VALÈNCIA. Regresó Jean-Christophe Spinosi al Palau de la Música, donde brindó, en 2012, una recordada versión de El Mesías, cuyo único punto débil fue la entidad vocal de algunos solistas. Esta vez, la sesión estuvo centrada en la forma barroca del concierto, tanto en la vertiente del concerto grosso (con el op.6/8 de Corelli), como en la del concierto para solista, donde afrontó lss conocidísimas Cuatro Estaciones de Vivaldi. Para abrir boca, la obertura e interludio de una ópera de Handel: Serse.
Esta última ópera, compuesta en 1738, comparte bastantes compases con otros dos títulos suyos casi coetáneos: Giustino y Arminio, verificándose de nuevo lo que era habitual en la época: tomar “préstamos” (efectivamente, así se llamaban, también parodias) de otras obras propias y, en muchos casos, también ajenas. En absoluto estaban mal vistos y solían hacerlo todos los compositores. Serse, por otra parte, comparte con Flavio, re de’Longobardi (otra ópera suya bastante anterior), la inusual mezcla de elementos cómicos y trágicos, algo que se salía de los cánones más habituales de la ópera seria de corte italiano, cuyos códigos utilizó el compositor sajón debido a la influencia que ejerció sobre él su estancia en Italia. Posteriormente, los cambios de gusto del público en Inglaterra (donde acabó residiendo y muriendo), lo decantaron hacia el oratorio cantado en lengua inglesa. En este género alcanzó, junto a Bach -quien, naturalmente, lo hacía en alemán- cimas realmente impensables.
Spinosi y el Ensemble Matheus abordaron la obertura e interludio de Serse como cabía esperar de unos músicos que no sólo están bien asentados en las modernas tendencias interpretativas del Barroco, sino que llevan muchos años trabajando ese repertorio. Lidian muy bien, por consiguiente, con las específicas dificultades que presentan los instrumentos originales y, al tiempo, aprovechan al máximo las ventajas que proporcionan en cuanto a ligereza, tersura y transparencia. Ello les permite, cuando conviene, moverse en un tempo algo más rápido y plasmar mejor el colorido de la época. Spinosi, además, consiguió un ajuste impecable en los pasajes contrapuntísticos.
En Corelli, ya con el violín, mostró un sonido límpido que, por otra parte, se empastaba a la perfección con el violonchelo que, junto a él, llevaba las líneas más lucidoras del concertino. Se mantuvo, cuando convino, el vigor –pero un vigor que aparecía conjugado con la ligereza, sin densidades que lo lastraran y que, de hecho, ya habían exhibido en Handel. Spinosi lució una sonoridad pequeña (apropiada, por otra parte, al equilibrio con un conjunto que, con el arpa añadida y su violín, tenía sólo dieciséis miembros). La obra de Corelli, encantadora, permitió percibir el papel que, tiene en esta forma el pequeño grupo del llamado concertino, más vistoso que el resto (ripieno), aunque todavía integrado plenamente en el grupo. Conviviendo con este formato, en la misma época tenemos también el concierto para solista: Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, en la segunda parte, proporcionaron cuatro ejemplo de ello. Pero la historia aún le deparaba a esta forma un recorrido mucho mayor, de más diferenciación, e incluso, confrontación, entre los roles de solista y los de la orquesta.
.Se anunció “con ejemplos musicales y explicaciones” la versión que el Ensemble Matheus y Spinosi darían del famoso recorrido de Vivaldi por las estaciones del año. No hubiera estado mal, aunque fuera, desde luego, mucho más difícil, explicar con ejemplos prácticos la diferencia entre ambas formas de concierto. O –entrando quizá en un ámbito excesivamente complicado- desde la influencia que el concierto barroco pudo tener en la consolidación de la sonata clásica.
Spinosi optó, sin embargo, por centrarse en el carácter descriptivo de las partituras de Vivaldi, ilustrando con música los versos de los sonetos que preceden cada una de las estaciones. Así, los rayos y truenos, el canto de los pájaros, el murmullo del viento, los bailes de la vendimia o el sonido del viento en invierno. Fue éste el aspecto menos convincente de la propuesta, pues cabía esperar que fuera un punto más allá de lo meramente onomatopéyico, máxime en una obra que, a ese nivel, ya está bastante explicada por los profesores de música –eso sí, con ejemplos grabados- en las clases de primaria y secundaria. Hubiera podido plantearse, ya que acababan de interpretar el op.6/8 de Corelli, proporcionarle al público ejemplos explicativos sobre otros aspectos, como la plasmación de elementos subjetivos –la percepción humana de las estaciones, por ejemplo- sin limitarse a la estricta descripción de los fenómenos naturales. Por otra parte, se echó mucho a faltar, en la lectura de los sonetos que precedían a cada una de las estaciones, una dicción inteligible y fluida del castellano. Spinosi se trababa tanto y tenía tan mala pronunciación, que apenas se entendía lo que estaba diciendo, y no iluminaba mucho, por consiguiente, la traducción musical de los textos.
Afortunadamente, tras la lectura con ejemplos musicales, venía la interpretación, ya sin interrupciones, de cada uno de los conciertos, y ahí pudo apreciarse la delicadeza, la sonoridad y la imaginación del Ensemble Matheus y de quien los dirigía. Contrastes acentuados, texturas transparentes, y atención a las voces intermedias dibujaron una lectura llena de sorpresas, en una obra que creíamos saber de memoria. Es cierto que, a veces, la creatividad derivaba excesivamente hacia el capricho: el bajo cifrado del clavecín, por ejemplo, tuvo un desarrollo donde las disonancias adquirían un relieve inadecuado, al igual que el largo mantenimiento de algunos acordes al final de las frases, la exageración de los contrastes en los tempi o la artificiosidad de ciertos silencios.
En conjunto, sin embargo, valió la pena. Especialmente por la calidad de la agrupación y el extraordinario violín de Spinosi. De regalo, otra “estación” de corte muy diferente: el Summertime de George Gershwin, que acabó de encandilar al público.