Lo imposible no es la vecindad de las cosas, es el sitio mismo en el que podrían ser vecinas.
M. Foucault.
VALENCIA. El valenciano Ignacio Pinazo Camarlench (1849-1916) de cuya muerte se cumplen cien años en 2016, no es solo un excepcional artista de su tiempo por derecho propio. Es un explorador avanzado de la modernidad y uno de los poquísimos pintores españoles cuyas intuiciones pueden servir como soporte a una reflexión etimológica sobre las vanguardias europeas. No porque Pinazo constituya un antecedente o una fuente de inspiración para las mismas, sino porque él haya podido participar de algunas de sus intuiciones a través de los múltiples cauces por los que el entendimiento humano es capaz de generar sus presagios.
Toda visión creacionista del arte debe ser rechazada por su esoterismo y por su falta de rigor. La causalidad científica nos demuestra que ninguna cosa, ni siquiera la más original o innovadora, puede haberse engendrado a partir de la nada. Conviene recordar este principio en el momento en que importantes instituciones museísticas están consolidando procesos de definición y reordenación de sus colecciones (Museo Nacional del Prado / Museo Nacional de Arte Reina Sofía) y no perder de vista que el arte requiere visiones de conjunto capaces de enlazar sus diferentes momentos creadores. Pinazo está presente en la colección en el IVAM desde su fundación, pero en ocasiones su presencia se ha considerado un lastre al no encajar por completo en el discurso moderno del centro. Que Pinazo es un creador al límite viene destacado por el curioso hecho historiográfico de que una de sus obras más emblemáticas (Últimos Momentos del Rey Jaime) data precisamente de 1881, año del nacimiento de Pablo Picasso y fecha que establece, además, el criterio diferencial que separa respectivamente las colecciones de los dos museos de arte más importantes de nuestro país.
El Museo Valenciano de Arte Moderno ha dedicado un buen número de muestras y publicaciones en torno a Pinazo, pero la que ahora se ha inaugurado con motivo del Año Pinazo (el ambicioso programa de actividades que conmemora los cien años de la muerte del pintor valenciano) sobre Pinazo y las Vanguardias, Afinidades Electivas tiene un carácter muy especial por no tratarse de una reflexión sobre el conjunto de obras de Pinazo en el IVAM, sino sobre la relación en la que dichas obras se encuentran respecto a las obras de otros autores modernos de la colección del museo.
Con motivo del Centenario el museo valenciano ha rebautizado como Sala Pinazo la antigua Sala de la Muralla de la sede de la institución, cediendo al pintor de Godella no solo uno de los espacios de mayor dimensión, sino el más vinculado a las estructuras arqueológicas de su edificio. Ese simbolismo histórico de la recién inaugurada Sala Pinazo (a cuyo través transcurre una importante sección del antiguo muro de la ciudad), resulta ser un factor que empatiza y refuerza especialmente la vocación de la muestra, a cuyo itinerario se accede físicamente por la ciudad tradicional y del que se sale por la ciudad moderna.
El desafío de la muestra ya no era explicar la cuestión de Pinazo en la colección del IVAM, sino otro más diverso y complejo no abordado hasta ahora: Pinazo y la Colección del IVAM, o lo que es lo mismo, Pinazo y el arte moderno. Esta exposición propone un diálogo entre Pinazo -un artista de la segunda mitad del XIX- con artistas representativos del siglo XX que nunca se conocieron. Esta confrontación visual y búsqueda de afinidades entre una serie de obras pone de manifiesto cómo el lenguaje de la imagen, de la mancha, el gesto y el signo que Pinazo elabora presagia aspectos que van a alcanzar pleno desarrollo muchos años más tarde.
Lo más inesperado y sorprendente es que el artista valenciano soporta con la máxima dignidad una heterogénea vecindad (Picasso, Julio González, Saura, Pancho Cossío, Miquel Barceló, Herbert List, Ramón Gaya, Manolo Gil, Sonia Delaunay, Esteban Vicente, Soulages) que difícilmente sostendría otro creador español de su generación. Los artistas que con mayor número de piezas se confrontan, constituyendo esta selección una exposición en sí misma, son Pinazo y Julio González, los dos pilares de la colección del IVAM que no habían viajado juntos hasta la fecha.
En la exposición se ha establecido un juego de afinidades y contrastes de la obra de Pinazo con la pintura, la escultura y la fotografía. Pero la posibilidad de relación o diálogo no se agota en estas disciplinas, sino que el lenguaje cinematográfico y experimental puede ser también coincidente con las búsquedas de un artista plástico o ser fuente de inspiración. Hoy se sabe bastante acerca de la influencia mutua entre la pintura y la fotografía, al igual que entre el cine y las artes plásticas. Pero son muy atípicos los ejemplos de pinturas realizadas antes del nacimiento del séptimo arte que sean susceptibles de ser equiparadas a un fotograma. Uno de esos raros casos coincidentes es La Salida de Misa, pintada por Pinazo en 1890, una de las obras más importantes de la exposición y uno de los cuadros a partir de los cuales se han derivado algunos de los hallazgos más significativos vinculados al prolongado periodo de investigación que ha sido necesario para producir esta muestra.
