Hoy es 10 de octubre
Durante el rodaje del documental 'Segrelles. Ilustrador universal', se hallaron en la Casa-Museo José Segrelles, en Albaida, medio centenar de negativos fotográficos que prueban, contrariamente lo que se creía: que el gran ilustrador valenciano se sirvió de esta técnica para preparar las composiciones de muchas de sus obras más icónicas. Fotografías que vuelven a ver la luz cien años después gracias al empeño de la productora Estrela Audiovisual y que presentamos en primicia en Culturplaza
VALÈNCIA. Desde los inicios de la fotografía moderna, en el primer tercio del siglo XIX, muchos fueron los pintores que recibieron con recelo la aparición de un nuevo ingenio que amenazaba con escamotearles una parte de su trabajo. Sin embargo, tal como explicó hace un tiempo el compañero Joaquín Guzmán, pronto se dio una entente cordiale entre aquellos pintores que hallaron en la cámara una herramienta más en la que apoyarse y aquellos fotógrafos que comenzaron a reivindicar la naturaleza artística de su trabajo, independientemente de cuáles fueran los medios técnicos que utilizaran. Aun así, en los círculos más conservadores de la crítica y de las academias -seguramente temerosos por ver peligrar su concepción histriónica del artista como genio-, se mantuvo un cierto menosprecio hacia aquellos pintores que usaban la fotografía para captar el instante para trasladarlo después al lienzo o al papel, ya en la comodidad de su estudio.
Aquel prejuicio, extendido al de otras herramientas y materiales considerados extra artísticos, pervivió en el tiempo e incluso hoy puede escucharse en determinados círculos de lo más recalcitrantes. Aunque tal vez no esté muy interiorizado por el gran público, es conocido que Joaquín Sorolla empezó a trabajar coloreando las fotografías de su suegro -el padre de Clotilde, Antonio García- en su estudio de la Casa del Punt de Ganxo de València y que utilizó a menudo la fotografía para preparar sus obras, como hicieron también otros grandes autores de nuestro entorno como Ignacio Pinazo. En otro sentido, ha habido incluso fotógrafos colaborando con pintores que, por alguna razón, no han sido suficientemente reconocidos, como es el caso de Paco Alberola y el Equipo Crónica. Sometidos a la presión de mantener vivo un mito absurdo, una pose de inspiración divina, no extrañará que muchos de ellos mantuvieran esta particularidad de su proceso de trabajo más o menos en secreto.
Durante el rodaje del documental Segrelles. Ilustrador universal, se hallaron en la Casa-Museo José Segrelles, en Albaida, cajas y sobres que albergaban medio centenar de negativos fotográficos, los más antiguos, placas de vidrio de principios del siglo XX y los más modernos, de nitrato de celulosa. Según Ignacio Estrela, productor y director del documental, este descubrimiento cambia por completo el conocimiento que se tenía hasta ahora de la técnica pictórica de José Segrelles (Albaida, 1885 - 1969). “Al observar los negativos detenidamente, encontré a un hombre disfrazado de El Quijote y a un niño de Aladino; más tarde aparecieron nuevos negativos con escenas de todas las épocas: Albaida, Barcelona, Nueva York…” Un hallazgo que ponía en entredicho las declaraciones del propio autor: "en sus entrevistas, siempre explicaba que utilizaba sólo su imaginación o figuras realizadas por él en plastilina o barro, pero nunca modelos reales”, apunta Estrela. De hecho, aunque más tarde se dio a conocer que Segrelles hacía posar a sus familiares y conocidos, los estudios publicados hasta la fecha atribuyen el uso de la fotografía en menos de cinco ocasiones.
Ahora, con la digitalización de los negativos encontrados, se han rescatado más de cincuenta ejemplos que demuestran que la fotografía formaba parte de su forma de trabajo con mucha frecuencia, sobre todo para sus ilustraciones. “Hemos descubierto su uso para publicaciones en la prestigiosa revista inglesa The Illustrated London News, en la americana Cosmopolitan o en la española Blanco y Negro; también en sus ediciones de lujo como Las florecillas de San Francisco de Asís, Las mil y una noches o El Quijote, así como para las novelas de Blasco Ibáñez, y sus carteles y creaciones publicitarias.”
