VALÈNCIA. El móvil es una novela corta de Javier Cercás y publicada hace ahora 30 años. Más allá de los juegos que el lector –y el fan– puede hacer imaginándose 'al autor' de Soldados de Salamina o El impostor en la piel de su protagonista, la adaptación de Manuel Martín Cuenca eleva aquel relato a lo tangible: un retrato del delirio costumbrista al que es capaz de someterse un escritor aficionado para completar su primera novela. El autor fue reconocida con el premio Fipresci de la crítica en el Festival Internacional de Cine de Toronto y supone el regreso de Martín Cuenca a una dirección menos estética que en Caníbal (2013) y más efectiva (a los puntos). Efectiva en el buen sentido, porque la película atrapa y acompaña al espectador en la historia de ese pobre diablo, y efectiva en un sentido no tan bueno, porque es cierto que hay cierto vahído en la magia –precisamente– autoral del director de La flaqueza del bolchevique (2003).
Javier Gutiérrez se desfonda –una vez más, camino de una filmografía incuestionable– en la interpretación de Álvaro. Este abogado, peón de notaría y wannabe de gran escritor acude a clases de escritura creativa. Allí, su profesor, interpretado por un excesivo y manipulador Antonio de la Torre, le insiste en que sus escritos están faltos de realidad. Una realidad, la suya, que tiene mucho que ver con ser el marido de una joven escritora de éxito. Esa idea de colmo abre la veda también del punto de vista del autor Martín Cuenca sobre la mujer en la película, prisma con el que, una por una, el relato no aporta nada edificante.
En la ficción de Cercas y en la de Martín Cuenca lo más nutritivo son todas las escenas de lo que podríamos simplificar como surrealismo cotidiano. Que Álvaro deje atrás toda una vida en busca de la inspiración es el punto de partida de una serie de pequeñas decisiones cotidianas próximas a la locura. Instalado en un piso de alquiler con el mobiliario exclusivo para dormir y escribir, presionado por el cínico de su profesor del taller de escritura y tras separarse de la exitosa escritora (interpretada por María León), el escritor inicia la perversión de comunidad de vecinos en busca de historias reales. A esa realidad le irá aportando cada vez más ingredientes forzando situaciones con mucha más perspicacia que para la escritura de la que, tras un final que se encuentra entre lo mejor del film, su carrera como escritor no tiene la menor relevancia en la narración.
Además de ser una película capaz de reflejar el martirio del creador, las obsesiones y luchas entre la necesidad de expresarse, la ambición, la consecución y el ego, es en este caso importante la moraleja que deja Martín Cuenca tras casi dos horas de film: el camino sigue siendo lo más importante. No importará tanto que Álvaro logre el éxito que ha visualizado como autor de novelas 'de verdad', sino haber encontrado una vida adecuada a sus necesidades para ser feliz. De hecho, el propio Gutiérrez muestra en los últimos minutos del film una sensación de felicidad en su rostro que nos hace entender que, sin ser la estación de destino esperada por el espectador, en realidad el autor ha alcanzado su plenitud siendo sencillamente eso: un autor.