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'Ninguna mujer ha pisado la luna' y otras cuestiones de importancia capital, por Kike Parra

Se puede escribir relatos, y se puede programar realidades artificiales que engañan anuestros sentidos; en el caso del volumen de relatos que nos atañe, la cosa tiene más que ver con Matrix que con una antología

28/05/2018 - 

VALÈNCIA. En la Luna hay pisadas, pero ninguna es de mujer. En la Luna hay pisadas masculinas, huellas mecánicas, promesas de volver, pero ni rastro de suelas sobre las que se levantase una astronauta. Hasta que esto cambie, solo queda imaginar el momento. ¿Cómo será esa primera vez? ¿De qué frase para la posteridad irá acompañada? ¿Qué repercusión tendrá? Y yendo un poco más allá: ¿cómo sentirá esa primera mujer el tacto del satélite? ¿Qué le rondará por la cabeza en el momento de abrir la escotilla? ¿En qué región selenita descenderá de la nave? ¿Le dará calor el traje? ¿Qué le llamará la atención del paisaje? ¿Ocurrirá todo tal y como suponía en sus planes desde la Tierra? ¿Qué preocupaciones terrícolas transportará hasta allá? Tenemos tiempo para pensar en todo esto. Tenemos tiempo para pensar en muchas cosas, lo hagamos o no. Hay gente que es especialmente buena elucubrando, gente que fantasea con lo que no ha sido pero podría ser. Gente que crea escenarios en su mente a rebosar de detalles porque no pueden no hacerlo, porque entienden así la vida y así la diseccionan, entretejiendo posibles. Algunas de esas personas escriben cuentos. Una de ellas se llama Kike Parra Veïnat, y ha reunido ocho de estas situaciones ficticias pero verosímiles a rabiar en su libro Ninguna mujer ha pisado la luna, título del cual hemos extraído la excusa -o el pretexto- para llegar hasta este punto. Porque aunque está escrito que ninguna mujer ha pisado la Luna, se le ha ocurrido a él darle sustancia de nombre a esta idea, y no al que ahora escribe.

En la antología de Parra publicada en el catálogo de Red Libre Ediciones -sello perteneciente al colectivo RELEE (Red Libre – Escritura y Edición)-, hay una fórmula que revalida su éxito historia a historia, una ecuación que consiste en título sugerente, narración que cautiva impregnada de detalles hasta parecer que la vemos más que la leemos, final evocador-extraño-inesperado-abrupto. Así, ganados para su causa literaria por el buen funcionamiento de esta relación entre factores, nos convertimos en camareros de crucero y naufragamos en el mar y en las emociones paternofiliales, desaparecemos más allá del Muro o en sus periferias, perdemos la ocasión de conocer al actor al que doblamos y en torno a cuya vida hemos edificado la nuestra, emergemos de un túnel con esperanzas de cambiar de vida, caemos en las garras de uno de tantos monstruos que pueblan nuestras sociedades sin avergonzarse de su aspecto a la luz del día. Parra nos hace caer en la misma trampa cada vez que zanja una historia y empieza otra: en esta ocasión seré más cauto, esta vez no me engañas, no me convences, Parra, no voy a volver a hundirme hasta el cuello en tu invención. Y una vez más, sin remedio, despertamos del viaje en una página que termina y nos preguntamos cómo es posible. Sabíamos dónde nos metíamos, y nos la ha vuelto a hacer. Es posible que la culpa la tengan tantos detalles. Detalles, detalles, más detalles. La construcción es sólida, su matrix no parpadea en ningún momento. Ni en los que más vuelan. Parra es lo que podríamos llamar un historitecto, un experto imaginador. Pero lo mejor será que él mismo nos dé algunas claves sobre sus capacidades y la acogida que tienen:

¿Qué valor tiene la imaginación en estas sociedades cada vez más enfocadas en lo prosaico?

