Un sake bar, un restaurante teatro y un hotel centenario.
No te creas todo lo que lees. Barcelona renace y vuelve a alzar el vuelo. Y no hace falta más que pasearse por el Born, las Ramblas o la Plaza Cataluña. El turismo ha vuelto en masa y esta ciudad que tanto nos gusta, vuelve a ponerse coqueta.
Así que no se nos ocurre mejor plan que montarnos en un tren o coger el coche -apenas tres horas la separan de València- e irnos a exprimir lo que aún nos queda de verano y a recibir el otoño. Porque siempre hay que volver y así lo merece esta ciudad. A ver quién no querría ir a descubrir la nueva etapa del genial Enigma de Albert Adrià o a llenar la maleta de esos irresistibles croissants de mascarpone de Hofmann. A tantas y tantas cosas...
Y te vamos a dar tres excusas perfectas para que lo hagas cuanto antes. La primera, un teatro. Pero no un teatro al uso, sino la nueva vida del que fuera el genial Tickets, ahora reconvertido en Teatro Kitchen Bar. Si estuvisteis en el anterior, veréis que este recuerda mucho al de antes, tanto en caparazón, como en concepto. El Paralel fue un barrio gastronómico y aquel estatus que se perdió después de la pandemia, vuelve a brillar en manos de Oliver Peña a los mandos de la cocina y los hermanos Iglesias en la dirección.
Como si asistieses a una obra de teatro, todo arranca en taquilla, con la adquisición de tus tickets. No son otros que los que atestiguarán tu experiencia, que discurre en una barra o mesas, todas dispuestas alrededor de la cocina vista. ¿El menú? Te lo configuras tú mismo. Como en un teatro, esto va de actos. Y a diferencia de este, eres tú el que decide cómo y cuánto. A la carta o dejándote sorprender. Y nosotros somos más de los segundo.
La fórmula consiste en que ellos te dan de comer hasta que tú digas basta y como verás, a cada mesa le ponen cosas diferentes. Aquí hemos venido a mancharnos las manos y a comer con ellas, por eso la mayoría de la propuesta se ha centrado en el finger food. Y qué finger food. No es cuestión de desvelar todas las sorpresas, pero hay bocados de esos para acordarse por siempre jamás. ¿Ejemplos? Un formidable mochi frito y relleno de un guiso de edamame y jamón, una tartaleta de alga nori con anguila del Delta del Ebro con salsa teriyaki casera, un cannolo catalano coronado con escalivada haciendo la forma de la bandera o el flautín de carne madurada de Lyo, que es tan etéreo que casi se deshace en boca.
Y eso en cuando a snacks. Hay más actos. Los fritos y los calientes, donde destacan un pulpo a la coreana, en fritura y con salsa kimchi, las soberbias ortiguillas con salsa de alga codium o un roll de langostinos de Sant Carles. Por no hablar del suculento tuétano, con mollejas a la brasa y una ensalada de anisados para acompañar.
¿Cómo algo que se come en apenas pocos bocados puede esconder tanta técnica y sabor? Solo hay una respuesta, porque Peña es un genio. Y se ve hasta en los postres, en bocados refrescantes como su milhojas de mango o con el alfajor, que lejos de ser algo pesado, es un final fantástico, relleno de helado de caramelo salado y cacahuete, que te recordará a chocolatinas como el Mars. Al terminar, deja que te lleven detrás de las bambalinas, al Backstage. Dicen que lo que pasa detrás del telón, se queda detrás del telón. Por un pasillo del restaurante accedes a este cocktail bar donde rematar la experiencia con tragos como el refrescante 'Los 7 samuráis' con sake, yuzu y triple seco.
Segunda parada, la barra de un clásico, la de Dos Palillos. Pero no la de dentro, sino la de fuera, un sake bar con sitio para ocho comensales, en la que no cogen reservas, pero que es la opción perfecta para hacerse un tapeo con el sello de estos herederos de elBulli. La idea aquí es probar varias cosas y amenizarlas con una honorable carta de de sakes por copa. Y si no te gusta el sake, también tienen muchas opciones para acompañar la velada. Del menú apetece casi todo y como en en anterior, muchas cosas son de bocado. Piezas de sushi, como nigiris de sepia o caviar, los hako sushi de atún picante, la famosa japo burger, presente en Dos Palillos desde que abrieron sus puertas, un katsu sando de aúpa que hacen con pollo, un bao de queso Comté y kimchi... Para disfrutar y repetir.
Tercera y última parada, en un clásico, un lugar que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, sin dejar atrás un ápice de su encanto, el hotel El Palace. En 2019 cumplía nada menos que 100 años abierto y mirando hacia el futuro, el año pasado terminó una reforma integral en la que se restauraron habitaciones, zonas nobles y suites. Y es que esta joya se vive en todos sus espacios. Subir al Jardín de Diana para admirar las vistas 360 hacia toda Barcelona y apurar el primer baño del otoño o quizás el último del año en su piscina. Pasear por ese hall sacado de otra época o pararse un buen rato en el Bluesman Cocktail Bar. Esto es innegociable. Disfrutar de tragos y música en directo. Además, este otoño acogen una nueva experiencia en el espacio, una extensión de las noches de cine de su rooftop, en la que todos los domingos se proyectarán clásicos como 'Scarface' o 'Goodfellas'. Y si te van los sustos, a partir del 29 de octubre y hasta el 5 de noviembre, la cita es con lo mejor de todos los tiempos del género de terror.
Y por supuesto, otra cosa que ocurre dentro del hotel, es ponerse las botas en Amar, otro proyecto barcelonés de Rafa Zafra. Aquí historia y modernidad se dan de la mano, en una espectacular sala, cubierta de azul añil y dorados de suelo a techo, que no le puede ir más a la propuesta. Lujo palaciego y hedonismo en el plato. Este último se resuelve en eso que Zafra domina, el mejor producto con apenas unos toques para llevarte al cielo directamente. Aquí hay de todo, hay mar, hay amor, hay brasas, cuchara... El famoso bikini de salmón ahumado y caviar, las ostras que viajan por el mundo como homenaje a Albert Adrià o la reina de Roses, una gamba roja como pocas. Pero también una esplendorosa merluza con salsa de champagne y caviar, tributos a platos del Ritz como la langosta Cardinale o el solomillo rossini y cuchareo con platos como unos soberbios fessols de Santa Pau con salsa americana, ventresca de atún y panceta ibérica.
¿Un capricho de los grandes? Quedarse en alguna de sus Art Suites. Están dedicadas a huéspedes ilustres del hotel. De Joséphine Baker a Ronnie Wood, el guitarrista de los Rolling Stones, pasando por la dedicada a Joan Miró o la de Salvador Dalí. La de este último es harto especial, porque el genio surrealista pasaba largas temporadas entre estos muros. Con un enorme salón, presidido por un retrato -que bien podría ser como la Gioconda, porque mires desde donde lo mires, Dalí te devuelve la mirada- y una habitación con su cama con dosel, te hará sentirte rey o reina por un día. Conservan hasta el baño romano de la habitación, que impresiona más cuando das con la una instantánea con el propio Dalí y dos modelos tumbadas allí dentro. Y qué queréis que os digamos, que darse una ducha en la que éste mismo posó y quién sabe si hasta se bañó, no es moco de pavo.