Los norteamericanos Man or Astroman?, cabezas de cartel de la próxima edición del Surf O Rama, pertenecen a una la larga estirpe de grupos obsesionados por el espacio exterior
VALENCIA. La fascinación de los músicos por la astrofísica y los fenómenos extraterrestres es similar a su proverbial atracción por el ocultismo. Viene de largo y se extiende trasversalmente a través de los géneros. En la línea temporal que separa al compositor clásico Gustav Holst (autor de la suite en siete movimientos “Los planetas”) del dúo de electrónica Daft Punk encontramos todo tipo de evocaciones futuristas y cosmológicas. Algunas son transitorias, pero en otras la impregnación es total: invade la música, las letras e incluso el lenguaje con el que el grupo se dirige a los fans y a los medios de comunicación. En algunos casos excepcionales como el de Sun Ra, la mímesis era tal que de hecho el músico norteamericano aseguraba tenazmente haber nacido en Saturno. Pero a eso llegaremos un poco más tarde.
Cuando a este interés por los misterios del Universo se le suma cierta vocación cómica y una gran afición por las películas de ciencia ficción, es cuando surgen grupos como Man or Astroman? En la década de los noventa, el cuarteto de Alabama se ganó a pulso su categorización como banda de culto. A muchos nos embaucó su graciosa aleación de punk, surf rock de los sesenta, sintetizadores analógicos, theremines y bobinas de Tesla. Escafandras, cajas de cartón conectados a cables y samplers con voces robotizadas emitiendo instrucciones técnicas a lo loco. La estética de MOA debe tanto a las series de televisión de serie B como a Devo, y sus conciertos son literalmente incendiarios (lo habitual es que terminen prendiendo fuego a una impresora de los ochenta o a otra aberración “prehistórica”).
Surgidos dentro de la ola de recuperación del surf rock de los noventa, el cuarteto norteamericano firmó discos excelentes como Is it… Man or Astroman? (1993), Destroy all astromen!! (1994); Experiment Zero (1996) y EEVIAC: Operational Index & Reference Guide, Including Other Modern Computational Devices (1999). Sin embargo, una vez traspasada la barrera psicológica del año 2000, como si un fallo computacional apagase sus fusibles, la banda desapareció del mapa. Aterrizaron de nuevo en la Tierra en el año 2010 con motivo de una serie de conciertos (uno de ellos en el Funtastic Carnival Festival de Benidorm) a los que siguió, en 2013, la publicación de su primer LP en una década, el excelente Defcon 5…4…3…2…1.
Este último disco, que presentarán por primera vez en Valencia durante el próximo mes de mayo durante la XIV edición del festival Surf O Rama, incorpora interesantes novedades sobre el sonido original del grupo. El sello identificativo del surf rock sigue estando presente en algunas de las canciones (“Antimatter Man”, “All Systems to Go”), pero sin renunciar a explorar otras latitudes. Hay en este álbum tímidos guiños a la música de baile y a los sonidos abrasivos de bandas de neo grunge (pero sin el tormento suicida).
La cola de cometa de Man or Astroman? es alargada y nos conduce a otras bandas de la época como The Aquabats, así como a proyectos musicales más recientes como el de los madrileños Ángel y Cristo. Aquí manda el cachondeo pero, ¿qué otros usos tiene la ciencia-ficción en la música?
Como decíamos anteriormente, en realidad Man or Astroman? no dejan de ser unos discípulos aventajados de Devo, solo que con menor retranca política. No era el optimismo tecnológico precisamente lo que movía a estos pioneros del pop electrónico. Su aproximación a la estética sci-fi era esencialmente cómica –los icónicos sombreros de plástico rojo, los uniformes-, pero tanto las letras como la indumentaria y las coreografías no eran sino una irónica embestida contra una sociedad de-evolucionada y represiva, que fomenta la alienación de los individuos mediante la cultura del consumismo y la sumisión al trabajo. Por supuesto, el modo de componer se adaptaba al discurso, introduciendo progresiones de acordes mongoloides, melodías simplonas y sonidos erráticos extraídos de juguetes u objetos cotidianos como tostadoras.
La banda, formada a principios de los años setenta por cuatro estudiantes de arte de Ohio, no se instaló nunca en el éxito comercial. Su influencia en la música venidera –sobre todo en la inminente explosión new wave y en el pop con sintetizadores- supera con creces el éxito del que gozó el grupo en su época. El pico de popularidad se produjo con motivo de la publicación de Q: Are we not men? A: We are Devo!, producido por Brian Eno después de que David Bowie hiciese valer su “magia” para conseguirles un contrato con Warner.
