Recuerdo hace seis años cierto momento de reproche en el que, ante la irrupción de esa expresión tan cutre llamada ‘cocina fusión’, unas cuantas voces se lamentaban de lo difícil que resultaba en València encontrar lugares donde -entre tanto bao y cebiche- comerse una buena coca, apretarse una titaina. Bien, es momento de proclamar lo contrario: ya por fin resulta fácil.
Hace unos años, en 2019, Susana Garrido y Juan Sancho, que se dedican al interiorismo (ella) y a la moda (él), pararon en Tavernes de la Valldigna para dejar unos papeles pintados en un local nuevo en la playa que había abierto Domingo Navarro, dueño de una charcutería en el mercado del pueblo. Allí, como quien se cae del caballo, vieron la luz.
Domingo los agasajó con sus productos, vieron que el local fue llenándose a media tarde y no dejó de estar vivo hasta entrada la noche. Siguieron su viaje al dejar Tavernes pero una revelación ya se habría instalado en sus mentes: querían crear algo así, un lugar donde con buenos productos al frente pudieran crear un espacio con alma de ultramarinos.
Con Domingo a la otra parte del sidecar, abrieron su primer Ultramarinos Pope en l’Eliana. El punto de partida, el producto desnudo, sin demasiados ambages. Charcutería al corte, cocas y estanterías atiborradas para descender hasta la mesa. La incursión de la pareja en la hostelería prendió rápido. Hasta que otro viaje, esta vez paseo, volvió a poner patas arriba sus vidas.