Esto va a sonar fatal pero ustedes no me pagan para regalar oídos: en València cada día cierran (y se traspasan) más restaurantes y eso no tiene por qué ser una mala noticia
Aún resuenan los ecos de aquella declaración de Ricardo Gadea sobre nuestro (necesario) y querido turista: “El turismo gastronómico en Valencia es un turismo de alpargata”. Ahí, donde más duele, “de low cost y de Ryanair; es como Barcelona, pero a menor escala. Pero es el mismo tipo de turista”.
Hagamos un breve repaso a las defunciones. Se nos fue Chez Lyon de Francisco Mateu, se nos fue Seu Xerea de Steve Anderson, se nos fue La Gallineta de Arturo Salvetti y se nos fue Vinícolas de Raúl Aleixandre (no sin cierta sensación de desamparo en aquella lejana Marina Sur).
¿Pero... y los que tienen el cartel del traspaso y el teléfono de la inmobiliaria en la puerta? Porque pasear por el desierto que es València en agosto significa observar, calle tras calle, como cada vez es más común ver el cartel de 'Disponible' o 'Se traspasa' —son los casos de Clectic de Mauricio Gómez, Saor de Alejandro Platero (sin cartel en la puerta pero buscando nuevos inquilinos, nos confirman) que seguirá abierto desde el 17 de septiembre y dando (como siempre) bien de comer hasta el traspaso o Nawman de Fernando y Bee, cansados de tanto ajetreo: “Somos padres, Bee pasa demasiado tiempo en la cocina y quizá nos enfoquemos de nuevo hacia el catering”.
Son especialmente dolorosos los casos de Nou Avellanes o Rias Gallegas de Alfredo Alonso y Concha Rodríguez, bajas del ciclón de compras de Jesus Ger en aquel intento del emporio Marina D´Or por acercarse a la gastronomía. En serio, ¿qué esperábamos?
La lista de cadáveres andantes de aquella OPA hostil gastronómica es larga y dolorosa: Gula en Blasco Ibañez, Mercat de la Reina, La Valenciana, Carpe Diem, La Selva, La Tapeta del Carmen, Birra & Blues, Finnegan’s o La Bienpagá... así hasta 47 restaurantes.
Pero yo tengo una pregunta ante tanto cierre y tanto traspaso, ¿es necesariamente algo malo? No se me tiren al cuello: claro que lo es en la medida que afecta a familias, currantes y empresarios que se dejan hasta la camisa en un trabajo honesto.
Pero es que València ha de dejar ya atrás el sambenito de 'destino gastronómico premium' y entender que nuestro futuro, y nuestro presente, pasa por ser un destino vibrante, hedonista, mediterráneo y abierto a todo el mundo. Y como cualquier ciudad viva y cambiante, lo habitual es que cierren, abran, se traspasen y estallen de éxito restaurantes, tabernas, barras y coctelerías.
Como Madrid, Barcelona, Berlín, Málaga o Bruselas; destinos donde la oferta muta, evoluciona y se adapta a las tendencias y a lo nuevo, donde nuevos restoranes y nuevos modelos de negocio conviven con casas de comida de toda la vida.
Una ciudad en constante cambio. Eso es estar vivo, ¿no?