cuidar la tierra y la salud

¿Tiene la agroecología rostro de mujer?

El medio rural sigue siendo un sector masculinizado, pero son cada vez más las mujeres que se dedican a trabajar la tierra. Con una diferencia: se decantan por una agricultura más respetuosa con el entorno

3/05/2024 - 

Hoy es día de plantar y sembrar para Susanna. Son los últimos cultivos antes de que despunte la primavera. Brócoli, coliflor morada y lisa, col lombarda, cebollas, rabanitos y espinacas. Las semillas se introducen en la tierra con una bicicleta sembradora, un utensilio con ruedas que facilita la tarea; plantar no es tan sencillo, las plantas como cebollas o lechugas se meten a mano en el caballón. Ella lo hace con la ayuda de un plantador manual que evita tener que doblar el lomo. Cuando acabe la mañana, regará —si es que hay agua, porque la falta de lluvias limita la que se puede utilizar—. No es una estampa habitual, o no tan habitual, ver a una mujer trabajando el campo. O, al menos, estar al frente de la explotación agrícola, porque, históricamente, la mujer ha trabajado la tierra tanto o más que los hombres, solo que, como ocurre en muchos otros sectores, estaba en un segundo plano. «Las mujeres siempre han estado trabajando en el campo, pero siempre ha habido mucha invisibilización. Hasta hace no tanto, incluso muchas mujeres no tenían las tierras a su nombre», explica esta agricultora. 

Susanna Ferrando es una de las dos pilares de Camí de l’Horta. La otra es Empar Martínez. Susanna, licenciada en Filosofía y con un largo historial de activismo social sobre sus espaldas, se dedica a la parte agrícola; Empar, licenciada en Farmacia y atraída desde siempre por la herboristería y la nutrición, lleva la venta directa de los productos ecológicos que cultivan. Además de compartir trabajo, también comparten proyecto vital y una hija de tres años. De sus campos, 35 fanegades (unos 830 metros cuadrados) se encuentran en los términos municipales de Godella y Rocafort, allí crecen hortalizas y frutales; los otros quince se ubican en Bétera y los dedican a la naranja. Las tierras de Camí de L’Horta se distinguen a simple vista por las florecillas y hierbas silvestres que las rodean. Es uno de los indicadores de que todo lo que crece allí es ecológico. Algo que, cuando Susanna decidió continuar los pasos de su familia, hace más de quince años, tenía claro: «Yo, desde el primer momento, no me planteé otro tipo de agricultura que no fuera la ecológica». 

Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la producción ecológica —también llamada biológica u orgánica— es el sistema de gestión y producción agroalimentaria que combina las mejores prácticas ambientales junto con un elevado nivel de biodiversidad y de preservación de los recursos naturales. Esta es la definición oficial, pero Susanna lo explica de una manera mucho más sencilla. «Es la agricultura que realizaban nuestras abuelas. La hacemos con el apoyo de sustancias de origen orgánico o mineral que se pueden utilizar frente a alguna plaga concreta. Al final, es un manejo de tota la vida, de rotación de los cultivos, los que se se ayudan entre sí, muy centrada en la fertilidad de la tierra. La tierra es la que realmente hace a las plantas fuertes y ellas mismas se defienden ante las plagas e incluso el cambio climático. Son una serie de principios que, combinados, hacen que sea una agricultura más adaptada», explica. 

El boom del cultivo ecológico 

La Comunitat Valenciana es la cuarta autonomía de España en hectáreas y número de operadores ecológicos, solo por detrás de Andalucía, Castilla La Mancha y Cataluña. Según el Informe Anual del Sector Ecológico de 2022, que elabora el Comité de Agricultura Ecológica de la Comunitat Valenciana, este tipo de producciones están presentes ya en el 92% de los municipios valencianos (501 municipios que acogen algún tipo de estos cultivos, frente a los 542 que conforman la Comunitat). El avance de este tipo de agricultura en los últimos años ha sido meteórico.  Entre 2015 y 2022, cuando se presentó el último informe, el volumen de facturación del sector ecológico en el territorio valenciano se había incrementado en un 372%, al pasar de 153,2 millones de euros a 723,9 millones. Otros dos datos ofrecen un atisbo de esperanza hacia un sector —el de la agricultura tradicional— envejecido, además de masculinizado. En este tipo de agricultura ecológica, la media de edad de los productores y productoras se sitúa en los cuarenta y ocho años, mientras que en la convencional hablamos de sesenta y cuatro años. Además, en la agroecología, el 30% de estas productoras son mujeres, según se desprende del informe. 

