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València a tota virolla

Plaza de pueblo con iglesia: Campanar, Patraix y Benimaclet como futuro de la ciudad compacta

Una visión encendida sobre la creciente importancia de dejar margen para que las plazas cumplan usos no reglados. Los analistas urbanos Sol Candela y Javier Peña dan algunas claves sobre por qué las plazas del futuro deberían parecerse a algunas que ya existen

11/06/2022 - 

VALÈNCIA. Cuando se señala con generosidad que tal o cual plaza de la ciudad se asemeja a un pueblo, quizá se está normalizando la incapacidad de la ciudad para conservar algunos de sus principios fundacionales como espacio de la vida en común. La plaza de Campanar, la de Patraix o la de Benimaclet son puros emblemas de cierta condición romántica de entender un urbanismo valenciano detenido en el tiempo. En Campanar llega a hablarse del pueblo para definir esa galia que diferencia el primer núcleo del resto. Cuando suenan las señales horarias desde el campanario las coordenadas se alteran y parecería que no hay contorno urbano más allá de las primeras calles. La de Patraix puede entenderse como un render mediterráneo donde la urbe decide espontáneamente ponerse a hablar. Recuerda a esa frase de la artista Jenny Holzer: “No es el espacio en sí, es hacer posible el derecho a que la gente se junte. Juntarnos nos define”. La de Benimaclet, en esta parte del año, parece el estallido de una comunidad y, en consecuencia, un foro de tensiones y resolución de problemas.

¿Pero son parte de un urbanismo fósil o más bien la muestra de cómo guiar el futuro de nuevas plazas?, ¿la misma fórmula sigue vigente o es imposible reproducir ese mismo modelo en unas ciudades transformadas? ¿Queremos retornar a la plaza del pueblo porque no hemos encontrado una alternativa mejor o porque realmente es la mejor alternativa?

Foto: KIKE TABERNER

Para obtener algunas claves acuden Sol Candela, directora de la Fundación Arquia -este año celebran en València su edición Arquia/Próxima- y Javier Peña, director de Concéntrico -Festival Internacional de Arquitectura y Diseño de Logroño, una de las citas que mejor pone a prueba la posibilidad creativa de las ciudades-.

Se produce una alteración habitual de los factores cuando se plantea cómo aprovechar el legado de las plazas tradicionales: qué fue antes, ¿la vida reunida que dio origen a la plaza o la plaza que dio lugar a la vida reunida? 

Sol Candela introduce una primera advertencia: “En la plaza tradicional el espacio público y privado se entremezclan y depende mucho de cómo se haga esa conexión, como de enriquecedora y flexible sea, para que facilite o no la vida de las personas, de sus actividades. Esa vida es la que da carácter a las ciudades (cultura, trabajo, ocio, educación y otras). No pueden ser solo museo, sino un lugar donde la gente quiera vivir”.

“La continuidad invita al caminar, da sensación de seguridad y es un hecho identitario para la ciudad mediterránea, europea”, razona ahora Javier Peña, contextualizando la plaza no como un elemento aislado sino justo como el epicentro de una conexión. “El peligro está en la despersonalización y por ello hay que reivindicar la diversidad y los particular de cada lugar. En ello, la plaza por sí misma no es algo diferenciador, lo son  las formas en las que en ellas se actúa. Se deberían establecer equipos interdisciplinares, que aboguen por un respeto al paisaje, identidad y reparto del espacio público, cada vez más escaso por el uso privado”.

Abordar la plaza como hito único niega la idea de flujo. El abuso de la renderización de la plaza como fetiche urbano dificulta su comprensión. ¿Queremos plazas como monumento-fachada o plazas que cumplan el rol de reordenar los caminos? Esa continuidad a la que se refiere Javier Peña contribuye a que la ciudad tenga menos grumos. 

“Las ciudades fueron en origen concebidas para desplazarse andando, la movilidad nos ha borrado la memoria de algunos lugares de nuestra infancia, como la plaza tradicional -aborda Sol Candela-, que no tiene por qué ser una gran plaza, sino aquel espacio de relación, libertad, juego, empatía y azar que necesitábamos compartir, que nos devolvía el eco de nuestras voces y nos daba cierta seguridad para seguir creciendo y desarrollarnos como adultos”. Quizá, más que formalmente, esa es la vía a partir de la cual definir nuevos espacios de plazas. El ‘para qué’ por encima del ‘qué’. “La reinterpretación de materiales, estructuras y programas cotidianos pueden lograr un efecto nuevo e imaginativo. Con un enfoque conceptual centrado en la importancia de la experiencia, se pueden crear momentos inesperados y memorables que invitan a las personas a explorar y comprometerse con su entorno”.

Foto: KIKE TABERNER

Las de Campanar, Benimaclet o Patraix sobrepasan la idea adorablemente típica de la vida a la fresca. Son, más bien, un modelo. Fundamentalmente porque no han sido configuradas con una receta cerrada, sino que son consecuencia de la ciudad vivida. En palabras de Javier Peña, “la plaza es un lugar de oportunidad para crear comunidad, por ello es relevante poner el foco en cómo se reparten los usos. Siempre pensamos en la distribución entre calzada-acera para valorar cuestiones de movilidad, pero será cada vez más importante pensar cómo son esas plazas, esos espacios públicos. Por ello, para que sean realmente útiles, hay que fomentar los usos no reglados, no programados ni institucionalizados”.

Aunque apenas se repare en ello, el éxito funcional de las plazas dependerá más de su elasticidad para permitir que sucedan cosas imprevistas que de la estética de sus elementos sólidos. Las buenas plazas del futuro tienen mucho que parecerse a algunas que ya existen.

Foto: KIKE TABERNER

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