Ana Becerro estudió publicidad y antes de comenzar su idilio con la hostelería, estuvo un tiempo organizando congresos médicos. Un verano trabajó en el restaurante Duna, donde conoció a Chemo que estaba en cocina. Ninguno venía del universo hostelero, pero la atracción por aquel mundo era evidente. Al año habían montado una franquicia de sushi de la que pronto renegaron. Llegó Gula donde, durante cinco años Ana aprendió los secretos de la sala. Luego, el primer Napicol, en Blanquerías sería la antesala del Napicol definitivo, en Meliana. Allí, junto a Anselmo y Chemo, han creado el restaurante que siempre soñaron, en el que, como la familia que son, consiguen que te sientas en casa.