El Palau de les Arts llena su auditorio con una obra muy poco habitual
VALÈNCIA. Se llenó casi al completo el auditorio superior de Les Arts con el tercer título de la pretemporada, ‘Le cinesi (Las chinas)’, de Christoph Willibald Gluck. Sin negar interés al mismo, en la afluencia de público mucho tuvo que ver la horquilla de los precios, que iban desde los 10 hasta los 20 euros. Pero de ello no cabe deducir que esta escena o intermezzo –pues no puede calificarse como ópera propiamente dicha- carezca de los méritos sugeridos por esta movilización de los espectadores. Méritos a los que debe añadirse otro importante factor: las pocas oportunidades que se dan para ver esta obra en directo, aunque sea, como aquí, en versión de concierto. Tampoco abundan, para completar el panorama, los registros fonográficos. De ahí el justificado aplauso que merece la programación de un título tan poco conocido cuando se programa su convivencia con títulos tan seguros en taquilla como el de ‘Madama Butterfly’.
‘Le cinesi’, con libreto de Metastasio, se planteó en principio como entretenimiento cortesano. Tanto es así que la cantaron, en su primer estreno (1735), la futura emperatriz de Austria, Maria Teresa, su hermana Maria-Anna y una dama de compañía. La música fue entonces de Antonio Caldara. Casi veinte años después, en 1754, el príncipe Joseph-Friedrich von Saxe-Hildburghausen quiso homenajear en su castillo de Moravia a Maria Teresa con una serie de festejos. Entre ellos estaba, como plato fuerte y en recuerdo de la actuación juvenil de la emperatriz, la representación de ‘Le cinesi’. Se utilizó el mismo libreto de Metastasio, pero la música de Caldara se sustituyó por la de Gluck. Este, al contar con cantantes profesionales, pudo escribir una partitura de ambición mucho mayor. También se había incluido, previamente, un personaje masculino, Silango, encomendado a un tenor.
En la obra, donde se refleja la pasión del siglo XVIII por las llamadas ‘chinerías’ (que impregnaban arquitecturas, mobiliario y porcelanas), se utiliza a la China –o, mejor, a tres jóvenes chinas- para hacer una velada crítica de los géneros teatrales occidentales, así como de algunas prohibiciones que afectaban a las damas de la corte. La denuncia, por muy sutil que fuera, resultaba menos punzante si se hacía refiriéndola a coordenadas lejanas como las del Extremo Oriente.
La música sólo refleja la influencia oriental en el uso de la percusión y de algún instrumento de cuerda. Incluso en estos casos, se evocarían zonas más fronterizas que plenamente exóticas. Sin embargo, no deben minimizarse estos pequeños empeños en la inclusión de geografías distantes cuando contemplamos obras generadas ad maiorem gloriam de las potencias centroeuropeas. Y es inevitable el recuerdo del colorido que utiliza Mozart en ‘Die Entführung aus dem Serail’ (El rapto en el serrallo), con pinceladas turcas (o seudo-turcas) de gran funcionalidad, como cabría esperar de un compositor que no sólo iguala a Gluck en sus propósitos -aunque no los formule con la misma claridad-, sino que los supera en el terreno de los hechos.
Sí que resultan patentes los intentos de Gluck en lo que se refiere a la renovación de la ópera, amenazada desde dentro por sus propias convenciones. Renovación que no sólo aparece con ‘Alceste’ u ‘Orfeo ed Euridice’, sino que va gestándose en obras anteriores, incluyendo las de pequeño formato como ‘Le cinesi’. Así, la caracterización de cada personaje resulta enriquecida por la cuidada imbricación de la música con el texto, una de las propuestas más importantes en el ideario de Gluck. Los recitativos se llenan de inflexiones y matices -a pesar de la relativa simplicidad de la trama-, y se establecen puentes notables entre recitativo y aria que van demoliendo compartimentos estancos. Tampoco las arias se sujetan férreamente al modelo de la ópera seria barroca, e intercalan anotaciones irónicas que cuestionan incluso la credibilidad de la tragedia clásica, el drama pastoril o la comedia. Gluck, por otra parte, diseña en esta miniatura ocasiones que permiten lucirse a los cantantes en los parámetros que los oyentes de la época exigían en cuanto a virtuosismo y belleza vocal.
El rol de Lisinga estuvo representado por Silvia Tro, mezzosoprano valenciana que lo sirvió con un instrumento atractivo y bien plegado al dramatismo del personaje (en el libreto, Lisinga resuelve representar a Andrómaca, porque en ‘Le cinesi’ hay teatro dentro del teatro, y la china asume el papel de la esposa de Héctor cuando se debate entre la fidelidad al marido y la defensa de la vida de su hijo ). Silvia Tro sirvió bien al personaje, utilizando con habilidad el bonito centro de su voz.
Sivene fue Desirée Rancatore, quizá el canto más notable de la velada, con registros igualados y fluidez en la coloratura. En la escena dedicada al drama bucólico, compartida con el tenor Anicio Zorzi Giustiniani, gustaron los toques de comicidad que pusieron ambos sobre los estereotipos pastoriles. Ann Hallenberg hizo una Tangia creíble, llena de suspicacias y resquemores, incluidas las que vertió hacia el género de la comedia, que ella había decidido defender.
Al final, el cuarteto protagonista opta por el ballet como manifestación escénica menos problemática –o menos comprometida-, lo cual, tras las ridiculizaciones proyectadas sobre la tragedia, el drama pastoril y la comedia, casi cuestionaba la funcionalidad de la palabra como vehículo teatral. Es esto, precisamente, lo opuesto a lo que teorizó Gluck y a lo que hizo en sus mejores obras. Por ello resulta más sensato pensar que tales dardos iban dirigidos a los excesos que la ópera seria de corte italiano había ido imponiendo en las modas de la época.
La orquesta de Les Arts, dirigida por Fabio Biondi, mostró energía y tensión, pero se movió en la dinámica pobre en matices que acompaña, demasiadas veces, al maestro siciliano. Tapó con bastante frecuencia, por otra parte, a los cantantes. Descontada ya la pésima acústica del auditorio superior de Les Arts. no pareció que, en este caso, la culpa fuera de las voces.
Esta versión de Le cinesi surge como colaboración entre les Arts y la Agencia Valenciana de Turismo- La representación del día 2 será emitida gratuitamente en streaming el 24 de noviembre a las 20:00 horas, en esta web.
El valenciano Ernest Gonzàlez Fabra publica L’òpera oblidada, un libro que engrosa el patrimonio musical valenciano realizando una crónica de la ópera que se veía y se escuchaba en València en los tiempos de Fernando VII. Un análisis completo y detallado de todo lo que sucedía entre bambalinas en los años 1801 y 1833