A todo el mundo le gustan los rankings. A nosotros también. Por eso, estrenamos sección y lo hacemos con las reinas del mambo: las patatas bravas. Estas son nuestras favoritas.
Las listas nos ayudan a ordenar el mundo y también, reconozcámoslo, a no tener que pensar demasiado. Si hablamos de las cosas del comer, esta forma de clasificar platos, tipos de restaurantes o momentos de celebración nos puede facilitar mucho la vida. Y a ello queremos contribuir.
Cuando arrancó Guía Hedonista, en el 2016, hicimos algunos escarceos. Las mejores hamburguesas, las mejores pizzas, las mejores croquetas y por supuesto, las mejores bravas (ahora sabemos que no era el ranking definitivo). En aquel entonces, consultamos a voces autorizadas del universo gastronómico para emitir el veredicto, pero ahora, tras muchos años de entrenamiento, gozamos de autoridad suficiente para dirimir quienes entran en el olimpo de los dioses. Y aunque conscientes de que cualquier lista es injusta, nos tiramos al barro para escoger nuestro top 10 de cada uno de los platos que amamos.
Empezamos con ellas, las bravas. La tapa que suscita mayor unanimidad entre cualquier tribu urbana, proceda de donde proceda. La que pone de acuerdo hasta a las posturas más irreconciliables. De los pocos platos que el vegano del grupo celebra.
Humildes, sencillas, pero juguetonas. Siempre son bienvenidas. Y como en todo, tienen sus templos.
"¿A quién quieres más, a mamá o a papá?". Así nos hemos sentido mientras decidíamos a quien otorgarle el primer puesto. Si creían que la sociedad estaba polarizada, es que no han asistido al debate que ha dividido en dos al equipo hedonista. La posibilidad de pedir media ración Rausell y esa caída lujuriosa del allioli ha decantado la balanza.
Si Rausell es la lujuria, Ricardo es la elegancia. Más finas, más sutiles. Bien de aceite y pimentón (a algunos esa película oleoso no les va), es imposible no caer rendido. Cada semana salen de su cocina 240 kilos.
Las patatas de secano con las que hacen las bravas en Montaña se cultivan en los Montes Universales y se han convertido en una institución en El Cabanyal. Flanqueadas por salsa brava y allioli, la forma, el tamaño y el sabor de estas patatas las hacen inconfundibles.
Patatas mini cocidas, salsa harissa y allioli con un toque churrascado. El Creamet de bravas de La Aldeana tiene un toque exótico que las hace diferentes. En este bar del Cabanyal se atreven incluso a meterlas en su propio bocadillo: ¡Qué bravaridad! –no es un chiste malo, se llama así el bocata–.
Si las de Rausell eran lujuriosas, las de Amparín son directamente obscenas. Una cantidad indecente de salsa cubre las patatas con una receta familiar de hace más de 40 años. ¡Bien por los bares de siempre que no se andan con tonterías!
Ganadoras del primer premio a las mejores patatas bravas creativas en Madrid Fusión 2024, la propuesta de Vuelve Carolina que ha hecho Gonzalo Silla le da una vuelta de tuerca a esta joya de la gastronomía y las convierte en un puré de patata que luego fríen en la grasa del jamón. La salsa de chipotle ahumado, tomate, cebolla y ajo acaba de redondearlas. También la lámina de papada que las corona. Y pimentón del pueblo del jefe, obviamente.
Ricard Camarena ya demostró su dominio de las bravas en Centralbar, pero desde que Bar X abrió sus puertas, la forma en el que las preparan nos robó el corazón. Esas almendras laminadas por encima las hace únicas.
Un clásico del restaurante que tiene un poco de allá y de acá. Las bravas de Doña Petrona vienen con salsa de Chiles Hermanos (unas salsas artesanales elaboradas en Valencia). Crujientes por fuera y tiernas por dentro, son un vicio.
En el Carrer el homenaje se lo hacen a las bravas de Amparín, sin que la voluptosidad desborde el plato como en las de Patraix. Su salsa cremosa con sabor a pimiento del piquillo les da un punto extra.