La digitalización de los negativos corrió a cargo de Edu Francés, Vicent Garrido y Óscar Garrido. Para este último, fotógrafo que también participó en el rodaje, “el hecho de que Segrelles contara con una cámara en la primera década del siglo XX da una idea de su estatus y de su modernidad. Primero debió tener una cámara de fuelle y, más tarde, en su etapa en Nueva York, tuvo una Rolleiflex, lo que indica que se mantenía a la última en tecnología.” Esta pasión por la fotografía nacería a raíz de su primer oficio, que desempeñó entre 1904 y 1910, en el prestigioso estudio Napoleon, de Barcelona. Como indica Estrela, “el estudio Napoleon fue el primero que instaló un cinematógrafo Lumière en Cataluña y el joven Segrelles se ganaba un dinero extra recreando sonidos, y poniendo música con una pianola a las películas mudas.” Fue quizás a raíz de este primer encuentro prolongado con el cine lo que “le hizo adquirir el dominio de la luz, el contraste, la composición, la profundidad de campo, la perspectiva y la sensación de movimiento que podemos contemplar en muchas de sus obras".
Cuando regresaba a Albaida, solía hacer ampliaciones y otros trabajos fotográficos que le encargaban sus vecinos, además de los retratos que les hacía a lápiz y al óleo. “En aquella época no era habitual que en el pueblo hubiera cámaras de fotos, por lo que el archivo de Segrelles constituye también, involuntariamente, un documento excepcional de la vida cotidiana en Albaida a principios del siglo pasado”, apunta Garrido. En la misma línea, añade Estrela que “se trata de documentos muy importantes para Albaida y quedan por digitalizar bastantes negativos que no eran necesarios para el documental, pero las autoridades competentes deberían hacer un esfuerzo por recuperarlos y ponerlos en valor”.
Gracias a los sobrinos más mayores, se ha podido identificar a todos los hermanos de Segrelles presentes en las fotografías. De algún modo el ilustrador llegaría a conformar una especie de empresa familiar en la que sus hermanas -que le acompañaban para atenderle en sus estancias en el extranjero- y otros familiares, posaban para él, que se convertiría en una pieza capital para el sustento económico del clan. En ocasiones, realizaba un primer boceto a lápiz y después fotografiaba a personas reales imitando esas posturas para fijarse en los detalles reales de las luces, las expresiones o los pliegues de los ropajes; en otras, el proceso era el inverso, fotografiando primero y abocetando después.
Tras un siglo ocultas, gracias a estas fotografías podemos conocer, por ejemplo, a la niña que posó para la ilustración Piel de asno en The Illustrated London News; al niño tumbado en la cama que devino en Pulgarcito, o a la niña convertida en Cenicienta. Y así, podemos rastrear también las figuras reales que inspiraron a la mujer de Barbazul, al Sigfrido wagneriano, al Ecce Homo o las tres mujeres que tejen el destino, que no son otras que su hermana Eduvigis. Incluso, a falta de modelos, podemos ver al propio Segrelles posando disfrazado de indio para el cartel de la Exposición Misional de Barcelona de 1929, su retrato doble en un duelo de espadachines consigo mismo o diferentes fotografías preparatorias para El Quijote. Muchas de las fotografías aparecidas parecen ser posados para obras de las que no hay constancia y, de muchas ilustraciones no se han encontrado los negativos que seguramente se hicieron.
Según cuenta el pintor Monjalés (Albaida, 1932), durante su etapa como aprendiz con Segrelles, el ilustrador tenía un pequeño estudio privado que hacía las veces de laboratorio y recuerda cómo destruía las fotos en pequeños pedazos para evitar que nadie las viera; después las tiraba a un cubo para que el alumno se encargara de tirarlos a la basura. Pero, además de los positivos destruidos, según parece, Segrelles guardaba numerosas cajas con más negativos en una casa ajena, que hoy, lamentablemente, se encuentran desaparecidas.
Fuera cual fuera el destino de dichas cajas o el motivo para ocultarlas, ni el empeño de Estrela por dar a conocer esta historia ni el de este artículo tratan de desprestigiar en modo alguno el trabajo del que posiblemente sea uno de los más importantes dibujantes del siglo XX. Es más, si algo evidencian estas fotografías hasta ahora inéditas es el ingenio de Segrelles para utilizar hábilmente todos los medios a su alcance como un verdadero, infatigable y meticuloso artesano de la imagen. Uno muy humano que, aun con sus dudas, sus contradicciones y sus temores, creó los más increíbles mundos fantásticos imaginables que tanto influirían en las posteriores generaciones de autores.