Pinazo fue un artista flâneur, un observador impenitente que se complacía tanto en el detalle como en reflejar el movimiento de los grupos humanos en los ámbitos de sociabilidad. El pintor se posiciona por lo general en un punto distante que le permite observar en panorámica, desarrollando en muchos de sus trabajos un encuadre fotográfico, incluso iríamos más allá viendo en el pintor valenciano más a un cámara que a un fotógrafo, una mirada cinematográfica, que va tomando distintos planos de la historia o del transcurrir cotidiano, como sucede en el Carnaval en la Alameda. De ahí el valor documental que tienen muchas de sus pinturas y dibujos.Tanto en los temas como en el encuadre Pinazo tiene una afinidad con la mirada de los impresionistas franceses. Como Pisarro, Monet o Renoir siente una especial predilección por captar la imagen en movimiento.
Retirado de Valencia e instalado en Godella, la pequeña población rodeada por la huerta, encuentra allí una vida apacible y tranquila cuya excepcionalidad venía marcada por el calendario festivo o el bullicio que en un día de fiesta podía generarse en torno al templo. Y eso es lo que pinta Pinazo, la masa de fieles que sale del templo un domingo y se apodera de la plaza. Pinazo toma notas de ese espectáculo visual en movimiento para trasladarlo a un cuadro de gran formato que sugiera perfectamente el ritmo de la escena con un lenguaje absolutamente moderno a base de manchas y emborronamientos. Sobre el tema de la salida de una iglesia tiene distintas composiciones donde puede registrar la simple salida de los fieles, el inicio de una procesión, un funeral o el disparo ruidoso de una mascletá que le permite hacer estudios sutiles de los efectos del humo.
En el cuadro que ahora nos interesa el artista ha esencializado su lenguaje plástico y lo reduce a un juego de manchas en perspectiva que convierten el motivo costumbrista en un análisis que desestructura lo trivial del relato o lo eleva a pura investigación plástica.
El sentido plástico de ese mismo movimiento que Pinazo desarrolla en la citada Salida de Misa, está presente también en numerosas obras de la creación moderna y es el protagonista de uno de los iconos de la cultura universal, la primera obra cinematográfica de la historia: La Salida de los Obreros de la Fábrica, registrada por Louis Lumière en 1895 en Lyon. Una obra con la que la composición de Pinazo mantiene una inquietante familiaridad o afinidad.
Cinco años antes que Lumière, Pinazo había ideado una composición pictórica en la que se expresan numerosos rasgos del orden espacial y del dinamismo de la imagen principal de la película generando una evidente asociación visual entre ambas composiciones.
Las obras de Pinazo y Lumière se ordenan ambas por relación al cuerpo central de una puerta (iglesia/fábrica) cuyo fondo está sumido en la penumbra y desde el cual una pequeña multitud afluye hacia el exterior del edificio, dispersándose en múltiples direcciones en un efecto característico que da a las dos obras una inquietante similitud, como si cualquiera de ellas hubiera servido de inspiración a la otra, pero siendo previa la del artista valenciano.
A partir de esta centralidad de la puerta de salida, otros ejes espaciales de la superficie se despliegan de forma prácticamente paralela. En ambas escenas vemos una franja inferior apaisada de anchura similar que discurre paralela al listón horizontal del marco, encuadrando la escena dentro de unos límites de análogas proporciones.
Otros elementos más secundarios contribuyen a reforzar la asociación de imágenes. Algunos personajes de la escena se encuentran apostados en coordenadas casi idénticas. Los elementos verticales del ventanal y del árbol se sitúan a distancias muy similares de la puerta central. También el parecido atavío de los personajes, que se explica por el hecho de que los trabajadores de Lumière se habían vestido de domingo para la ocasión de ser registrados por el primer funcionamiento del cinematógrafo.
Más allá de la coincidencia temática, la cinética visual de ambas creaciones se inspira en el prototipo de una misma aproximación moderna al fenómeno del movimiento. Dicho de otro modo: la forma de manifestarse las imágenes en la retina interna del pintor Pinazo no es ya la de una fotografía, sino la de un fotograma que se ha sustraído de una película en movimiento.
Por si esto fuera poco, el inusual ancho de la obra en relación con su altura (149x53,5cm) otorga al lienzo unas dimensiones que reproducen (con una insignificante desviación de dieciocho centésimas) el formato cinematográfico del Cinemascope, patentado en 1953. Hecho que nos conduce al fortalecimiento de una de las principales hipótesis de la exposición: la inusual capacidad de Pinazo de plasmar autónomamente determinadas intuiciones ratificadas por el curso posterior de la historia del arte.
*Javier Pérez Rojas es comisario de la exposición Pinazo y las vanguardias. Afinidades electivas y director científico del Año Pinazo, Carlos González Triviño es filósofo y coordinador general del Año Pinazo.