VALÈNCIA. Antes que nada, pido disculpas al lector por introducirlo en un asunto que le puede importar más o menos pero que tiene que ver más con la historia, geografía urbana y sociología del Distrito Marítimo de Valencia que con algo de interés general.
El asunto va de la naturaleza y relación entre sí de dos barrios de la Valencia marítima: El Canyamelar y el Cabanyal, constituyendo estas líneas una respuesta al artículo El Canyamelar, independent del Cabanyal? que el escritor y periodista Felip Bens publicó el pasado día 3 del corriente mes en este mismo medio. Vaya por delante además la amistad que el Sr. Bens y quien esto escribe nos profesamos.
Es especialmente llamativo que una solicitud que el colectivo vecinal “Canyamelar en marxa” le hace al Ayuntamiento de Valencia sobre la posibilidad de revertir la denominación oficial del barrio Cabanyal-Canyamelar a “el Cabanyal y el Canyamelar”, volviendo a ser administrativamente dos barrios, como así fue desde el siglo XVIII hasta hace poco más de tres décadas, reciba la callada por respuesta durante más de un año del equipo de gobierno municipal y , sin embargo, genere una desazón y un rechazo visceral en colectivos y vecinos del Cabanyal difícil de entender, siendo el citado artículo de Felip Bens un fiel exponente y catalizador de dicha actitud.
Sin pretender hacer una glosa exhaustiva de su escrito, sí comentaré los que creo son aspectos fundamentales del mismo, que se resumen en: a) la supuesta “independencia” que persigue el Canyamelar b) la poca entidad numérica de quienes reivindicamos la identidad sin añadidos del Canyamelar (“realment en són uns pocs”) c) el papel que la prensa está teniendo en la difusión de dicha reivindicación y d) el supuesto originador y beneficiario de este “conflicto”. Todos ellos articulados alrededor de un eje central que podemos llamar con toda propiedad pancabañalismo.
Antes de pasar a tratar esos temas, quisiera resaltar el fuerte aroma afectivo y sentimental que exhala el trabajo de Bens (“les raons que esgrimixen [“Canyamelar en marxa”] son molt discutibles des d’un punt de vista històric, pràctic, estratègic i sobretot sentimental” y, “no ho he racionalitzat”). Hay que recordar que el sentimentalismo es bueno para conmover pero poco útil para convencer. En este tipo de cuestiones hay que mostrar datos, más que sentimientos o impresiones.
Debo decir también que, en conjunto, su escrito adolece de falta de consistencia, quizá debido a ese exceso de subjetividad que todo lo basado en meras sensaciones y recuerdos genera, como cuando censura nuestra supuesta intención de romper una “unidad indisoluble” desde tiempos prácticamente inmemoriales: “Ja no és prou la fòrmula “Cabanyal-Canyamelar”; cal eliminar el guió, trencar una unitat que havia sigut indisoluble des dels primers assentaments extramurs del Grau; molt abans fins i tot de l’aparició documental del topònim Cabanyal (1422)” para afirmar, casi a renglón seguido: “El fet que les coses hagen sigut des de sempre – des d’algun moment en concret, en realitat – d’una forma determinada no significa, per se, que hagen de ser així per a sempre” y “En realitat, l’expressió “això ha sigut així tota la vida” amaga, al marge de subtilitats i contexts, una inequívoca militancia en la tradició, pero no es més que una fal.lacia: la vida es canviant” ¿En qué quedamos? Se censura que se quiera romper (cambiar) una “unidad indisoluble” constituida mucho antes de 1422 y después se elogia el cambio y que no promover o aceptar los cambios es nada menos que “una falacia”…
O, cuando basa su convicción de que el Canyamelar es una parte indisociable del Cabanyal en “la meua família, els meus amics, els pares dels meus amics i tots aquells als qui he conegut. I com totes aquelles coses que t'estimes de forma irracional, amb la força de les arrels i del cor, des que tinc ús de raó he tractat de saber més i més de la història, de la identitat i de la idiosincràcia de l'antic Poble Nou de la Mar. I tot açò no és cap constructe intelectual: m'estime el Cabanyal (com un poble únic i sancer, des de la Cadena fins al port), perquè és el sentiment que he mamat des de xiquet, i per a mi el Canyamelar és una part indissociable del Cabanyal. No ho he llegit, no ho he pensat, no ho he madurat, no ho he racionalitzat”.