Por cierto, que si hablamos de músicos transfigurados en personajes de adscripción cósmica no podemos soslayar la encarnación artística más conocida del artista británico: Ziggy Stardust. Tampoco en este caso la elección de un extraterrestre como alter ego era azarosa: Bowie quería homenajear a los proscritos de la sociedad.
“Space is the place”, declamaba Sun Ra. Y sí, efectivamente lo suyo no era de este planeta. Su inclasificable big band (o su Arkestra, como él la bautizó) fue un fenómeno musical y ¿antropológico? único en su clase; un proyecto en el que cristalizaron de forma insólita las obsesiones de su líder por el antiguo Egipto, las corrientes de la liberación negra y la fascinación por los misterios del Cosmos.
Sun Ra fue mucho más que un tipo que se colocaba cachivaches en la cabeza. Se considera que fue el primer músico que utilizó la ciencia-ficción como ingeniosa arma de crítica social. Al hacerlo, abría una ventana a mundos utópicos alternativos; libres de racismo, injusticia y otras torpezas humanas. Al fin y al cabo, el anhelo de trascendencia espiritual siempre encierra cierta ansia de evasión.
Si queremos recordar a Sun Ra debemos retrotraernos a comienzos de los años cincuenta y poner el chip en modo free jazz (a pesar de que realmente ese término no llegó a acuñarse hasta la década de los sesenta). Nacido en Alabama -casualmente, el mismo lugar de procedencia de Man Or Astroman?-, Herman Sonny Blunt era un músico con habilidades extraterrenales. Fue un prodigioso teclista y uno de los primeros introductores del sintetizador electrónico. John Gilmore, uno de los mejores saxofonistas de la historia, aseguraba que él mismo tardó seis meses en comprender “realmente” de lo que iba la música de Sun Ra. De ahí que se quedara junto a él cuatro décadas en lugar de forjarse una carrera en solitario.
Para Sun Ra, la música era el vehículo esencial de su empresa mesiánica. Quería liberar a la humanidad de su fracaso “espiritual” y “educacional” mediante una particular receta de spoken word, ritmos y tonalidades extrañas y combinaciones insólitas de instrumentos. Mientras unos fantaseaban con hollar otros planetas y surcar autopistas celestiales, otros como él estaban convencidos de su naturaleza extraterrestre. Saturno lo esperaba.
El caldo de cultivo era idóneo: la carrera espacial de los años cincuenta entre Estados Unidos y la URRSS; la misión del Apolo 11 a La Luna en el 69, y la tromba de series de televisión como Star Trek (1966-1969) y películas como 2001. Una odisea en el espacio (1968). El Universo nunca había sido tan sexy.
El frenesí intergaláctico llegó a los lugares más insospechados. En 1964, Edward Makuka, activista por la independencia de Zambia anunció su propio programa espacial, encargado de entrenar a un equipo de bravos afronautas dispuestos a viajar “primero a la Luna y luego a Marte”. (La española Cristina de Middle trabajó sobre este curioso caso histórico en un fotolibro que puede consultarse en su web).
Conocer el contexto es importante para comprender por qué Sun Ra fue solo el primer eslabón de una larga tradición de músicos negros interesados en el espacio exterior. Él fundó el afrofuturismo y lo vistió de oropel y túnicas multicolores. Después vino George Clinton, y puso a todo el mundo a bailar en naves nodrizas.
De la mano del músico estadounidense, el funk abrazó la imaginería galáctica. Muchos de los discos publicados a mediados de los setenta por Funkadelic o Parliament (Mothership connection o The clones of Dr. Funkenstein) describen un futuro infinitamente más colorista y divertido que la rampante realidad presente. Incluso hay autores que ven en el recurso poético al mundo extraterrestre una metáfora de la forzosa diáspora africana durante el periodo de esclavitud.
El grupo de trash metal Gwar; la banda de indie rock Gorillaz; el rapero Dr Octagon, Björk… es inabarcable la lista de músicos que se han servido de la estética sci-fi para enarbolar críticas políticas o defensas medioambientales. Pero no podemos cerrar este artículo sin hacer una mención especial a Aviador Dro y sus Obreros Especializados. Influida por Devo y otros pioneros del pop electrónico como Kraftwerk, la banda madrileña despachó a partir de la década de los ochenta decenas de hits en clave futurista (“Nuclear sí”, “Selector de frecuencias”, “Me gusta mutar”) que todavía hoy suenan certeros y punzantes.