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1º parte del repaso a la sección oficial

Radiografía a La Mostra 2021: inmersión a las periferias del cine

El festival acierta con el cine experimental y propuestas inéditas en la cartelera española, mientras desentona su línea con El Lodo

21/10/2021 - 

VALÈNCIA. La Mostra de València vuelve a dar -en esta cuarta edición de su nueva etapa- signos de vitalidad en su Sección Oficial, o al menos de posibilidad de debate sobre aquello que ocurre en la pantalla. En la recta final de sus semana de proyecciones, y a horas de que se conozca el palmarés, Culturplaza hace un repaso pormenorizado y en dos partes de las películas a competición. 

El tarannà del festival por hablar de temas sociales baña prácticamente toda la Sección Oficial. Pero este año, lo hace con una especial atención a las periferias cinematográficas. Es el caso de So she doesn’t live, tal vez la propuesta más radical e interesante de la competición. El año pasado, se levantaba una importante polémica por un plano fijo de diez minutos en Beginning (Dea Kulumbegashvili), la ganadora de la Concha de Oro. El plano sostenido de una mujer en mitad de una película que muestra el tiroteo en un templo religioso y una agresión sexual. Faruk Loncarevic eleva la propuesta con 25 planos en más de 90 minutos de metraje en el que una joven le dice a su expareja tóxica que deje de acosarle tras dos meses de su ruptura. El principio de la película son conversaciones, inquietudes, presentación de personajes, pero un dramático giro muestra de manera crudísima una agresión machista, que se prolonga durante más de media hora de película. Sin elipsis, sin pensar demasiado en el fuera de plano.

So she doesn’t live provoca inevitable incomodidad, pero hay algo más allá de ello: la pregunta de la función de las imágenes. Lo hace Haneke, lo hace el cine de terror, lo hace Lars von Trier, lo hizo el año pasado Kulumbegashvili, y lo aborda ahora de manera inédita Loncarevic. ¿Cómo retratar la violencia machista? ¿Cómo retratar una agresión brutal? ¿Y si se le quita el acento a la música y se le pone a la duración de una paliza? ¿El plano sostenido hace desaparecer al autor, convirtiéndole en un simple espectador, o en un equidistante que no toma partido con la cámara? Este es el gran valor de la película, revolver la empatía para pasar por encima de la capacidad analítica. Eso mismo hace que este redactor no sea capaz de decantar la balanza: ¿se trata de una brillante reflexión sobre el papel de las imágenes o sencillamente no se deben proponer ciertas imágenes en el contexto social en el que nos movemos en 2021?

También Vencidos da vida es una profunda reflexión sobre el papel del cine, aunque de una manera diametralmente diferente. Rodrigo Areias acierta cuando descifra que, por delante de las tramas que él propone, está en realidad una reivindicación de la radicalidad del cine portugués, que se mantiene en el tiempo, y del que él no solo forma parte, sino que reivindica fervientemente. Acácio de Almeida pasea por un cine vacío, prepara la sala y enciende un proyector en el que pasa algunas bobinas viejas acumuladas en una esquina. Son cortometrajes y piezas que ha hecho anteriormente Areias, y que ahora recopila y pone a conversar en este Vencidos da vida. Un ejercicio de cine muy libre, acertadamente breve, y con historias muy propositivas tanto en lo visual como en la propia trama. Un hombre intenta escapar de una fábrica textil dejándose llevar por el río, otro descubre la poesía en un intercambio de libros casual, otro se cuestiona el arte desde sus propias obsesiones vitales. Pequeñas derrotas, dice Areias, que sin embargo rezuman vida, resucitan cines y exploran espectros de la historia contemporánea de Portugal.

