Hoy es día de plantar y sembrar para Susanna. Son los últimos cultivos antes de que despunte la primavera. Brócoli, coliflor morada y lisa, col lombarda, cebollas, rabanitos y espinacas. Las semillas se introducen en la tierra con una bicicleta sembradora, un utensilio con ruedas que facilita la tarea; plantar no es tan sencillo, las plantas como cebollas o lechugas se meten a mano en el caballón. Ella lo hace con la ayuda de un plantador manual que evita tener que doblar el lomo. Cuando acabe la mañana, regará —si es que hay agua, porque la falta de lluvias limita la que se puede utilizar—. No es una estampa habitual, o no tan habitual, ver a una mujer trabajando el campo. O, al menos, estar al frente de la explotación agrícola, porque, históricamente, la mujer ha trabajado la tierra tanto o más que los hombres, solo que, como ocurre en muchos otros sectores, estaba en un segundo plano. «Las mujeres siempre han estado trabajando en el campo, pero siempre ha habido mucha invisibilización. Hasta hace no tanto, incluso muchas mujeres no tenían las tierras a su nombre», explica esta agricultora.
Susanna Ferrando es una de las dos pilares de Camí de l’Horta. La otra es Empar Martínez. Susanna, licenciada en Filosofía y con un largo historial de activismo social sobre sus espaldas, se dedica a la parte agrícola; Empar, licenciada en Farmacia y atraída desde siempre por la herboristería y la nutrición, lleva la venta directa de los productos ecológicos que cultivan. Además de compartir trabajo, también comparten proyecto vital y una hija de tres años. De sus campos, 35 fanegades (unos 830 metros cuadrados) se encuentran en los términos municipales de Godella y Rocafort, allí crecen hortalizas y frutales; los otros quince se ubican en Bétera y los dedican a la naranja. Las tierras de Camí de L’Horta se distinguen a simple vista por las florecillas y hierbas silvestres que las rodean. Es uno de los indicadores de que todo lo que crece allí es ecológico. Algo que, cuando Susanna decidió continuar los pasos de su familia, hace más de quince años, tenía claro: «Yo, desde el primer momento, no me planteé otro tipo de agricultura que no fuera la ecológica».
Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la producción ecológica —también llamada biológica u orgánica— es el sistema de gestión y producción agroalimentaria que combina las mejores prácticas ambientales junto con un elevado nivel de biodiversidad y de preservación de los recursos naturales. Esta es la definición oficial, pero Susanna lo explica de una manera mucho más sencilla. «Es la agricultura que realizaban nuestras abuelas. La hacemos con el apoyo de sustancias de origen orgánico o mineral que se pueden utilizar frente a alguna plaga concreta. Al final, es un manejo de tota la vida, de rotación de los cultivos, los que se se ayudan entre sí, muy centrada en la fertilidad de la tierra. La tierra es la que realmente hace a las plantas fuertes y ellas mismas se defienden ante las plagas e incluso el cambio climático. Son una serie de principios que, combinados, hacen que sea una agricultura más adaptada», explica.