VALÈNCIA. La construcción de un ídolo es un proceso costoso que implica al espectador en una participación activa hasta convertirse en declaración de amor absoluto. Casi siempre es producto del marketing, de una estrategia promocional de presencia en medios y una conexión con un sector determinado del público. Pablo Carreiro, mediante sus trazos digitales, se define como fan de muchos grupos, de Ellos a La Casa Azul, pasando por Sidonie, Fangoria, Varry Brava o Miss Cafeina, pero sobre todo se declara fan incondicional de las Spice Girls. “El primer recuerdo que tengo de ellas fue escucharlas en el coche con mi madre. Recuerdo que sus voces nos hacían gracia y nos imaginábamos que eran ardillitas”, narrando así una réplica del terremoto que vivieron las primeras generaciones millenial cuando impactó el Wannabe en los altavoces de todos los coches, institutos, centros comerciales y pistas de baile.
“Tardé en ponerles cara. No fue hasta que visitaron el plató de Sorpresa, sorpresa. Me fliparon, quería ser uno de su pandilla. Al día siguiente, mi amiga Elena me contó de camino a clase quién era quién y que su favorita era Victoria. La mía otra, la del chándal. Soy fan desde ese día, y sospecho que para siempre”. El fenómeno de identificación con un colectivo empezó a emerger de forma global con las divas británicas desde 1995. Desde ese momento, Victoria, Emma, Mel B, Gery y Mel C empezaron a ser conocidas por todo el mundo: ocupaban posters, forros de carpetas, camisetas y sonaban en todas las radio fórmulas, sin necesidad de promoción de la discográfica. Reunían todo lo que un grupo pop necesita para captar la atención del colectivo LGTB: “pongamos en una olla ingredientes como diversión, lo sexy, el mensaje fácil y mucho color. El éxito está asegurado”.
Al hilo de esto, Pablo Carreiro defiende el objetivo puramente musical de esta formación. “Mucho se habla de que si eran un producto de marketing y todas esas pamplinadas. Claro que había y mucho, también en los Beatles, y que no se ofendan los puretas. El pop es un negocio y las Spice un producto, un producto real”. Lo que quedó demostrado es que se convirtieron en fenómeno de masas, pero especialmente calaron en el colectivo LGTBI, que se apropió de la imagen del quinteto como una bandera reivindicativa que promulgaba diversidad sexual y ruptura con roles heteronormativos. El público coreó sus canciones y se identificó con sus estéticas, tan variadas como la propia sociedad de internet, a punto de estallar. Los estereotipos surgieron como idearios y pronto llegaron los primeros rumores sobre la orientación sexual de cada una de ellas, que se fueron desgranando hasta que hace solo unos años, Mel C confesó que había tenido escarceos sexuales con Geri. Pero podría haber sido creíble por parte de cualquier otra componente del grupo, que abanderaba una bisexualidad de forma insurgente.
El historietista explica que “por mucho que pasen los años un buen chismorreo sigue encantando. Hoy, temas como la bisexualidad se abordan con mucha más naturalidad. En mis tiempos de colegio, que una compañera hablara de su bisexualidad daría para un escándalo, como cuando las malotas anunciaban una pelea. En la actualidad hemos avanzado muchísimo. Mi hermana, que va a bachillerato, me cuenta que tiene amigas bisexuales declaradas, sin más. Nadie se lleva las manos a la cabeza pero todo se comenta. ¿A quién no le gusta un poquito de salseo?”. Para Pablo Carreiro, “los estereotipos que proyectaban no eran de chicas triunfadoras, sino más bien de losers; una chica deportista en chándal en aquella época no se asociaba al éxito”.
