VALÈNCIA. Todo el mundo recuerda el momento en el que su cabeza hizo click, ese punto de no retorno en el que aparece una aspiración que de primeras parece inabarcable, pero con el tiempo baja a la tierra. Para el diseñador valenciano Jonatan Catalan ese momento fue en 1996, cuando vio en el cine la película de Toy Story. Después de esa proyección supo que quería comprometer todos sus esfuerzos a generar algo parecido en el futuro, y lo que no sabía ese joven Jonatan es que lo que haría sería aún mejor. A día de hoy Catalan cuenta con un Emmy en la vitrina de su casa, en València, y hace apenas unos meses se alzó con la estatuilla más venerada del mundo del cine: El Óscar. Ese señor dorado llegó a sus manos gracias a su trabajo de animación en el corto de El limpiaparabrisas, dirigido por el animador madrileño Alberto Mielgo.
A día de hoy Catalan trabaja desde la terreta, pero para lograr este tipo de acuerdos y convenios ha tenido que pasar por mucho. Comenzó trabajando en proyectos pequeños al principio, más bien ligados al mundo de la publicidad. Hizo pequeñas campañas para Nokia, Bimbo… y ahí contempló que realmente eran pequeños pasos para llegar a dedicarse a ello: “A través de la publicidad vi que sí que se podía vivir de esto. Así que empecé a probar nuevas técnicas y a implicarme a fondo”. Un mantra se ilumina tras la cabeza de Catalan justo antes de comenzar su charla, en este su nombre se ve justo debajo de una frase motivacional que dice así: “Aprende, mejora, repite”. Tres claves para pasar de iluminar un móvil para un comercial de Nokia a animar hasta el último pelo del personaje protagonista de una película de Dreamworks. Del salto de la televisión a los cines y de Alaquàs al mundo entero. Una historia animada y dirigida por Jonatan Catalan, con muchas correcciones
Vivir para animar
“Cuando piensas que estás en lo máximo tienes que seguir aprendiendo y mejorando”, esa es la filosofía que mueve el trabajo de Catalan. Su trabajo comenzó forjándose en renders de infoarquitectura, cuando aún no existían ni escuelas ni programas en España para poder acercarse a la animación, tal y como él quería. Lo que comenzó siendo un trabajo de iluminación sobre pequeños objetos y una corrección de texturas acabó en lo que supone su trabajo a día de hoy. Para ello tuvo que pasar por pequeños encargos publicitarios, antes de llegar al que sería su primer trabajo junto a Guillermo del Toro: Alma, un cortometraje nominado a los Goya en el año 2009. A partir de ese momento la vida de Catala cambia, y supone un giro de 360º, que le permite dar un paso más allá. En este momento el animador se lanza al mundo Freelance, y comienza a trabajar en nuevos proyectos. Para ello una de sus claves es mejorar lo que ya había hecho anteriormente: “Hay que mejorar lo que consideras que ya es excelente, es el único camino hacia el éxito”.
Su camino para ello ha sido el de rehacer piezas animadas, mejorarlas y mostrarlas en su portfolio. Pequeños trabajos con matices que marcan la diferencia, por sutiles que sean. En la presentación el animador pide que se apaguen las luces, para poder contemplar estos pequeños cambios en la imagen que se proyecta en un muro en blanco. Cambios que del ordenador dan el salto al cine, donde se vuelven mucho más obvios: “Lo que realmente necesita un buen equipo de animación es buenos componentes. Más vale poca gente que sea muy buena que 20 personas que hagan lo mismo una y otra vez”. Parte de esta magia está también en huir de los patrones impuestos, que muchas veces funcionan en la fórmula española: “Los equipos de animación españoles tienen que abrirse a la experimentación", aclara el animador, quien se ha visto en propuestas de gran magnitud con clientes estadounidenses que buscan la clave de la autenticidad. Esa autenticidad reside en los pequeños retos, sean para quien sean: “En un anuncio me propuse añadir pelos a todas las partes de la ropa, a través de la lana. Para nada me lo pedían, pero quise ver hasta dónde era capaz de llegar”, y aclara sobre la anécdota: “Tuve que ponerme vídeos en Youtube sobre cómo tejer una bufanda para saber animarla en condiciones”.
Sobre el salto a las Américas
Todo este pequeño trabajo tiene sus frutos. Pronto Catalan dio el salto a Estados Unidos, donde se pudo alzar con un Emmy en el año por la introducción de la serie Wizards. Para llegar a este proyecto Jonatan se vio con 2 nominaciones antes, que no resultaron: “La clave es no darse por vencido. Yo lo doy todo en cada proyecto, de hecho en la primera nominación no sabía ni que una introducción de una serie podría resultar premiada”. El sistema de trabajo era exhaustivo, había que mezclar muchos estilos y emplear todos los recursos que tuviera bajo la manga: “A mi me daba la sensación de que desde el equipo pensaban: “Vamos a ver cuanto le pedimos, a ver hasta donde llega”, pero yo nunca dije ese no puedo”. Pronto llegaría una oferta de Dreamworks, para trabajar con ellos en California, sin embargo ha conseguido negociar quedarse aquí, cosa que le permite compaginar su tiempo. Por supuesto no hablamos de tiempo para descansar, sino de trabajo: “Comencé a compaginar dos jornadas, trabajando también en My Little Pony, tanto en personajes como en escenarios. En lo último me ofrecí yo mismo voluntario, generando hasta 3 de los escenarios principales”.
Y entre medias de todo esto comienza a gestarse El Limpiaparabrisas, premiado en los Óscar como mejor cortometraje animado. Un proyecto trabajado junto a Alberto Mielgo, generando un tándem único: “Alberto es un director inigualable, su trazo necesitaba animaciones extremadamente complejas que a la vista parecen simples”. En este trabajo se contemplan reflejos geométricos y sombras alocadas que llevan a una historia de amor desoladora, con un desarrollo de personajes hecho al dedillo: “Cada detalle está estudiado al milímetro. Los reflejos de los cristales cambian según el movimiento y las sombras, los rebotes estaban muy trabajados para entender que habría delante del personaje”. Este estudio minucioso llevó a ambos a la estatuilla de oro, un galardón que el Catalan adolescente que vio Toy Story en el 1996 jamás habría imaginado.