Kike Parra: Vaya, la imaginación de nuevo. Digo esto porque me sorprendió lo que escribió Jon Bilbao en el prólogo del libro, que la imaginación era una de las principales herramientas del narrador en un tiempo en el que “la imaginación, aplicada a la narrativa, está mal vista. Se cree que nos aparta de la realidad, que vuelve al texto menos «fiable», menos «útil», que lo reduce, en el mejor de los casos, a un mero divertimento”. Me sorprendió porque es donde me suelo mover la mayoría de las veces cuando escribo y es como si me costara atisbar otros escenarios. Por eso estoy de acuerdo con Bilbao. Las historias que escribo no saldrán en las noticias, pero están pegadas a lo cotidiano. He sido un gran mentiroso muchos años de mi vida. Sé que empecé a escribir cuentos a los doce años más o menos, pero la primera mentira/historia la conté mucho antes, del mismo modo que seguí mintiendo bastantes años más. Así estuve hasta que me di cuenta de que podía ser yo sin miedo a las consecuencias. Porque uno miente cuando siente que ser él mismo puede comportarle algún tipo de peligro. A los treinta y tres años empecé a ser yo, así que ya no me hizo falta mentir. Lo que me sigue haciendo falta es contar historias partiendo de la imaginación. Sin huidas, esa es la verdad. Imagino para quedarme, para posicionarme junto a la realidad. Es una obviedad decir que imaginar no es darle la espalda a lo que nos ocurre cada día, pero hace falta recordarlo algunas veces.

  ¿Cómo haces para saltar de una vida a otra, de un naufragio a una farra nocturna con aire de drama de un modo tan verosímil?

Nere Basabe me formuló una pregunta similar en la presentación que hizo del libro en Cervantes y Compañía. Y, ahora que lo pienso, le di la respuesta más simple y casi que la única en estos momentos (puede que, incluso, con tufillo a “vaya, este va de sobrado”). A ver si me explico mejor: hago lo que sé hacer, lo que he hecho todos estos años que escribo ficción, me puede salir mejor o peor. ¿Y la fórmula? No tengo ninguna fórmula. ¿Reglas? Tampoco va por ahí la cosa. Cuando me siento a escribir -siempre digo que si me siento es porque tengo al personaje protagonista ya en la cabeza- no sé ni cómo es del todo ese ser del que voy a hablar, pero parto de él. Los personajes son, de todos los elementos del cuento, donde pongo el mayor de los cariños. Me pego a ellos como a pocas cosas más en la vida. Tengo un truco, y digo truco porque a mí me suena a “por arte de magia”: mientras el personaje vive esa historia que me estoy inventando, yo soy el personaje. ¿Qué quiere decir esto? Que si uno de mis personajes, pongamos por ejemplo, mata a un perro, yo no mato el perro, pero me imagino siendo capaz de hacerlo, me imagino cómo sería el Kike Parra capaz de matar a un perro. A veces pienso que escribo sobre esa cantidad de escenarios posibles en mis cuentos porque o he estado ahí o quiero saber lo que se siente al estar ahí llegado el caso. Es como una experiencia de futuro con la que espero saber reaccionar si tuviera que ocurrir. No quiero matar a un perro injustamente, así que hago que alguien lo haga por mí para saber que se siente al hacerlo, para que se me grabe en la cabeza lo despreciable que es matar a un animal injustamente.

¿Es cierto, como apunta tu biografía en la solapa, que nunca has sido camarero? ¿Y actor de doblaje has sido?

 Por supuesto que nunca he sido actor de doblaje [risas]. Y camarero tampoco. En los últimos tiempos se me ha pasado alguna vez por la cabeza montar un bar con un cuñado mío, por suerte para nosotros esa idea no la hemos llevado a cabo. Tanto él como yo nos conocemos bien, y ocurrirían dos cosas, que beberíamos más de la cuenta y que se nos iría la mano a la hora de invitar a los amigos, a la segunda ronda ya correría todo por cuenta de la casa. Así no hay negocio que funcione. Prefiero escribir y, cuando tengo ganas de beber, llamar a los amigos.

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