VALÈNCIA. “Tenía la visión de mi cuerpo como una hoja que caía muy lentamente”, así explica Lucía Marote (Costa Rica, 1980) el origen de su última pieza, Fall, en la que esta bailarina y coreógrafa se vale de la danza contemporánea para recorrer diferentes estadios de la vida y realizar un alegato sobre la belleza existente en la vejez. Una belleza que es a menudo ignorada o menospreciada por no ir ligada a la tersura y el candor. Formalmente, la obra es un solo, pero Marote lo interpreta acompañada, en concreto, junto a la pianista Anna Barbero, que escolta sus movimientos mediante temas de Bach, William Bolcom y Alessandro Marcello. El espectáculo llega a la Carme Teatre la semana que viene, donde podrá verse los días 13 y 14 de septiembre, como parte del 'II Cicle escèniques LGTBI' que acoge la sala. Además, también impartirá un taller abierto a todos los públicos en el que dará a conocer las claves de su trabajo.
La esencia de Fall queda patente desde la propia elección del título: un término anglosajón que significa al mismo tiempo ‘otoño’ y ‘caer’. La costarricense se entrega sin ambages al juego de palabras y trata de explorar sus recovecos: “para mí simboliza un recorrido en el que no se puede volver atrás, no hay manera de retroceder”. “El otoño es, sobre todo, ese momento que sirve como una preparación para volver a empezar. Partí de esa idea de algo evolutivo y la conecté con una metáfora de la vida”, explica Marote, para quien la pieza se articula “en pequeñas fases: es un viaje formado por etapas y momentos que se traducen en distinta posibilidades de danza, en distintas energías conectadas con la música”. “Siempre empiezo a crear desde un lugar muy intuitivo y me gusta llegar a enclaves que no conocía de antemano. Aquí, la música me fue guiando en estos pequeños capítulos”, señala la coreógrafa.
Sin duda, una de las claves de la pieza es la conexión que se produce entre pianista y bailarina, un aspecto que Marote tuvo claro desde el principio. No valía con crear una lista de Spotify, es evidente. “Yo sabía que no quería una grabación, quería una música viva. Es más, quería a una mujer que me afectara con su forma de tocar y que se sintiera afectada también por mi interpretación. En ese momento entró Anna Barbero: hubo un entendimiento inmediato, nos dimos cuenta de que queríamos hacer esto juntas y ahora es un elemento fundamental de la obra”. Al principio ensayaba mediante grabaciones, ya que Anna vive en Italia, "cuando pudimos practicar juntas la pieza se transformó: para mí no era lo mismo bailar sintiéndola a ella y ella me contaba que nunca se le hubiera ocurrido tocar algo de Bach de la manera en la que lo estaba tocando si no me hubiera tenido a mí delante”. “Aunque no es una pieza basada en la interacción entre nosotras, es algo que está muy presente. Para mí no tendría sentido representarla en público sin ella”, indica.
Fall constituye, ante todo, una reivindicación de la belleza que se manifiesta en cada una de las etapas de la vida, especialmente en las de mayor madurez, aquellas que a menudo parecen desterradas de la vida pública. Una defensa de la piel que se arruga y el cabello que encanece. “A través del baile, hago un recorrido desde la belleza más formal, con movimientos casi acrobáticos, y esa otra belleza más sutil, que viene de dentro, y que no tiene una forma tan definida, pero que igualmente se puede percibir. Se trata de una belleza tranquila que se corresponde con la senectud”, explica la bailarina.
La "barrera mental" de la edad en la danza
La relación entre edad y danza es simple una cuestión compleja, espinosa. En este sentido, Marote señala la existencia de dos barreras diferentes: por una parte, la social “que nos dice que a partir de cierta edad ya no podemos bailar, que valemos menos porque nuestro cuerpo empieza a cambiar y no se pueden acometer la mismas barbaridades que hacías antes. Eso es una barrera mental, que, en el fondo, es muy cruel". "En la danza contemporánea existe, pero mucho menos que en la clásica, donde te exigen siempre un grado de virtuosismo muy alto”, apunta. La otra barrera es la propia condición física, “yo tengo 38 años, todavía soy joven, sin embargo, empiezo a ver que voy entrando en otra fase. Hay que asumir que debes dejar de hacer ciertas cosas con tu cuerpo y quizás realizar otras más sencillas pero también más plenas. Tienes otro peso, tu presencia es otra, has vivido nuevas experiencias…”, señala la artista. Un proceso en el que, de nuevo, se encuentran gemas de belleza: “Creo que es muy hermoso ver a alguien de 50 o 60 años bailando con toda esa vida detrás; igual de hermoso que puede ser ver a alguien de 20 bailando con toda su vida por delante. Pero culturalmente nos han enseñado a apreciar más la belleza joven que la madura. A mí personalmente, cada vez me llega más esta segunda”.
