UN CAFÉ CON MARÍA ÁNGELES ARAZO

«Siempre me he preocupado por València, porque cuando abarcas la cultura no es solo contar el Miguelete»

La cita sigue así: «La cultura es todo. El idioma, las fiestas, el vocabulario y la gastronomía. Eso es València y yo escribo de ella porque soy valenciana hasta la médula» 

| 20/11/2020 | 8 min, 22 seg


Eugenio Viñas ya le rindió homenaje en esta contundente entrevista publicada en Culturplaza. Yo la leí y dije: «jolín, menuda potencia de vida, y qué bien la ha puesto por escrito nuestro Viñas». En anteriores ocasiones, me encontré con la rúbrica de María Ángeles Arazo (València, 1930) en la llamarada que despertó mi reportaje sobre la existencia intensa del empresario hostelero Ramón Martínez Arolas. En una página de un antiguo número Las Provincias dedicado a la noche y sus mágicos efluvios, Arazo escribía: «La plaza es céntrica y recoleta a un tiempo, la plaza, a pesar de todo, es moderna y tiene una fuente que mana sin cesar». En la imagen que se creó de la plaza en mi cabeza —a pesar de todo— me vi tomando café con ella en una cafetería de luz paliducha con cristaleras hasta el suelo y camareras sonrientes. A las semanas, estaba enfrente de María Ángeles y una camarera que sonreía hasta convertir sus comisuras en búmerangs mientras pronunciaba muy alto y rápido: «¿Mariangelesbonicaquehacedosdíasquenoteveo,vasaquereruncroissantconelcafé?». 

No hubo croissant, pero sí un diálogo crujiente sobre el periodismo costumbrista de antes y de ahora. Blasco Ibáñez escribió La Barraca, yo chapé Barraca y María Ángeles Arazo se adentró en la casa de Ibáñez cuando era una asentamiento gitano. Tuvo narrativa para un extenso reportaje. 

Su vida resumida en lo que tarda un azucarillo en disolverse dentro del café

Arazo estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación —por aquel entonces la rama no se había partido en Comunicación Audiovisual, Periodismo y Publicidad— en la Universidad Complutense de Madrid. «Desde 57 al 60, fue la llamada “promoción de la riada”. Jesús Hermida fue el primero de la promoción. Durante tres años iba una semana sí, una semana no, a Madrid, porque aquí en València estaba en la escuela y tenía que alternar —también fue Profesora de Enseñanza General Básica—».

¿El porqué de querer ser periodista? «Porque me gustaba contar lo que veía. Pero me sabe mal repetirme, que esto ya se lo dije a tu compañero (Eugenio Viñas)». Lo resumo: María Ángeles se inclinó hacia el reportaje social, cuando ni siquiera era una temática. Mundo rural, colectivos en riesgo de exclusión social, folclore y costumbres ancestrales. La Leyla Guerreiro del cap i casal. «Pegado al muro de la estación de tren había un grupo de chabolas. Se me ocurrió entrar y entrevistar a los gitanos que vivían allí. Llamó mucho la atención, hasta entonces no se hacían reportajes así, en profundidad. Y aún menos una mujer jovencísima, que es lo que era por aquel entonces».  

«Más que los reportajes, me han interesado las personas de los reportajes. Recuerdo un matrimonio de la Serranía, eran pobres, pobres. Andaban de un pueblo a otro, con todos sus hijos. Ella había parido varias veces por el camino, se llevaban una tijera para cortar el cordón umbilical. Hablé con la mujer repetidas veces, me empapé de su historia. Fíjate, ese personaje no es el objeto de un reportaje, es una figura, es un ser humano».  
Arazo habla despacio, modulando la voz y manteniendo el mismo tono para contar las tribulaciones de los desfavorecidos que para entrevistar a la jet set valenciana de los setenta y ochenta. Durante los 50 fue coworker —y siguió las órdenes— de la también mítica María Consuelo Reyna. Vicent Andrés Estellés fue otro de sus directores. Sus reportajes se han podido leer en el Levante-EMV, en Las Provincias y en multitud de revistas culturales.

Tiene 90 años, y sigue en activo: es redactora de Las Provincias, medio en el que escribe de cultura, arte y sociedad. Y además, sabe todo lo que hay que saber sobre gastronomía regional.

La gastronomía, que es cultura e identidad

«A mí cocinar no me gusta. De hecho, tuve la suerte de tener una madre muy moderna, que estudiaba francés por la noche, y siempre me inculcó el ser independiente y el trabajar, de tal forma que cuando entraba en la cocina, me echaba y me decía: “tú a leer”. En la cocina estar, poco». Donde sí que ha estado muy presente es en la vida de cocineras, cocineros —«porque es lo que son, cocineros, no eso que se dice de restauradores»— empresarios hosteleros y productores de València ciudad, la contorná y más allá.