Empar confirma la tendencia. Cada vez hay más proyectos agroecológicos llevados por mujeres, pero también reconoce que es un mundo de hombres, en el que «tienes que estar siempre peleando para demostrar que lo que haces lo haces bien y ganarte el respeto». «Desde esa conciencia del cuidado y otras formas de relacionarnos con la naturaleza hay un respeto y unas ganas de hacer un tipo de agricultura en el que el cuidado está en el centro. No solo con la producción de los alimentos, también el cuidado de los recursos naturales y el manejo de la biodiversidad. Son modelos más complejos, pero mucho más respetuosos y eficientes que los que nos ha vendido la agroindustria que ha establecido un modelo que ni nos alimenta ni nos cuida», afirma categórica Susanna.

Respecto a las protestas de los agricultores que, desde hace meses, han tomado los centros de algunas ciudades pidiendo mejoras, Empar admite que lo que se está reivindicando es justo, pero a ellas no les alcanza. «Son otras esferas», defiende. El minifundio, la forma tradicional de distribución de la tierra en Valencia, no deja espacio para grandes explotaciones que son las que más se benefician de la Política Agraria Común (PAC). También reconoce que empezar a trabajar en ecológico es fácil debido a las subvenciones que se empezaron a dar en el pasado, pero una vez pasan diez años, «habría que ver qué ha sido de estos proyectos y cómo se sostienen», apunta. 

Venta directa, precios justos 

Hace más de diez años que Susanna y Empar abrieron en Godella una tienda para poder vender los productos que cultivaban. Su fin no era otro que luchar contra una de las debilidades del sector: defender unos precios justos para el productor. Precios que se van hinchando conforme se avanza en la cadena agroalimentaria y que hacen que el cliente pague por un kilo de limones en un supermercado 1,79 euros, cuando al agricultor o agricultora se le ha pagado a 0,20 euros. Un estudio publicado el pasado mes de enero por Facua-Consumidores en Acción señalaba que el encarecimiento en los supermercados en el precio de determinados alimentos esenciales, respecto a su precio en origen era de hasta el 875%.

Aquí, en esta tienda, la cebolla seca cuesta 1,45 euros el kilo, la naranja 1,80 y el medio kilo de alcachofas, 2,40 euros. Precios que no parecen descabellados. Sobre la mesa, un mosaico de verduras, tubérculos y hortalizas componen un bodegón multicolor irresistible. Col morada, kale, remolacha, tomate de penjar, manojos de zanahorias, acelgas, apios, nabos, habas o ajos tiernos presentan una estampa mucho más apetecible que bajo la luz blanca del supermercado. Sin plástico ni poliespán todo tiene mejor aspecto. Son alimentos que, hace unos días —horas, incluso—, crecían en una tierra libre de tóxicos. Frente a ellos, capazos de frutas: manzanas, mandarinas, limones, peras o chirimoyas. Es solo una pequeña parte de los productos que venden. En las estanterías descansan pastas, cereales, arroz, vinos, conservas, miel, té de diferentes tipos, chocolate, huevos… la oferta no es infinita, pero casi. Excepto carne y pescado, apuesto que en este establecimiento puedes encontrar prácticamente cualquier cosa que necesites. Y de nuevo, cada uno de los productos que aquí se venden tiene certificación ecológica.


Además de en la tienda, Susanna y Empar venden en otros mercados, como el de Godella o el de Burjassot. También venden online y elaboran cajas de frutas y verduras que reparten a domicilio —se desplazan hasta un radio de quince kilómetros—. Empar, además, imparte cursos de cocina y pasa consulta de medicina regenerativa. «Es la única forma de poder vivir dignamente y poder pagar los sueldos que hagan falta, nosotras las primeras», apunta.  

A pesar del boom de este tipo de agricultura, dedicarse al campo sigue sin ser una tarea fácil. «Quince años después nos damos cuenta de que esto de hacerlo todo nosotras implica mucho trabajo. La gente cada vez cocina menos, y también vemos que el valor que se le debería dar socialmente para que las huertas continúen con vida y por una alimentación saludable no se da. La precariedad que ofrece este sector te quita muchas veces la ilusión», reconoce. Empar tiene claro que la palanca para revertir esta situación está en manos del consumidor, que todavía le cuesta decantarse por un producto de cercanía, ecológico y con un precio algo más alto. Los datos siguen arrojando una realidad a la que se sigue enfrentando el sector de agroecología en España. El consumo interno sigue siendo minoritario. En 2022, en la Comunitat Valenciana se exportó el 64% del producto ecológico, mientras que solo el 36% se destinó a nivel interno. 

A pesar de las dificultades, Susanna continúa elogiando un trabajo «en el que estás al aire libre, que es un gusto, y cuando hace mucho frío o mucho calor, te organizas; pero estar aquí trabajando y escuchando los sonidos de la naturaleza... La libertad de poder organizarte y no tener un horario, aunque al final lo tengas, ni un jefe que te dice lo que tienes que hacer. Y al final, la vocación; te tiene que gustar», expone al preguntarle qué es lo mejor de dedicarse a esto. «¿Lo que nos falta? No solo reconocimiento, sino rentabilidad», asegura. 

Artículo publicado en la revista Plaza del mes de abril