VALÈNCIA. Nuestra identidad se puede leer a través de las imágenes. El archivo fotográfico del Museu Valencià d'Etnologia (L’ETNO) es un fondo documental que reúne treinta años de fotografías que buscan crear conciencia de la importancia del patrimonio visual para la construcción de la memoria colectiva de las comunidades.
La fotografía aquí trasciende de su función estética y se analiza en clave etnológica, prestando atención a cómo fueron difundidas las imágenes y el porqué de su razón de ser, si atendían a necesidades informativas y exhortativas o bien eran sencillamente un álbum de recuerdos domésticos.
Desde el pasado mes de octubre, se puede acceder a un resumen bien hilado y contextualizado de estos fondos a través de la exposición Universo de imágenes. Colecciones fotográficas de L’ETNO. La exposición es un paseo de temática variada en el que la mirada antropológica es entendida desde la amplitud y la transversalidad. Ha sido comisariada por Pau Monteagudo, con Andrea Aguilar como ayudante de comisariado, el diseñador Manel Flor y Mati Martí en el diseño interactivo que redondea la exposición brindando a los visitantes la posibilidad de llevarse su propio archivo fotográfico con imágenes de la exposición y dejando su imagen en una suerte de photocall espacial. “En la acción final, gracias a un proyector las estrellas te atraviesan para formar la verdadera memoria que hay detrás. Se entreteje todo, ratifica esta idea de memoria común, el concepto final que sobrevuela la exposición”.
Pau Monteagudo explica que la relevancia didáctica que tiene el archivo fotográfico dentro de L’ETNO es “Recuperar, conservar y difundir la documentación fotográfica de espacios y actividades que aporten conocimiento sobre el pasado reciente de nuestro territorio y sus procesos de cambio. Esta tarea tiene sentido por sí misma, además de ser un recurso importante para investigaciones presentes y futuras relacionadas con las ciencias sociales así como para el diseño de exposiciones y cualquier otro recurso de difusión”.
“En el recorrido planteado, cada colección nos muestra una visión particular y al tiempo dialoga con las otras. Cada una, desde su posición, van trenzando ese tejido compartido en forma de universo de imágenes que entendemos como memoria visual”.
El acceso a la exposición se hace a través de un cuarto en penumbra en el que hay dos instalaciones artísticas, la primera, Universo, de José Manuel Bellido y la otra, Piedras-meteoritos, de Isabel Bonafe. “Siempre se intenta iniciar con algo rompedor. Empezamos con dos artistas andaluces, que trabajan con la idea de la memoria, del archivo. Les invité a hacer la instalación con material del archivo fotográfico de L’ETNO. Nos sirve como relato, un relato sobre la idea del universo, donde todas las culturas han mirado y han colocado allí a sus mitos y héroes. Pero además de mirar al universo para encontrar respuesta a las cosas más trascendentales, mirarlo es asomarse al pasado”.
Las piezas artísticas reproducen las texturas propias de los cuerpos celestes, incidiendo así el nombre de la exposición. “La metáfora es darte cuenta de que toda esta trascendencia está contenida en el mismo objeto fotográfico, por eso existen los archivos, por eso prestamos tanta atención a los materiales, una vez tomamos conciencia de la referencia espacial, entramos en la sala, que reproduce la estética de un archivo”.
Ciencia, profesionales, instituciones, divulgadores y doméstica son las cinco secciones de la exposición que conforman un total. “Buscamos hacer didáctica del archivo. Hay una idea poética que es que cada colección es una visión propia, una galaxia, y todas juntas hacen un universo, cada colección es su pequeña galaxia”.
Las imágenes domésticas contenidas en esta exposición nos hablan de lo cotidiano: amores, acontecimientos familiares, celebraciones, vida laboral y otros momentos comunes. Además del instante que contiene la fotografía, el objeto en sí tiene más lecturas. “Dentro de la materialidad de los objetos quedan marcados nuestras afinidades, sentimientos. Lo vemos en las fotos rotas, cortadas para quitar el rostro de una persona, rotas por el uso de llevarlas siempre encima… la fotografía como documento en el que quedan arqueológicamente esos trazos”.
