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crítica de concierto

Pasiones de Cristo para agnósticos

Cada primavera, el Palau de la Música suele programar una de las obras más admirables de Juan Sebastián Bach: la Pasión según San Mateo. Otras veces se interpreta la de San Juan, quizá menos monumental, pero igualmente conmovedora. Así ha sido este año

25/03/2019 - 

VALÈNCIA. Citaba Manuel Muñoz, en el programa de mano, la valoración de John Eliot Gardiner respecto a ambas obras: “No hay una sola ópera seria de la época, que yo haya estudiado o dirigido, que sea comparable a las dos Pasiones de Bach, por lo que hace al intenso drama humano y dilema moral que él expresa de un modo tan convincente y profundamente conmovedor”. Estas palabras provienen de uno de los investigadores más preclaros de la obra de Bach, de la que es, al tiempo, reputadísimo intérprete. Expresan a la perfección el significado que ambas Pasiones tienen en la historia de la música. Y, por si alguien dudaba, tuvimos en 2016 la confirmación mayúscula, pues interpretó, también en el Palau, la de San Mateo: experiencia inenarrable.

La de San Juan estuvo esta vez a cargo de otro destacado intérprete del repertorio barroco y clásico: William Christie, con el Coro y Orquesta de Les Arts Florissants. Muchas partituras se han ejecutado por esta agrupación en el auditorio valenciano. Entre otras, La Creación de Haydn (2007), El Mesías de Händel (2002), o “L’Allegro, Il Penseroso ed Il Moderato” (2002, también de Händel). Siempre han supuesto una lección en cuanto al rigor filológico, pero también en lo que respecta al calor interpretativo, la atención al texto y el esfuerzo por transmitir la emoción que late en las partituras.

Esta vez, sin embargo, se llegó hasta el coral “Petrus, der nicht denkt zurück” con una lectura bastante inferior a las habituales en Christie: escuchamos una versión un poco plana, con el tejido orquestal algo enmarañado, el coro sin acabar de empastarse, y algún aria directamente para el olvido. Especialmente la de la contralto (Von den Stricken meiner Sünden). Se salvaron el Evangelista (Reinoud van Mechelen), que imprimió tensión en la historia desde el primer momento, y la soprano Rachel Redmen, que cantó con una voz tan fresca y juvenil que parecía un alegre pajarito. Jesús, interpretado por Alex Rosen, imprimió majestad a sus breves intervenciones. Pero todo ello no evitó la sensación de que la obra no iba por buen camino.

Luego, a partir del Coral Christus, der uns seig macht, cambiaron las cosas. Cantantes, instrumentistas y el propio Christie, parecieron ponerse las pilas. El coro lució un empaste mucho mayor, la orquesta tocó con más limpieza, permitiendo seguir el precioso tesoro del contrapunto de Bach, el bajo continuo ejerció vigorosamente su papel de sostén rítmico y armónico (a destacar las intervenciones del laúd de Thomas Dunford, que en otras versiones suele quedar más tapado), el Evangelista continuó narrando bien, aunque ahora, al acercarse la muerte de Jesús -punto álgido de la tragedia- cantó y contó todo con mayor intensidad. El tenor solista (Anthony Gregory), aún teniendo ciertas dificultades en la franja aguda, echó el resto en el arioso Mein Herzt indem die ganze Welt, donde supo incrementar con acierto la tensión del momento. También el bajo-barítono Renato Dolcini transmitió con mucha credibilidad las contradicciones de Pilatos. La soprano lució de nuevo esa voz cristalina e inocente para referirse, ahora, al dolor que le provocaba la muerte de Jesús. Hasta la contralto, que había disgustado tanto en la primera parte, tuvo una especie de transfiguración, anunciando el fin con veracidad y un fraseo elaborado.

Alex Rosen (Jesús) también incrementó el dramatismo que se le exigía en los momentos previos a la muerte de su personaje. Sobre todo cuando pide agua, o cuando encomienda su madre a Juan, el discípulo más amado. Impactante resultó el coral con bajo, lleno de emoción tras la muerte de Cristo. Los creyentes, como colectividad, se preguntan en ese punto si ello les limpia del pecado. Pero la cosa no termina aquí. Porque la Naturaleza protesta ante la muerte de su creador: hay terremotos, y los muertos salen de sus tumbas. No se corta Bach: la descripción es tremenda, de película... de buena película.

Luego llegan ya los números finales, la retirada del cadáver de la cruz, junto al de los ladrones, la sepultura, el coro de despedida, todo ello lacerante, pero, voluntariamente, más comedido. Los dos números finales ponen el colofón, cantado por el coro con suma limpieza. Colofón de un drama que, quizá, no alcanza la perfección absoluta de la Pasión según San Mateo, pero que ofrece, a cambio, una mirada más fresca y enternecedora: esa preocupación por la madre y el discípulo, ese estremecedor “tengo sed”...

Aunque parezca un contrasentido, tanto la Pasión según San Juan como la de San Mateo, son obras más apropiadas para agnósticos que para creyentes, al menos para creyentes católicos. A éstos les han enturbiado el tema con la meliflua música que suele acompañar hoy a la Semana Santa (y al resto del año litúrgico). Y ya no entienden nada de lo que (dicen que) pasó en el Gólgota. O quizás sí, a través del disco, o si marchan cada primavera a revivirlo, como los agnósticos, en auditorios que nunca han tenido titularidad religiosa. 

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