Eso demuestra honradez intelectual por su parte pero no aporta ningún argumento que merezca ser tenido en cuenta en un debate, porque, incluso basándonos en la ley del número, cabe preguntarse: ¿cuántos son su familia, sus amigos, los padres de sus amigos y “todos aquellos que he conocido” que aseguran que el Canyamelar es una parte del Cabanyal? Porque, siendo muchos, ¿superarán a todos aquellos que, desde hace más de un siglo, participan en las procesiones de la Semana Santa Marinera agrupados en Hermandades, Cofradías y Corporaciones del Cabanyal y del Canyamelar (omitimos deliberadamente a los del Grau) que lucen en sus banderas y estandartes tanto su nombre como el de la parroquia a la que pertenecen y el barrio donde esa parroquia está ubicada? Siendo sus familiares y conocidos del Canyamelar ¿no veían cada año que las entidades adscritas a la parroquia de Ntra. Sra. del Rosario ostentaban – ostentan – el nombre de ese barrio en sus enseñas?, ¿acaso esos miles de personas a lo largo de tantos años estuvieron equivocadas y escribieron mal el nombre de su barrio?, ¿jamás preguntó el Sr. Bens a sus familiares, a los padres de sus amigos y a “aquellos a los que ha conocido” el porqué de ese error colectivo, repetido además anualmente hasta hoy?
No insistiremos más en la evanescente naturaleza de su constructo.
Básicamente significa que TODO el territorio que hay desde la Avda. dels Tarongers hasta la calle Francesc Cubells, es decir, el lugar que desde hace ya unos dos siglos y medio ocupaban las partidas (luego barrios del municipio Pueblo Nuevo del Mar) del Cap de França, el Cabanyal y el Canyamelar) es Cabanyal.
Es esta una tesis absolutamente falsa, débilmente basada en ciertos comentarios dispersos y sin autoridad alguna.
Incluso la citada referencia al cabanyal (así con minúscula) de 1422 (AHMV. sign. SMV, d3-28, fol. 29r., 04-06.1422) nada tiene que ver con los actuales Cap de França, Cabanyal y Canyamelar, cubiertos entonces por el mar por estar la línea de costa a muy pocos pasos de la primitiva iglesia de Sta. María del Mar en el Grau y de la ermita de Ntra. Sra. de los Ángeles en el después llamado Cap de França. Se trataba, más bien, de un reducido conjunto de chozas o cabañas en las que los pescadores, residentes principalmente en el núcleo fortificado del Grau o en la amurallada ciudad de Valencia, guardaban sus aparejos de pesca. Residir en la playa en aquellos tiempos era algo que, ni los más míseros del Gremio se aventuraban a llevar a cabo, debido tanto a las incursiones piráticas norteafricanas como a los temores supersticiosos que islas y costas inspiraban al común de aquellas gentes sencillas.
En el siglo siguiente, ese conjunto de chozas o cabañas es llamado “las barracas”, como las denomina Anton Wijngaerde, el dibujante paisajista flamenco al servicio de Felipe II, durante su visita a Valencia y alrededores en 1563.
No será hasta los años siguientes a 1786 cuando, debido a la firma del tratado de paz Hispano –Argelino y la consiguiente reducción, en su casi totalidad, de los desembarcos piráticos comienza a poblarse de manera estable la costa mediterránea, como ocurre en la playa del Grao, surcada por tres grandes acequias (el Riuet, de Gas y de los Ángeles), creciendo entre cada una de ellas una población dedicada principalmente a la pesca y actividades afines y cuando se definen, sin ningún género de duda, las partidas del Canyamelar, el Cabanyal y el Cap de França. Así lo manifiesta el plano ordenado levantar en 1796 por el entonces Gobernador y Capitán General de Valencia, Presidente de la Real Audiencia, director de la Real Sociedad de Amigos del País de Valencia y auténtico inspirador del proyecto del Pueblo Nuevo del Mar, Luis de Urbina y Ortíz de Zárate.
