BEBER O NO BEBER 

Vida de un abstemio

Llega la Cuaresma y con ella la práctica católica del ayuno y la abstinencia. Para los abstemios, no existe una ley. Se rigen por sus propias convicciones personales.

| 07/04/2023 | 5 min, 0 seg

Hola me llamo Alberto, soy alcohólico y llevo cuarenta y siete días sin beber. Este podría ser el inicio de cualquier reunión de alcohólicos anónimos, en uno de los 616 grupos diseminados por el territorio español, que existen en la actualidad. El alcoholismo se lleva con discreción, en la intimidad. Con reparo y negación. Es algo que estigmatiza. Dejar de beber, para alguien que ha sucumbido a los abismos de una enfermedad crónica, pasa por dar un paso al frente y reconocerlo. ¿Pero qué sucede con aquellos que no prueban una gota de alcohol motu proprio, voluntariamente y sin motivos aparentes? Este es el caso de los abstemios. Y su día a día también pasa por situaciones dolosas para el resto de la sociedad.

O.T. (prefiere mantener el anonimato), es uno de esos abstemios a los que su decisión personal le ocasiona una gran cantidad de problemas en el ámbito social. Nunca ha probado una gota de alcohol. Ni una cerveza, ni una copa de vino. Muchísimo menos un cubata. No se jacta de ello, ni trata al resto de sus compañeros con superioridad. Sin embargo, siente el rechazo y el desprecio, cuanto más, y especialmente la incomprensión, cada vez que rechaza tomar un trago. “Cuando lo cuento, la gente desconfía. Piensan que tengo un trauma del pasado y que oculto algo”, me cuenta. “Hay gente que responde diciendo: -ya, bueno, yo tampoco bebo. Un vinito en las comidas, una cervecita con los amigos. Un cubata a veces. Poca cosa- Como si eso no fuera beber“.

"Nunca ha probado una gota de alcohol. Ni una cerveza, ni una copa de vino"

También los hay aprovechados, me cuenta. “Me ha pasado infinidad de veces (ahora afortunadamente menos, ya que mi vida social es menor) que por el simple hecho de no beber, me usen de taxista y poco más que me pase la noche paseando a Miss Daisy”. Cuéntame sobre ese tema, en principio si tú no bebes, no te supone ningún problema conducir ¿no?, le espeto. “Bueno, es relativo. Una cosa es que no beba alcohol y otra es que me llamen única y exclusivamente con ese pretexto. Además, no solo en ese caso, que he aprendido a esquivar y rechazar educadamente, también se da en casos en los que salimos de fiesta, o acudimos a un festival. Ahí es peor, ya que invalidan mi estado anímico o mi cansancio. Quizás yo podría volverme antes a casa, pero insisten en que aguante una o dos horas más, no porque disfruten de mi compañía, sino porque necesitan mi vehículo. Es descorazonador”.


El caso de O.T. no es el único. A.R. (bajo estas siglas se oculta otro abstemio reconocido que nada tiene que ver con Ana Rosa Quintana) también sufre los estragos de una vida sobria. En este caso relata su experiencia gastronómica. “Vamos a ver. Yo voy a un restaurante con un grupo de amigos. Pido una botella de agua. Si me siento pletórico un Nestea ¿puedo decir marcas comerciales? Bueno, da igual. El caso es que sobre la mesa no paran de brotar botellas de vino, dobles, carajillos, chupitos… 

El ambiente se desmelena: -venga unas copas, que total casi no quedamos nunca, nos tomamos la primera aquí y vemos dónde vamos- Entonces llega el momento de pedir la cuenta y siempre la coge el avispado de turno, que saca la calculadora y divide entre los comensales. Y aquí llega el drama. Si yo solo he pedido un agua, digo. Pero parece que predique en el desierto. Me toca asumir el coste de algo que no he disfrutado y que dispara mi gasto el doble. Y ojo no se te ocurra pelearlo, que entonces poco más que te tildan de usurero, roñoso y pordiosero”.

El caso de M.M. es similar. Ella viene del mundo de la hostelería. Su padre regentaba un negocio de hostelería y cerraron hace unos años. “Mi caso es un poco traumático, mi padre era adicto al alcohol y cada mañana al llegar al servicio tenía que recoger botellas, colillas y demás del restaurante. Pero él no era el único. El resto de compañeros también bebían al cerrar. Incluso durante el servicio muchos tomaban algún chupito para alegrarse y tratar mejor a los clientes. Yo viví esa época con mucho dolor y por eso no pruebo ni una gota. Era un desastre. Ahora todo está bien. Pero fue una época muy difícil para mi”. Este caso no es único, en el mundo de la hostelería tenemos algún que otro ejemplo de abstemios. Profesionales que no han probado una gota de alcohol, algunos hasta reconocidos chefs, que llevan en silencio su condición. También actores, artistas o creadores de diversa índole.

En un país en el que los bebedores sociales están tan bien vistos, su condición genera perplejidad e incomprensión, sin embargo, las nuevas generaciones abrazan nuevas tendencias que cada día se van haciendo más y más fuertes: kombutchas, zumos, cocktails sin alcohol, etc. empiezan a inundar las cartas líquidas de muchos restaurantes con el objetivo de satisfacer los nuevos gustos. Al igual que el veganismo, los flexitarianos o plantbased, los abstemios se llaman teetotalers y son una legión que han venido para quedarse. Así que, ya sea Cuaresma o no, muchos comensales pueden pasar un sábado de gloria y un domingo de resurrección sin sufrir los estragos de la resaca.

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