En el texto de la exposición leemos que “las fotografías han sido explicadas como prueba y testigo de lo pasado, como expresión estética de la subjetividad y como una herramienta de representación, pero también como nos señala el sociólogo Pierre Bourdieu, son un proceso y una práctica, una forma de relacionarse”. Monteagudo lo matiza: “Esa idea puede tener muchas ramificaciones. Es importante tener presente que la mayor parte de fotografías a lo largo de la historia no se han hecho bajo un criterio de artisticidad. Entender la fotografía como una herramienta para diferentes usos, analizar esos usos, nos permitirá una comprensión más nítida del significado de las imágenes”.
Durante la visita encontramos fichas similares a las fichas de archivo, que nos explican el tercer nivel de información, una capa más que nos remite a las funciones documentales y etnográficas que tiene la fotografía. Esto cobra especial relevancia en la primera sección, la dedicada a la ciencia. “Se explica la importancia de la fotografía para la ciencia. La fotografía se presentó en la academia de ciencias, como un documento científico, que sirve de apoyo para la veracidad, para dar un veredicto sobre lo que es real y lo que no”.
“La fotografía antropológica nos trae imágenes de los procesos y también, de esos objetos en uso. Antes se conseguían pero deslocalizados. Se impulsó el estudio de trabajo de campo y un grupo de etnógrafos recorrió la Comunidad Valenciana para documentar las actividades y objetos rurales. Es muy interesante que la fotografía puede transformar un objeto popular en un objeto patrimonial”.
En la sección de profesionales podemos contemplar parte de la obra de Vicente Tortajada, José Cabrelles y Francesc Jarque. “Tortajada fue un desconocido, a pesar de que hacía grandes fotos a nivel estético. A través de su cónyuge, Alicia Caro, nos llegó esta colección. Alicia nos contó que él tenía la idea de hacerse un archivo gigante para trabajar con editoriales, lo que sería un photostock, pero analógico. Fue un personaje bohemio, que trabajó con el artisteo de la época”.
Cabrelles fue fotoperiodista durante los años 20 y 70. Tras la Guerra Civil, fue contratado como fotógrafo oficial del Ayuntamiento de València para documentar los actos oficiales. “Era famoso por ir con una escalera y tomar imágenes picadas. No era muy alto”.
“Jarque es el ejemplo contrario a Tortajada, un ejemplo de cómo es esencial saber relacionarse socialmente en el mundo de la fotografía para comunicar los proyectos y conseguir apoyo económico”. Gracias a la financiación de la Diputación y la Generalitat pudo publicar numerosos libros y trascender a la historia de la fotografía valenciana.
“Es una obviedad decir que vivimos en un mundo donde la comunicación es eminentemente visual. Crear imágenes forma parte de los procesos de representación y de afirmación cultural, y esto es algo que viene ocurriendo desde hace muchas décadas, casi desde la misma invención de la fotografía. Aficionados, profesionales, familias, empresas e instituciones han creado imágenes como parte de sus procesos de afirmación identitaria y del presentarse hacía fuera”.
“En una sociedad cuyas identidades están cada vez menos cerradas, indefinidas y en proceso de evolución continua, preocuparnos por recuperar y estudiar la documentación visual que desde nuestro territorio se ha ido generando desde diversos frentes, es una parte fundamental para explicar y entender estos procesos de cambio”.
El Premio EMYA (European Museum of the Year Award), instaurado en 1977, es el de mayor prestigio dentro del mundo de los museos y lo han ganado centros como el Museo de la Mente (Haarlem, Países Bajos), el Museo del Diseño (Londres, Reino Unido), el CosmoCaixa, el MARQ-Museo Provincial de Arqueología de Alicante o el Guggenheim de Bilbao.