El cierre de Vinícolas by Raúl Aleixandre ha sido un torpedo inesperado en la línea de flotación de la gastronomía marinera, ¿qué futuro le espera a la Marina tras la clausura?
“Sencillamente, no cuadraban los números”; hablo con Jose Miguel Bartual, jefe de sala (ejemplar, desde mi punto de vista) de ese templo de la cocina honesta que es, que era, Vinícolas. Quien también está tras la declaración es el empresario alicantino Nicolás Quiles, propietario del restaurante y, seguro, a quien le habrá costado sudor y sangre tomar la decisión; sé que es un gastrónomo de raza.
Yo no entiendo nada. Precisamente vengo de una ruta por alguna de las mejores casas de comida y producto en Madrid: La Buena Vida, Clos, Filandón, Alabaster, A´Barra o Cañadío. Vinícolas podía mirar de frente a todas y cada una de ellas, con dos particularidades: precio medio más ajustado y un entorno de belleza inenarrable —el talento de Raúl en cocina, una excelente carta de espumosos y sobremesas para el recuerdo, frente a este Mediterráneo infiel. Yo no necesitaba mucho más para ser feliz.
Por eso fue una de las mesas que más veces disfruté a lo largo del último año (no menos de diez visitas, sin exagerar) por culpa de una cocina honesta cuyo discurso era el territorio: ortiguillas, buñuelos, gamba de Dénia, navajas con cítricos o el maravilloso rossetjat de fideos... conocía los rumores y me sorprendían (algunos días) demasiadas mesas vacías, pero siempre pensé que València no sería tan imbécil y tan paleta de dejar morir algo así. Me equivoqué.
Uno de los 'peros' que oí tantas veces (València, en estas cosas no hay quien te entienda) tenía que ver con su localización: “Es que está tan lejos” -sic-, al otro lado de la plaza marítima, en concreto en el local F2 de la Marina Sur. Hablo con Ramón Marrades, director estratégico del Consorcio Valencia 2007, el organismo que gestiona La Marina —¿cómo os ha afectado el cierre? “El cierre de Vinícolas es una mala noticia y nos pone en alerta, todavía más, de la necesidad de cuidar a nuestras empresas y conectar y señalizar mejor la zona de Marina Sur”, también desliza lo que viene en el futuro, “a medio plazo planteamos una diversificación de la oferta. Un espacio como La Marina, cada vez más diverso, con más personas que van no solo a los restaurantes sino también a estudiar, trabajar o a practicar deportes náuticos y al aire libre, necesitamos una oferta de comida saludable, familiar y asequible”.
Ojalá, Ramón; y ojalá sea pronto, porque ahora mismo al gastrónomo se le acaban las razones para visitar este lugar alucinante sobre el que tenemos tantas (y son sinceras) esperanzas puestas: yo me temo que llevamos demasiado tiempo hablando dels poblats marítims, de integrar el Cabanyal y esa cocina marinera que (se supone) tanto nos enamora.
Pero la realidad es que Marina Beach Club revienta todos los días y un templo de nuestra cocina ha bajado la persiana cansado de mesas vacías.