Y a pesar de que embarca al espectador en un trayecto a través de la existencia, la pieza también establece vínculos muy intensos con la idea de “vivir el presente”, con la condición efímera del ser humano. “Aunque pensemos que todos es muy seguro, que tenemos el suelo bajo nuestros pies, no sabemos qué va pasar mañana o dentro de cinco minutos. La única opción es entregarse a lo que está pasando en este instante. Me doy cuenta de que los movimientos que hago al inicio de la pieza, probablemente no pueda seguir haciéndolos dentro de unos años”, indica Marote.
Fall supone su vuelta a la danza individual tras duetos como Downtango y Anatomía de un sentimiento o el espectáculo grupal Elteni. “Después de trabajar sola, hay un punto en el que siento la necesidad de estar con alguien, pero también es interesante preparar números sin más gente, porque debes enfrentarte tú a muchos retos sabiendo que nadie va a venir a rescatarte. Los solos son trabajos muy íntimos, muy personales, en ellos siempre estás descubriendo nuevas cosas sobre ti mismo, incluso mientras representas la pieza ante los espectadores”, señala Marote. De igual modo, al bailar con otra persona, la actuación se vuelve "más amplia, parece que tu cuerpo vaya más allá de los límites de tu piel, ahí radica su atractivo. Esa sensación de traspasar tus propios límites resulta muy enriquecedora cuando vuelves a trabajar en solitario”.
Tras el éxito, la liberación
El anterior solo de Marote fue El pie, pieza que supuso un punto de inflexión en su carrera y con la que logró distintos galardones. Lo que se conoce como un éxito profesional. Seguir trabajando a partir de ahí no fue sencillo, había muchos expectativas que cumplir: “Al principio sentía muchísima presión porque no sabía muy bien cómo debía reaccionar. Y es curioso, porque lo primero que hice fue ‘cagarla’, empecé a preparar una pieza que no funcionó bien. Eso fue como una liberación, me había despojado de esa tensión y era libre”. No hay espacio aquí para hablar del fracaso, “no creo que se que se tratase de eso: simplemente vas dando pasos en tu vida y aprendiendo un montón. En realidad, esa mala experiencia fue como un regalo porque me dejó el camino más despejado para continuar caminando”.
Cualquier conversación sobre danza contemporánea lleva, inevitablemente, a abordar la gran cuestión capital, el tema de los temas, la madre del cordero escénico: la atracción y consolidación de nuevos públicos. Preguntada al respecto, la bailarina es optimista “creo que cada vez nos vamos a acercando más al resto de la sociedad. La gente que no tiene experiencia con este tipo de baile y se aproxima a observar piezas de calidad sale muy sorprendida, te hacen preguntas sobre tu forma de trabajar…Lo esencial es mantener esa puerta abierta”. Eso sí, reconoce que, en ocasiones, la danza contemporánea “tiene un lenguaje muy poético que no es fácil de integrar”. Precisamente en ese plano cobra especial relevancia la iniciativa de impartir un taller abierto a todos los públicos como evento paralelo a su paso por la Carme Teatre. A través de esta actividad, Marote busca “llegar a todo tipo de público, a personas pertenecientes a ámbitos y colectivos muy diferentes de la sociedad. Los bailarines no tienen el acceso vetado, obviamente, pero la idea es conseguir una afluencia heterogénea". Eso sí, si alguien espera un curso exprés para convertirse en estrella de la danza, se verá decepcionado “no estoy diciendo que cualquiera que venga podrá hacer en diez minutos los movimientos que yo hago, es una manera de ayudar a mirar”.
¡Una bailarina de Costa Rica! ¿Cómo será allí el panorama entre bambalinas? Marote admite que, aunque se se inició en la danza en su tierra natal, lo cierto es que no mantiene mucha conexión con la escena artística del país latinoamericano.“Es algo que me gustaría cambiar”, reconoce. “La mayor parte de mi carrera la desarrollé al llegar a Madrid, allí empecé a entender mis verdaderos intereses, fue como un momento de volver a nacer. Desde hace un tiempo, estoy intentando prestarle más atención y, por lo que he visto, la danza independiente lo tiene bastante complicado. Pero hay mucha energía creativa, hay un movimiento muy grande de gente joven con muchísima vitalidad que intenta sacar sus proyectos adelante”, apunta la coreógrafa. Por el momento, sigue bailándole a la vida y al invencible paso del tiempo desde esta orilla del Atlántico.