La pinacoteca inaugura la Sala Sorolla con la práctica totalidad de sus fondos del pintor
VALÈNCIA. Que la mayor parte del fondo de Joaquín Sorolla no está en València no es ningún secreto. La Casa Museo, de titularidad estatal y ubicada en Madrid, es la principal institución gestora de su legado, con una rica colección derivada de la donación realizada por Clotilde García del Castillo. Aunque muchos sueñan con un traslado a València, lo cierto es que está donación está vinculada directamente al que fuera hogar de la familia, lo que hace prácticamente imposible esa idea de un gran Museo Sorolla valenciano. “No hay que empeñarse en reclamar que la Casa Museo esté en València, que no va a pasar, sino en poner en valor sus colecciones […] La realidad es la que es. Nunca vamos a poder tener la cantidad de colección que tiene la Casa Museo, pero creo que València, a través de sus instituciones, debe reclamar su figura”, explica el director del Museu de Belles Arts de València (Mubav), Pablo González Tornel.
Entonces, ¿qué pueden hacer las instituciones culturales valencianas para “reclamar” su figura? La pinacoteca lo tiene claro: abrir una sala monográfica dedicada al pintor. El museo abrió las puertas este viernes a la esperada Sala Sorolla, un espacio de colección permanente que presenta al público la práctica totalidad de los fondos del pintor de los que dispone, 46 piezas de las 54 que custodia. Aquellas que no forman parte del montaje, de hecho, es por cuestiones de protección, piezas más frágiles, acuarelas sobre papel o cartón, que no permiten su exhibición permanente. Con esta apertura, el Bellas Artes despliega todo su ‘poder’ en torno a Sorolla, una de las firmas claves de su colección y en su reciente proceso de reconfiguración del relato del museo, un rediseño centrado en los periodos del siglo XIX y XX con el que también se han abierto salas dedicadas a Muñoz Degrain, Pinazo y los Benlliure. “Hay determinados artistas a los que hay que reivindicar”.
La reciente adquisición de la Colección Lladró, que ha sumado varias piezas de Sorolla para el museo, o el propio Año Sorolla, mediante el que se conmemora el centenario de su fallecimiento, han servido de impulso para la recuperación de una Sala Sorolla que desapareció en 2019, un espacio que entonces se ubicaba en la planta baja y que ahora, explica el director, ocupa el lugar que le corresponde en el discurso del museo. Inicialmente anunciada para diciembre, el espacio ha abierto sus puertas casi medio año antes de lo previsto, un movimiento con el que, además, esperan generar un relato con la exposición temporal que actualmente acoge, que presenta los fondos de la Colección Masaveu, la colección privada con mayor número de piezas del pintor.
Esta “más que digna” sala se convertirá en el epicentro del sorollismo valenciano, una reivindicación del patrimonio local cuyo recorrido comienza, precisamente, en la no poco importante etapa formativa. El museo presenta la obra más antigua que se conoce de Joaquín Sorolla, el bodegón Naturaleza muerta, que pintó en 1878, cuando apenas era un adolescente. Esta obra, curiosamente, fue adquirida en el mercado por el fotógrafo Antonio García, quien más tarde se convertiría en su suegro y una de las figuras clave para su impulso. García animó al pintor a presentarse a distintos certámenes, entre ellos la pensión de la Diputación de València, una suerte de Erasmus gracias al que pudo entrar en contacto con la escena italiana. Este viaje fue un claro punto de inflexión para su carrera, aunque el camino no fue sencillo. Para ganar la plaza tuvo que pasar no pocas pruebas, una suerte de casting en el que tuvo que realizar distintas piezas que presentaba al jurado de manera anónima, una obras señaladas por unas letras asignadas por sorteo que, en el caso de Sorolla, fue la ‘J’. Alguna de estas piezas se presenta en la sala, a pocos metros de una de las más imponentes creadas por el pintor.
Yo soy el pan de la vida, adquirida con la Colección Lladró, es sin duda una de las joyas de la corona. La pieza, encargada en 1896 por Rafael Errázuriz para decorar su casa palacio de Valparaíso (Chile), es la pintura de temática religiosa de mayores dimensiones que se conserva del maestro valenciano, un cuadro que presenta a Jesucristo sobre una barca de vela latina, como la utilizada por los pescadores valencianos. Precisamente esta pieza se conecta directamente con la exposición temporal de la Colección Masaveu, que presenta la que, en palabras del director del museo, son “Las Meninas del siglo XX”, La familia de don Rafael Errázuriz Urmeneta, un retrato de gran formato de los más complejos pintados por el pintor. En torno a la pieza se integra una sección centrada en el paisaje que muestra la “versatilidad” del pintor, un espacio que acoge cinco pequeñas marinas y distintas escenas que nos transportan a la huerta, montaña, el Cabanyal o un escenario nevado.
Es la zona de retratos la más rica de la sala, que suma algunas de las principales piezas de la colección de la pinacoteca. Entre ellas, el Retrato de la tiple Isabel Brú, adquirido en 2020, una pieza que representa a la conocida artista valenciana, una gran diva que desarrolló su trayectoria profesional en el género chico y la zarzuela. También se muestra el retrato del que fuera el primer director del Museu de Belles Arts de València, Luis Tramoyeres; distintos retratos a la familia Benlliure o el exquisito e “íntimo” María convaleciente. Precisamente dos de sus hijos, María y Joaquín, son quienes protagonizan la pieza que cierra el recorrido, otra de las grandes joyas de la colección, Grupa valenciana. En la pieza los muestra vestidos con indumentaria tradicional valenciana y montados sobre un caballo, un Sorolla más “costumbrista” que también se ve Labradora valenciana.