¿Qué hace que un cocinero abandone uno de los proyectos gastronómicos con más empuje de la ciudad para montarse un rincón (literalmente) en el borde de la calle del Mar y ponerse a servir pasta como un descosido? Qué va a ser: la pasión. Provocadora de caminos imprevistos y también de sorpresas gratificantes.
El cocinero es Piero Ronconi. El rincón, también Piero Ronconi. El concepto, igualmente Ronconi. No se si sabe si es más fresco Piero o la pasta de Piero, pero ahí ahí. Lo de Ronconi tiene reminiscencias de los viejos colmados del barrio -sustituídos todos, claro, por cosas express- donde entrar no tanto para buscar una referencia concreta si no para ver qué pasa. Aunque los platos de pasta pueden viajar hasta su casa -ya cocinados o por cocinar-, hay un punto litúrgico en llegar hasta aquí, a las puertas de la calle de la Paz, para salir con quién sabe qué plato de pasta.
Por ejemplo los strozzapreti, una pasta enrollada, como llena de requiebros, que se cocina con la simpleza de su acompañamiento: salsa de tomate y albahaca.
La palabra hace referencia al ahogamiento de los sacerdotes y la leyenda se debate entre sacerdotes bien fartons que perdidos de pasta acababan asfixiados, o amas de casa que apretaban la masa con la misma fuerza que si se estrangularan a un cura. Un recuerdo del anticlericalismo en Romaña y Toscana.
La cuestión es que los primeros bocados de estos strozzapreti ahogan a la pasta de garrafón y consagran a uno de los nuevos imprescindibles de la pasta en València que, ojalá, tuviera mesas para poder tomarlo allí mismo.