VALÈNCIA. El Marenostrum Xperience ha tirado la toalla y no se celebrará en Alboraia. Así lo comunicó a través de su web la empresa que gestiona el festival, la misma que recogió la join venture después del primer fracaso en la localidad de l'Horta Nord en 2016 tras dos ediciones con éxito de público en València. En aquellos años 2014 y 2015 el festival se celebró en los terrenos anexos a la vieja Estació del Grao propiedad de Adif. Sin embargo, las quejas de los vecinos hicieron saltar por los aires el acuerdo con el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias y el periplo de esta compañía, rescatada por el potente grupo de ocio nocturno Salamandra, tuvo que dar el salto a otro emplazamiento.
La carrera del Marenostrum por encontrar su lugar en el abarrotado ecosistema de macrofestivales musicales ha servido para evidenciar la tensión política y económica en torno al fenómeno. Desde ese punto de vista lo analizamos hace unos meses, pero este revés definitivo, por lo que se explicita en la nota desde "la transparencia y la honestidad", según el festival, revela todo un sistema: "¿Qué reflexión extraemos de todo esto? [dice el comunicado] Que no importa el proyecto. Sólo importan los votos y las personas que circunstancialmente ocupan puestos de responsabilidad política". En el mismo texto a sus usuarios, Marenostrum ya da por enviado un proyecto conforme a las exigencias técnicas presentado en la Marina de València. No obstante, el mismo es visto con distancia por sus administradores del complejo y también por el Ayuntamiento de la ciudad.
Este panorama choca frontalmente con la posición que el secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer, ha desplegado desde que tomara posesión del cargo. El proyecto Mediterranew Musix, que sigue emplazándose sin definirse, sirvió para tener una mesa interlocución entre los grandes festivales de música y la Generalitat. Estos mismos son considerados por la Agència Valenciana de Turisme (AVT) como impulsores y generadores de una afluencia de visitantes extranjeros preciada. Tanto es así que está previsto que tengan una consideración ad hoc en la futura Ley de Turismo. Unas reglas de juego para operar desde el ámbito privado, pero en un contexto difícil de gestionar: la equiparación de un modelo de negocio que difiere y mucho del encaje de la actual Ley de Espectáculos y que llevó al Arenal Sound a estar a unas semanas de suspender su edición del pasado año, una de las más multitudinarias. Este año ya ha vendido todos sus abonos.
La misma AVT presentó al Marenostrum como uno de los festivales propios de Musix en Fitur, con toda una serie de actividades paralelas a lo largo de una semana -coincidiendo con las fiestas populares de Alboraia- que han quedado finalmente en nada. Más allá del posicionamiento de los comerciantes de Port Saplaya o el impacto de las entradas gratuitas entre los jóvenes de la población que, obviamente, ya se han manifestado airadamente contra la no celebración del festival, el interés sobre el sujeto ha devuelto toda la atención a la ciudad de València. Una ciudad, la tercera en España por población y con una de las áreas metropolitanas más importantes del Estado, que no tiene siquiera un recinto habitual para grandes conciertos. Mientras Madrid, Barcelona o Bilbao han encontrado sus espacios en la Universidad Complutense, el Parc del Fòrum o Kobetamendi (y no son los únicos), la capital de la Comunitat ya rechaza a la Marina como su salida natural.
El primer edil de la ciudad, Joan Ribó, ya mostró este lunes sus dudas acerca de que el Marenostrum "sea coherente con el plan de usos de la Marina". El propio director de la misma, Vicent Llorens, también manifestó este sábado su desaprobación con la celebración de las Paellas Universitarias, así como Ramon Marrades, director estratégico del Consorcio 2007 que gestiona el espacio. Aunque no han desaprobado el proyecto -y han insistido en que se va a estudiar-, lo cierto es que ninguno de los tres ve con buenos ojos la coexistencia del lumínico Plán Estratégico 2017-2022. Un escenario que sitúa a la Marina como polo de innovación, enfocada a retener y atraer el talento joven y a abrirse a los Poblados Marítimos como una realidad cultural que poco tiene que ver -desde la propuesta- con los eventos citados.