Marcos Antonio de Orellana emite, en 1800, una Memoria sobre el Canyamelar y el cultivo de la caña de azúcar para la Real Sociedad de Amigos del País de Valencia y el abogado y político José Martínez Aloy (alcalde de Valencia en 1907) describe con precisión el Canyamelar en su colaboración en la Geografía del Reino de Valencia (1924), dirigida por F. Carreras Candi. Todos estos autores muestran la diferenciada identidad nominal del Canyamelar y el Cabanyal.
Así fue igualmente durante la existencia del municipio independiente Pueblo Nuevo del Mar, compuesto por los tres citados barrios, separados físicamente por las acequias mencionadas. Tanto es así que una misma calle cambiaba de nombre en función del barrio en el que estuviera (como, por ejemplo, la “de la Reina” o “Libertad”en el Canyamelar, “San Rafael” en el Cabanyal y “Alameda” en el Cap de França).
De modo que eso de que “el Canyamelar es una part indissociable del Cabanyal” no es más que una entelequia anidada en algunas mentes calenturientas. Sin embargo, esas mentes han logrado influir en ciertas instituciones y colectivos que, quizá guiados por propósitos poco claros, han concedido carta de naturaleza a semejante despropósito, en unas ocasiones con cierto disimulo (llamar a todo Cabanyal-Canyamelar) y otras a cara descubierta, como han llevado a cabo en los últimos años entidades afines al propio Ayuntamiento de Valencia (ubicar el Teatre El Musical y la Plaza del Rosario en el “barri del Cabanyal” en el programa “Cultura als barris per a fer ciutat”). Todo lo cual es intolerable, por falso y manipulador, para los cañameleros y cañameleras conscientes de serlo.
Enunciado en el mismo titular de su artículo, el término “independencia” jamás ha sido usado ni por quien esto escribe ni por nadie de los que componemos el colectivo “Canyamelar en marxa”. No puede independizarse quien no es dependiente, y el Canyamelar no lo es – ni lo ha sido nunca – del Cabanyal. Eso es cosa de la prensa y, nadie mejor que el Sr. Bens, periodista en activo, conoce el poder de convocatoria de un titular llamativo, haga éste honor a la verdad o no. Él mismo lo ha hecho en su artículo.
Los vecinos del Canyamelar agrupados en “Canyamelar en marxa” lo único que pretendemos – y no como “intención última” – es que se modifique el nomenclátor y se le devuelva oficialmente a cada barrio su histórico y legítimo nombre: el Cabanyal y el Canyamelar, anulándose el híbrido y antihistórico “Cabanyal-Canyamelar”, pasando de ser un barrio a dos, como “toda la vida”, expresión tan poco grata a mi amigo Felip.
Es cierto que no somos muchos – exactamente, 332 - los vecinos que hemos solicitado formalmente al Ayuntamiento de Valencia el mencionado cambio administrativo en el nomenclátor de los barrios de nuestra ciudad – hace más de un siglo que ya no “som poble”, aunque aún hay quien lo cree así –, estampando nuestra firma en unos pliegos que acompañaron la petición. Muchos más hubieran firmado si no se hubiera difundido el malintencionado rumor de que todo aquel que firmara esa petición podría tener algún tipo de dificultad en caso de solicitar ayudas para rehabilitar su casa o local en el Canyamelar. Quede esto como anécdota infame de esta pequeña historia.