Heavens Above soprende también por el viaje narrativo por el que lleva al espectador en sus 120 minutos de metraje. La película de Srdjan Dragojevic empieza como una comedia aparentemente superficial sobre un buen hombre, que vive en un campo de refugiados, al que le aparece un halo como a los santos católicos. Gags sobre cómo quitárselo, resbalones y chistes malos ocupan una primera parte que da paso a otra mucho más profunda. La historia avanza en el tiempo, y con ello, Dragojevic propone, con la decadencia moral del protagonista, toda una reflexión sobre la iconoclastia, el poder de la ficción religiosa y la del arte, y su evolución a través del tiempo, sin dejar de atender al telón de fondo de la historia reciente de los Balcanes. Heavens Above, redobla el neorrealismo mágico de Milagro en Milán para proponer una abstracción que necesita más de un visionado. Sin embargo, ¡qué gozo que una película sea tan propositiva! Tanto lo es en sus últimos 60 minutos, que sobran los otros 60 primeros.

Heavens Above

De hecho, de esos primeros minutos tiene mucho Tailor, la propuesta griega del festival, que falla en lo que acierta Heavens Above, en proponer. Sonia Liza Kenterman cuenta la historia de un sastre que, en la Grecia de la ruina económica, tiene que reinventarse al perder su negocio de trajes a medida. El protagonista tendrá la ayuda de su vecina, con la que tendrá una historia de amor, y con la hija de esta. Aliados, protagonistas y antagonistas que dejan poco lugar a la imaginación. El problema de las feel-good movies no son lo finales felices, que también necesita el público, sino su incapacidad por sorprender. Tailor es una agradable historia que quiere contar Grecia, pero no pasa de ser sencillamente eso.

En este sentido, cabe destacar una propuesta que, desde el punto de vista eurocéntrico, acierta de pleno en estar en la Sección Oficial. Le monde aprés nous, de Fabien Lemercier, que estuvo presente en el Festival de Berlín es sencilla en su propuesta pero una buena rareza que toca otra periferia. Acostumbrados a ver en cartelera un cine francés basado en la comedia burguesa, en la que los pisos grandes, la intelectualidad y la realidad material acomodada se da por supuesto o completamente naif, Lemercier propone darle la vuelta y centrar la trama en cómo un joven con el sueño de ser escritor en París y cuidar a su gran amor adolescente choca de lleno con sus condiciones materiales. Precariedad, racismo, violencia estructural, la mentira del ascensor social de la universidad… Un relato eminentemente generacional pero muy acertado, que tiene una de sus claves en la de ser una autoficción. La época dorada que está viviendo este formato tiene una razón: incapaces de verse reflejados en pantalla, toda una generación se ve con la responsabilidad de contarse a sí misma. No necesariamente desde el derrotismo, pero superando el concepto de meritocracia y otras mentiras infundidas a la generación millenial y Z.

Por todo esto y mucho más, resulta difícilmente comprensible que compita en la Sección Oficial e inaugure el festival El lodo, de Iñaki Sánchez Arrieta. Después de acertar tanto con el documental póstumo de Toni Canet, Calç blanca, negro carbón, como con The Mystery of the Pink Flamingo, de los Hermanos Polo, La Mostra da un paso atrás en su intención de mostrar lo mejor del cine valenciano. Y no se trata de rebajar el nivel o meterlo en un saco específico de “cine valenciano”. El lodo es, sin lugar a dudas, una película mucho menor que sus compañeras de sección, e incluso baja el listón de la cosecha del audiovisual valenciano de este año, que ha contado con títulos como Espíritu Sagrado o Lucas.

La propuesta de Sánchez Arrieta es la de un thriller ubicado en una despersonalizada Albufera, en la que un biólogo y su familia se enfranta a la hostilidad descarnizada de un pueblo que vive de expoliar los recursos naturales sin ley ni orden. Contando con nombres más que solventes en el elenco, El lodo no parece tener más interés que el de tener un par de giros de guion con los que intentar sorprender al público y tener de trasfondo tantas tramas que no se encarga bien de una sola de ellas. El última cuarta parte de metraje llega a resultar sonrojante por la escalada poco medida de tensión que acaba desconcentrando al espectador. En definitiva, un thriller manufacturado que aporta una lección muy correcta: si bien lo local puede aspirar a ser universal, puedes incluso hacer que un símbolo tan reconocible como es la Albufera no funcione ni siquiera localmente.

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