Desde otro punto de vista, cabe destacar cuáles son las escasas posibilidades de la ciudad para los conciertos multitudinarios y los festivales. Desde que a finales del año 1999 cerrase la excepcional sala Arena Auditorium, los promotores privados han señalado en reiteradas ocasiones -y ya hace casi 20 años- que la ciudad adolece de recintos suficientes para generar una actividad y cultura de la música en directo. Las salas de mediano aforo son en este momento Moon (la antigua Roxy o Cormorán, con una capacidad en torno a las 800 personas) y Repvblicca (en Mislata, en torno a las 1.500 personas), en el mismo escalón que el Palau de la Música, Les Arts o el Palacio de Congresos, que más allá de los precios de alquiler derivados de los propios contenedores, tienen la singularidad de ofrecer un aforo sentado que condiciona la experiencia. El siguiente escalón pasaría directamente al Pabellón de la Fonteta de Sant Lluis, con alguna especificación técnica, pero que sobre todo cuenta con la problemática de estar sujeta al calendario deportivo -como no podría ser de otra forma- y de irse por encima de los 6.500 asistentes. Un paso más allá, el velódromo Luis Puig, descartado a menudo por el efecto gélido de una pista deportiva que no puede ser pisada por la masa de gente: hasta 8.000 asistentes. Es decir, que de los 1.500 se pasa a los 6.500, con una última posibilidad algo superior a esos 8.000: el coso taurino de la calle Xàtiva.
Si pensamos en grandes espacios, los estadios Ciutat de València (25.000 espectadores) del Levante UD y Mestalla del Valencia CF (entre 35 y 40.000 espectadores, según los servicios), además de tener alquileres mucho más exigentes, apenas tienen una ventana temporal de uso limitada a los meses de mayo y junio también por el calendario deportivo. La Marina es ahora mismo el único espacio en la ciudad capaz de albergar un evento de esas dimensiones, no sin generar quejas entre los vecinos y negocios hosteleros limítrofes, pero menores que en otras localizaciones como podrían ser los Jardínes de Viveros, el Parc de l'Oest, el Parc de Capçalera o el mismo Cauce del Turia. Estos dos últimos, precisamente por la queja vecinal, parecen descartados. Incluso, los conciertos de la Gran Fira, se realizan en un recinto de entre tres y 4.000 asistentes, en el que este año se va a realizar una especial inversión para elevar su valor añadido.
Con todo, las posibilidades de que operadores privados encuentren un espacio con licencia legal para desarrollar grandes conciertos o festivales de música se reducen a la Marina. Incluso en este lugar, con las tensiones en torno a la Ley de Espectáculos y la supervisión por parte de la Generalitat de la que habló la revista Plaza en el mes de enero, la ciudad adolece de recintos para la expresión musical siempre en el contexto de las grandes audiencias. Anormalidad o no, los escenarios de medio aforo parecen aproximarse más a la oferta habitual de desarrollo de esta actividad cultural. Sin embargo, no son pocos los promotores de conciertos de la Comunitat que en distintas ocasiones han llamado la atención sobre la importancia de los grandes eventos musicales para generar cierta actividad además de fomentar picos de demanda. La Marina ha sido el escenario natural de esos grandes conciertos durante la última década: Iron Maiden, Alejandro Sanz, Shakira, Extremoduro, la final de la Batalla de Gallos de Red Bull 2016 que reunió a unas 20.000 persnas, las mismas Paellas Universitarias... Quizá lo ha sido de manera casual en este momento, pero sobre todo la ciudad no ha resuelto una situación que, según quién la interprete, especialmente tras la desaparición de Arena, ha ido desembocando en un empobrecimiento de públicos y la exclusión de la ciudad en el paso de giras internacionales por España. Cuesta creer que en la capital de una región que se promociona en todas las ferias internacionales de turismo como "tierra de músicos" sea una problemática administrativa darle cabida a algo que en un puñado de grandes ciudades españolas -no sin quejas vecinales ni sin las máximas exigencias de seguridad- sí tiene lugar.