Las letras de las Spice se convirtieron en himnos de alegría que ensalzaban a una nueva generación de mujeres libres. Carreiro admira el poder de construcción del movimiento Girl Power. “Aunque en temas como el feminismo o la lucha LGTBIQ no podamos considerar a las Spice Girls unas autoridades, lo cierto es que nos regalaron un starter pack en este asunto. Cuestiones que ahora se dan por hecho resultaban controvertidas en los noventa y ellas consiguieron que nos planteásemos si la igualdad entre hombres y mujeres era real, y nos hablaron de asuntos como el consentimiento”. Todo esto, décadas antes de que se pusiera de actualidad el alegato del ‘solo sí es sí’ que bifurcó debates sobre violencia machista. La banda británica fue precursora de una época de cambios en la percepción del movimiento feminista y LGTB hacia la globalización, alcanzando visibilidad.
Algunos de sus gestos les hacían abrirse de lleno al colectivo. “Su apoyo a gays y lesbianas fue férreo desde el principio. Hasta cambiaron la letra de 2 become 1 para que resultase más inclusiva. Considero que dieron una lección de feminismo y libertad quizás con un discurso torpe pero con muy buenas intenciones”. En el fondo, las cinco chicas británicas eran estereotipos de vivencias disidentes, pero unidas significaban un canto a la tolerancia. ¿Qué papel juega el colectivo en la construcción de los ídolos? Parece que la implicación del colectivo LGTBI estuvo justificada a través de la representación de identidades diversas, un prisma de resiliencia de lo individual ante el colectivo. En la época proliferaron críticas por sus formas de vestir y derivó en poder de elección: cada fan se atribuía una identidad, una significación de la representación gay, bisexual y lésbica ante el mundo. Una versión evolucionada del a quién le importa.
Pablo Carreiro ha retratado a artistas y bandas que le interesan, desde Queen, Katy Perry, Sabrina Salerno, pero también personajes como Divine, La Veneno o Carmen de Mairena, un mundo pop muy John Waters. También ha recreado secuencias de películas de Pedro Almodóvar, Rainer W. Fassbinder, o cuadros icónicos del arte pop. Pero las chicas del Wannabe merecían la primera tirada de prints. “Es de bien nacidos ser agradecidos y me gusta rendir homenaje de alguna forma a las artistas pop que tan buenos ratos me han hecho pasar. Las Spice han sido las primeras a las que he dedicado una colección, como no podría ser de otra forma; entiendo que comenzar haciendo una exposición con otro artista habría sido un fraude”.
Pero su hito de de irrupción en las librerías ha sido a través de un personaje de comic: Berto es el protagonista de Chico!, un relato con dos primeros capítulos publicados que habla de temas comunes a una generación de jóvenes gays que viven en grandes ciudades, en las que la diversidad sexual está normalizada y las relaciones fluyen. Pero la perspectiva sería diferente en otros lugares: Al respecto, asegura que cuando le preguntan si el protagonista de Chico! es un desdoble del propio autor, Carreiro considera que se parecen mucho pero llevan vidas muy diferentes.
“Pero ahora que me preguntas por nuestras preocupaciones te diré que somos muy parecidos: ambos somos cero ambiciosos y mientras tengamos en la cartera dos duros para algún capricho o para tomar algo ya nos damos por servidos. A los dos nos gusta gustar, pasarlo bien y reírnos mucho. Y lo que más nos preocupa en el fondo es algo muy sencillo: ser felices e ir tirando”. Como residente en el barrio de Chueca, Carreiro plasma en Berto “el derecho a ser como quieras ser, con personajes poco femme fatale, con pluma, diversidad de personas de una ciudad pequeña llegadas a Madrid”.
En sus dibujos, inspirados en el comic manga japonés, y concretamente en Sailor Moon, de Naoko Takeuchi y en el “humor idiota” para Carreiro de Dr. Slump de Akira Toriyama, que mezcla secuencias de fantasía con costumbrismo. También guarda como referente y con cariño las obras de Mafalda de Quino y los Peanuts de Schulz. Ahora, llega su apuesta con Chico!#2 con nuevas historietas de humor frívolo sobre la sociabilidad de los millenial y problemáticas del individuo queer, que se presentará el próximo sábado a la hora del vermut en La Malaquita, restaurante de la calle Turia.