencia dentro del sector musical para obtener algún beneficio de ti? Si es que sí, no sé si puedes contarlo sin dar nombres.
-Si te refieres a acoso sexual, la verdad es que yo personalmente no lo he vivido. He vivido mucho el paternalismo, el mansplaining, la misoginia y el desprecio, pero en ese sentido no. Creo que siempre he proyectado una imagen de "feminazi" que quizás me ha protegido de eso. Sin embargo, por supuesto conozco muchos casos de amigas, conocidas y compañeras que sí lo han vivido.
-Por último, te quería preguntar por el caso de Íñigo Errejón, alguien que en numerosas ocasiones se ha pronunciado en defensa de las víctimas de abuso, que era un conocido abanderado de la lucha feminista y que ahora ha sido denunciado por la actriz Elisa Mouliaá por agresión sexual. ¿Qué piensas de él, de cómo ha vendido durante años a toda España una imagen que no era la suya y de cómo la ha utilizado para lucrarse y mantenerse en la primera línea política?
-Pienso lo mismo que con cualquier otro caso de abuso de este tipo. Que los hombres tienen que revisarse su misoginia interiorizada, la relación que mantienen con el poder y el abuso sobre las mujeres y la necesidad de plantearse un cambio profundo, porque lo teórico es relativamente fácil de asumir y aceptar, pero hacer un cambio profundo de todas las ideas patriarcales interiorizadas y dinámicas machistas es otra cosa: esa distinción que él hace en su comunicado entre "el personaje" y "la persona". Necesitamos que no existan personajes, sino personas verdaderamente concienciadas y capaces de mirarse adentro y cambiar. Lo personal es político y no podemos permitir que haya personas haciendo políticas beneficiándose del feminismo si en su vida personal cometen abusos sexuales y tienen dinámicas misóginas.