Alrededor de 9.000 kilómetros separan Santa Marta, en El Salvador, de la Marjal de Moro, en Puzol. Manuela y Vidalina, dos agricultoras salvadoreñas, los han recorrido para intercambiar opiniones con labradores del campo valenciano
Manuela tiene 48 años, Vidalina dos más. Dicen que es la primera vez que salen de El Salvador, su país de origen, pero no es así. En 1981 tuvieron que huir junto al resto de su comunidad, abandonando sus tierras y su casas, acosadas por el ejército que seguía la consigna de arrasar cualquier cosa con vida. Alcanzaron la frontera hondureña después de vivir momentos dramáticos como la masacre del río Lempa, donde murieron más de 400 mujeres y niños, que huían de la guerra. Pasaron siete años en un campo de refugiados en Honduras. Volvieron a Santa Marta en 1987, donde tuvieron que reconstruir sus hogares y sus tierras devastadas, “no quedaba nada, solo teníamos el cántico de las aves y la sombra de los árboles”, relata Vidalina.
Resucitar esas tierras que sus padres trabajaron y que sus hijos trabajarán es la única forma de subsistencia que tienen la mayoría de las 600 familias que habitan Santa Marta. En ese arduo camino la comunidad de Manuela y Vidalina ha desarrollado algunos proyectos junto a la ONG valenciana Perifèries. Ellos han sido los responsables de que las dos mujeres viajen a la Comunidad Valenciana para compartir e intercambiar sus experiencias con agricultores de Castellón, Valencia y Alicante.
El Salvador es un país predominantemente agrícola. Como Manuela y Vidalina, la mayoría de la población vive en zonas rurales y casi toda la producción de cereales básicos se obtiene en explotaciones agrícolas familiares. Los principales cultivos alimentarios son el maíz, el arroz y los frijoles. Cultivan para el autoconsumo, los pocos excedentes que les quedan los venden a un señor ("un coyote", dice Manuela) por un precio irrisorio que los lleva a las ciudades. No es rentable la agricultura en esta zona de Centroamérica.
Ambas mujeres coinciden en señalar algunas similitudes que han encontrado con la agricultura que se practica en Europa. "La imposición del uso de químicos en la agricultura ha dañado las prácticas ancestrales que teníamos en el cuidado de la tierra. También el tema de las semillas, existe un monopolio, se venden caras", explica Vidalina. Son los principales escollos con que se deben enfrentar los habitantes de las zonas rurales de El Salvador.
A ellos les faltan los medios, las herramientas, pero tienen algo mucho más difícil de adquirir: la conciencia colectiva y el arraigo a la tierra. "En América Latina, por los procesos de lucha, tenemos una forma especial de organizarnos y unas estructuras para poder emprender luchas comunes que aquí en España y en Europa no existen", cuenta Vidalina. Allí la defensa de los "bienes comunes", como los denominan, el agua, la tierra, el bosque, están muy presentes en el día a día. Aquí el individualismo hace tiempo que ganó la partida. "Ellos saben que si no se agrupan no van a poder sobrevivir. No hay pensamiento colectivo. Y la conciencia es muy difícil de adquirir", afirma una de las personas que ha venido a escucharlas hoy a Espai Trellat, en Puzol. Desde la asociación donde participan ambas agricultoras se han empezado a dar pasos hacia la agricultura ecológica, utilizando abono orgánico y garantizando un producto alejado de químicos.
Precisamente esa ecoagricultura es el nexo de unión de algunas de las personas que han venido a intercambiar opiniones con las salvadoreñas. Son todas mujeres relacionadas con un tipo de alimentación saludable las encargadas de hacer hoy la comida. Gloria, Esther, Ana y María han elaborado cada una parte del menú que los presentes han degustado: crema de calabaza, paté de setas, arroz con tempeh de garbanzos y acelgas, panes y rosquilletas y coca de llanda. Está todo delicioso (y lo dice alguien que no se suele privar de la proteína animal). Cada una de estas mujeres tiene algún proyecto relacionado con productos de elaboración, una cocina comprometida que se sustenta en alimentos de temporada, que huye de la comida procesada y que tienen como objetivo comer y dar de comer de una forma saludable sin renunciar al sabor.
"No es tan diferente lo que estamos comiendo hoy de lo que comemos allá", dice Manuela mientras le explicamos lo qué es una paella y el ritual familiar que cada domingo origina nuestro plato en torno a una mesa. Puede que, al fin y al cabo, 9.000 kilómetros, no sean para tanto cuando se tienen convicciones parecidas.