VALENCIA. Café Kafka, con música del valenciano Francisco Coll y libreto de la australiana Meredit Oakes, se plantea como una reflexión sobre la soledad en el mundo actual. Los personajes de esta ópera están solos aunque aparezcan acompañados en un café, aunque liguen más o menos, y aunque las calles de su ciudad, que se perciben tras la cristalera del local, estén llenas de tráfico. Además de solos, deambulan siempre buscando algo, pero no llegan a encontrarlo nunca. Ni siquiera con la muerte, según explica Gracchus, el difunto cazador que aparece cual fantasma emergiendo de la barra del bar: allá se sigue errando sin alcanzar la redención de un final definitivo.
Meredit Oakes escribió el libreto apoyándose libremente en Kafka. De ahí el nombre del café, y de ahí el que pueda reconocerse en el texto la sombra de Josef K. (protagonista de El proceso). Este se enfrenta, también inútilmente, a trámites sin fin para librarse de un procedimiento judicial del que desconoce todo y que nunca terminará.
La ópera se estrenó en Londres el 29 de abril de 2014, en una coproducción de la Royal Opera House, el Festival de Aldeburgh y la Opera North de Leeds. Les Arts ha presentado una nueva producción en la sala Martín i Soler, con dirección escénica de Alexander Herold. Decorado y vestuario evocan las pinturas de Mondrian, utilizando sus característicos colores puros separados por líneas negras. No hay foso ni telón. Los diez instrumentistas y el director se sitúan al fondo del café, mientras cantantes y figurantes desarrollan la acción en planos más próximos al espectador. Como está tapado el foso de la orquesta, se llega sin solución de continuidad hasta la primera fila de espectadores, convirtiéndolo todo en un espacio único.
La separación radical de colores que se da en las pinturas de Mondrian podría simbolizar la ausencia de contacto entre unos personajes que, a pesar de sus búsquedas, no se encuentran jamás. También sirvieron, en este sentido, las proyecciones, sobre la ventana del local, de lo que parecían obras del expresionismo abstracto americano, así como los movimientos corporales de los actores-cantantes, unas veces rígidos, otras descontrolados.
La música, por su parte, presentó aristas que transmitieron soledad, vértigo y desasosiego. No es un mundo feliz este que viven los parroquianos del Kafka. Coll consigue ser eficaz en la creación de ambientes y situaciones, pero quizá la mejor virtud de su música sea la transparencia. Tanto las líneas vocales como la escritura para el grupo de cámara están perfectamente calibradas en cuanto a timbres y alturas, de forma que su combinación produce un efecto límpido y claro, y no es esta una habilidad frecuente en un músico tan joven (28 años cuando la compuso). El tratamiento de la voz exigió a varios cantantes moverse en los extremos de la tesitura, a veces con saltos interválicos de complicada afinación, y una línea melódica difícil de memorizar. Destacaron especialmente, como voces, las de Elisa Barbero y Míriam Zubieta, pero es preciso subrayar el notable perfil que, como actores, lograron todos los participantes. El grupo de cámara que les acompañaba estuvo dirigido por Christopher Franklin, que lo ajustó perfectamente a los cantantes, tanto en el aspecto métrico como en el expresivo.
La obra dura unos 40 minutos, y quizá resulta demasiado corta para el ambicioso conflicto dramático que se plantea en ella. En cualquier caso, debe recordarse que esta es la primera ópera compuesta por Coll, y es posible que haya optado por una loable prudencia en cuanto a la longitud. El músico valenciano tiene tras de sí, por otro lado, un catálogo destacado en el campo sinfónico, camerístico e instrumental, a pesar de su juventud. Han interpretado obras suyas, entre otras, agrupaciones tan importantes como la Filarmónica de Munich y las Sinfónicas de Seattle, Londres y Friburgo, la Scottisch Symphony Orchestra y el Ensemble Intercontemporain. En cuanto a Valencia, fue compositor residente de la Jove Orquestra de la Generalitat, que estrenó su obra No seré yo quien diga nada (2010), mientras que en 2011 presentó In extremis. Ambas obras fueron encargadas por el Institut Valencià de la Música y dirigidas por Manuel Galduf.
Las cuatro representaciones de Café Kafka están dedicadas a la memoria de Inmaculada Tomás, directora del mencionado Instituto, que falleció hace ahora un año. Es esta la primera vez que se representa en Les Arts una ópera de un compositor español vivo, y ella propugnó la inclusión de este título en la programación del recinto. La función del día 25 se hace en colaboración con el festival de música contemporánea Ensems, del que Tomás fue, durante muchos años, una infatigable impulsora.
El valenciano Ernest Gonzàlez Fabra publica L’òpera oblidada, un libro que engrosa el patrimonio musical valenciano realizando una crónica de la ópera que se veía y se escuchaba en València en los tiempos de Fernando VII. Un análisis completo y detallado de todo lo que sucedía entre bambalinas en los años 1801 y 1833