«València ciudad ha evolucionado mucho. En algunos aspectos muy bien, en otros lamentablemente se han perdido costumbres. Por ejemplo, se han perdido mucho la dulcería y el recetario tradicional, el humilde. Se han olvidado los orígenes, ahora parece que estamos recuperando lo que perdimos o dejamos perder.

—¿Azúcar Mari Ángeles? —la camarera que encarna toda esa nueva València nos interrumpe con un maletín de endulzantes surtidos.

—Moreno, gracias.

—Moreno. Y tú rubia, guapa. Guapa, bonita.  

Creo que hay nuevos y magníficos cocineros que se preocupan por la innovación y la tecnología por una parte, usan de todo para hacer un arroz, pero que se está sabiendo conservar la tradición, sobre todo en estos últimos años de regeneración. Aunque la última vez que fui al centro a pasear lo vi todo lleno de nombres en italiano y en inglés, de franquicias. Un horror. ¿Eso es lo que queremos mostrar a los que nos visitan? Yo estoy en defensa del pequeño comercio, al final somos un pueblo un poco fenicio que se ha dedicado a la compra venta y tenemos que hacer que eso siga así. Basta de ordenador y de comprar por internet».

El gato de Ernesto Luján y la habitación de Ernest Hemingway


Me imagino a María Ángeles en una habitación llena de señoros rojos y aceitosos y humo azul. Hay una mesa corrida, con un mantel de dos dedos de grosor y cristalería tallada. Las servilletas de tela tienen forma de cisne y Néstor Luján está luchando por la última ostra contra Vergara. «Luján era muy afable, muy sensible, le gustaban los gatos y comer, comer mucho». Arazo compartió mantel con los grandes y aspirantes de la realeza culinaria. En su pluma está el retrato del despegue de la sociedad valenciana, del artisteo y de los comedores que frecuentaban. «Yo me encuentro bien con todo tipo de gente, ricos o pobres, mientras sean sensibles y educados. En muchos reportajes de los que hacía, esos en los que iba banquetes pantagruélicos de sibaritas y poderosos, conocía a muchas personas pedantes. Situaciones que mira, porque era un encargo».

Con el otro Ernesto tuvo una experiencia tan agradable, pero de la  que se ríe alegremente: «Ser mujer periodista no era fácil. Cuando te enviaban a hacer una entrevista preguntaban: ¿Es joven? ¿Es mona? Me llegó a pasar con Hemingway, él estaba con Antonio Ordóñez en la Feria de Julio. Yo tenía que intentar entrevistarlo antes del evento taurino, y ten en cuenta que yo soy antitaurina, ¿eh?, y me dijo que si dejábamos la entrevista para después de la corrida y nos fuéramos su habitación, que era la número 69. Por supuesto me preguntó si sabía lo que significaba. Cuando sonó la trompeta que da inicio al espectáculo, desaparecí y le dejé plantado»

«Muchos señores que entrevistaba me preguntaban: ¿por qué no te casas? Me lo preguntaban porque me veían muy jovencita, muy audaz. Pues mira, me caso y después me separo. ¿Tú estás casada?».

Toda la comunidad junto a Jarque

«¿El interés por los temas valencianos? Pues porque soy valenciana hasta la médula, o sea, no soy de banderita, soy valenciana porque conozco la ciudad muy bien y la comarca y el país, o sea la comunidad. Además tuve la suerte de coincidir con Jarque para las fotografías y juntos recorrimos todo en en todos los aspectos». Ella y el fotógrafo Francesc Jarque produjeron varias decenas de libros que ilustraban a través de la palabra y la fotografía lo que éramos como pueblo durante la segunda mitad del siglo XX. «El primero que nos llamó para publicar fue el alcalde, Ricard Pérez Casado, para que hiciéramos un libro de fiestas de València y de la riqueza de los mercados. Por aquel entonces muchos estaban dejados caer en la degradación. Ahora es otra cosa, ahora da gusto ir al mercado. A partir del encargo del Ayuntamiento, nos llamó la Diputación y la lista creció. Siempre he estado haciendo por la cultura».

***

El periodista Francisco Pérez Puche dijo de Arazo que su género era la entrevista-río, algo así como la roman-fleuve del periodismo. Lo constato, porque estábamos hablando de la 32ª Copa América y acabamos en la vida de Tía Pitonyo. «Una pionera del Palmar, abrió su comedor a la gente y hacía allipebres para ellos, todo muy rústico. En El Palmar eran muy pobres, se comían las ratas de la Albufera, que eran como conejitos. Ha habido mucha pobreza, mucha miseria, pero la gente lo romantiza. Ve la puesta de sol antes de la puesta de sol».

Me tengo que tomar otro café con ella, quiero ver dónde desemboca el río.  




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