El último censo del Canyamelar muestra, grosso modo, unos diez mil habitantes, lo que sugiere que sólo poco más del tres por ciento de ellos solicitan fehacientemente la citada petición. Si extrapolamos ese mismo porcentaje aplicándolo a la población de la ciudad de Valencia (787.000 habitantes) se habrían obtenido unas 23.000 firmas lo que, aún siendo pocas, ya no estaría tan mal…
No es muy aconsejable menospreciar a las minorías por el mero hecho de serlo, además de recordar que no siempre la mayoría posee la razón o la verdad. En la Edad Media, la gran mayoría de la población pensaba “sensatamente” (lo que sus sentidos le sugerían cuando contemplaba el mar o una gran llanura) que la Tierra era plana. Sólo una exigua minoría pensaba de otro modo. El trabajo racional de unos pocos de entre aquellos pocos les dio la razón.
Sólo cabe decir que esas trescientas treinta y dos personas que estamparon su firma en un papel son unos valientes a quienes el equipo de gobierno municipal ha hecho caso omiso hasta el momento, desacreditándose absolutamente como promotor de supuestos “procesos participativos” al desoír un auténtico proceso participativo surgido del seno de un barrio histórico y trabajador.
Entre los endebles argumentos de Bens hay uno que llama poderosamente la atención a estas alturas del siglo XXI y es el papel de “la prensa” como corresponsable de la creación de un “nuevo conflicto” (la citada demanda ciudadana) que, si se sigue “sobredimensionando como ha sucedido hasta ahora” puede llegar a convertirse en una “cortina de humo que solape los problemas reales de este antiguo Pueblo Nuevo del Mar”. Es decir, como en tiempos que es mejor olvidar, “la prensa” es sospechosa de propagar insidias que pueden poner en riesgo los planes del sistema establecido. Flagrante contradicción, pues si una inocente petición vecinal llevada a cabo por unos pocos y a la que diversos medios locales le han prestado cierta atención es tan perniciosa como para generar “un nuevo conflicto” y afectar negativamente a todo un proyecto rehabilitador de los barrios Cabanyal y Canyamelar en el que participan las administraciones local, autonómica y hasta europea, flojo andamiaje tiene tan magno proyecto.
La conclusión a la que Felip Bens - y los por él representados - llega después de abstrusas cavilaciones es que la petición de unos vecinos de un barrio llamado Canyamelar a su ayuntamiento es una artera maniobra cuyo objetivo es “allanar el camino, en el futuro, a una hipotética vuelta de la derecha al consistorio”. ¡Qué poder les atribuye a esos trescientos! Ni que se tratara de los trescientos de Leónidas.
Lo bien cierto es que, desde hace décadas, el vecindario del Canyamelar ha sido sometido a un maltrato administrativo (manipulación oficial de su identidad histórica) constante por parte de las administraciones públicas valencianas, hayan estado éstas en manos del PSPV-PSOE, del PP o del actual tripartito (PSPV-PSOE-COMPROMÍS-EN COMÚ PODEM), contando siempre con la inestimable ayuda de entusiastas colaboradores, más o menos organizados, para adjudicarle – utilizando la patente de corso oficial “Cabanyal-Canyamelar – a un barrio hermano y vecino (el Cabanyal) ciertos elementos altamente simbólicos e intransferibles del Canyamelar (Teatre El Musical, Plaza del Rosario), marcando simbólicamente territorio y haciendo buena la falacia de que “el Canyamelar es una part indissociable del Cabanyal”.
Cuando surge un colectivo vecinal (“Canyamelar en marxa”), harto de tanta desvergüenza y soberbia, alza la voz y pide, respetuosa y cívicamente, el auxilio de su Ayuntamiento para reparar aquello que nunca debió ocurrir y que da pie a los abusos citados, surge, lamentablemente y con toda crudeza, el claro perfil del maltratador en esas personas y colectivos que no dudan en acusar a los maltratados de “creadores de nuevos conflictos” y en responsabilizarles de una serie de consecuencias casi apocalípticas para todos si persisten en su actitud reivindicativa. Vamos, el mundo al revés…
Amigo Felip, no veas gigantes donde sólo hay molinos y, si las poltronas municipales conocen en el futuro otras posaderas, no será por la sensata, justa y cívica reivindicación de un barrio sino por sus propios y reiterados errores y contradicciones.