Por qué las soluciones urbanas que son buenas para la infancia acaban siéndolo para el resto de la población
VALÈNCIA. El Gulliver se renueva y renace como pivote de una ciudad que no teme romperse los pantalones descendiendo por un tobogán de anatomía humana, a tota virolla. Los museos reservan parte de sus unidades programáticas -una salita, aunque sea- para los más pequeños. Proyectos nuevos, como el proyecto JUGAPatraix, se propone encarar la ciudad también desde la visión de los que no miran hacia arriba para ver circular el mundo. Ante el escándalo de los acomodaticios, la ciudad mira hacia abajo y se ve con infinidad de seres menudos pidiendo paso, en mitad del invierno demográfico.
Cuando la literatura política reivindica la necesidad de ser más adultos, puede que como un eufemismo para reivindicar lo-de-antes, otra fuerza tensionadora empuja para abordar las calles desde esa visión recién estrenada del que llega. Como comentarán más tarde algunas de las voces que tiran desde esta cuerda, la clave está en que en una ciudad más habitable para menudets y menudetes se convierte automáticamente en una urbe mejorada para el resto de la población.
Pareciera que, al igual que en la mesa hay que hacerse mayor para comer huevos, para poder disfrutar del festín de las calles se debe cumplir la mayoría de edad para ser transeúnte de pleno derecho. Como suele indicar el urbanista Chema Segovia, no es un problema que se solucione cuando se deja de ser niño: “la franja de edad entre los 13 y los 20 años, aproximadamente, ha sido una de las más desatendidas por nuestras ciudades (...) es sorprendente la falta de espacios de espacios que ofrece la ciudad para los adolescentes”.
Antes que teenagers, la cohorte de menos edad debe enfrentarse a menudo a un tipo de ciudad que a menudo hace del prohibido-jugar-con-la-pelota un principio rector. En realidad no por ningún temor a que el balón golpee, sino como una buena justificación para aprovechar comercialmente cualquier franja en desuso o, tan solo, por la inercia confortable de no enfrentarse a ningún problema.
Los samboris se dibujan coloridos sobre el suelo, ¿pero cómo se consigue que una ciudad cambie de óptica y no mire solo desde la visión privativa del que puede decidir por sí mismo? Pensar en territorios más habitables para los niños nos obliga a retirar la vista de nuestros ombligos. ¿Pero cuál es el punto de equilibrio entre tener un sentido amplio en la gestión urbana que los incluya y, por contra, generar planteamientos con tanta simpleza que limite su estimulación? Definitivamente necesitamos un poco de apoyo.
Desde Fent Estudi, especializados ‘en construir entornos que ponen la vida en el centro’, Eva Raga, Isabel González y Fran Azorín dan algunas primeras claves: “No es tanto una cuestión de espacios específicos segregados o de grandes infraestructuras de juego, sino de convertir los recorridos cotidianos y los espacios urbanos del día a día en espacios de juego. Pensamos que es necesario generar espacios estimulantes para la infancia, diseminados por los barrios, en pequeñas actuaciones sobre elementos ya existentes, cuidando la cota 95 centímetros, pensando la ciudad como tablero de juego y al juego como estrategia de reconfiguración urbana. Pensar la ciudad desde las gafas de los niños y niñas, desde su vivencia del espacio público basada en el presente, la imaginación y la experimentación. Cualquier alcorque, escalón, charco, espejo... puede ser un elemento de juego y diversión”.
Ángela López, de ARAE Kids, encargadas de acercar el patrimonio a los más pequeños, profundiza sobre el entorno más proclive en València para entender esa realidad difuminada: “Nos interesan especialmente los espacios públicos, abiertos, accesibles para todos. El antiguo cauce del Turia alberga muchos de los aspectos más valiosos: es multifuncional, donde convergen todas las edades, con espacios definidos para ciertas actividades al mismo tiempo que da la libertad de apropiarse del espacio de una manera respetuosa y con lo que se conoce como de accesibilidad universal ("permite a todas las personas su acceso, comprensión, utilización y disfrute de manera normalizada, cómoda, segura y eficiente"). Si a eso le añadimos que es un eje vertebrador que recorre la ciudad, ¡cuántas ciudades cuentan con un gran pulmón verde de esas características!”.
Destaca López una de las máximas de la importancia de pensar desde la cota 95: “al fin y al cabo, lo que es bueno para todos es bueno para la infancia (o si no, no es una buena intervención), y viceversa. Y a raíz de esta última afirmación, añadimos con proyectos buenos para la ciudadanía los Caminos Escolares, que nacieron para el fomento de la movilidad sostenible y de la autonomía escolar, y la propuesta de ‘patios abiertos’, que planteó un rediseño de los espacios públicos para aprovecharlos en horario extraescolar”.
Para Sonia Rayos y Silvana Andrés, de Arquilecturas, creadoras de espacios para la infancia, “más allá de parques y espacios naturales se les tiene muy poco en cuenta: no es fácil encontrar lugares donde se priorice al público infantil. Destacaríamos dos proyectos culturales que revierten esa tendencia: el primero sin sede física actual, debido a los problemas estructurales del edificio: el Teatro Escalante, muy enfocado en acercar el proceso escénico desde la vocación pedagógica y divulgativa del teatro a los niños y niñas; actualmente denominado Escalante Nómada, con una programación para los más pequeños de lo más interesante. El segundo es el Espai de Telles del Centre del Carmen Cultura Contemporànea, proyecto que realizamos en 2016 y del que nos sentimos muy orgullosas. Creemos que deberían erigirse más espacios arquitectónicos públicos creados especialmente para la infancia”.