HISTORIAS DEL MERCADO DE LA VALVANERA

La cocinera de la Valvanera

Hedonismo también es escuchar la historia de quien te echa el café, aunque no sea de especialidad y esté un poco quemado. Hedonismo es el placer sensorial que provoca la belleza de un cartel escrito a mano con rotulador Carioca. En el Mercado de la Valvanera hay oferta especial de pasteles de gloria y mini napolitanas de crema

8/01/2021 - 

Me llevaron hasta él y creí estar en Exaltación, municipio del departamento del Beni, provincia de Yacuma, noreste de Bolivia. Pero estaba en la frontera en Patraix, barrio de València. Deep Patraix, ahí donde Sergio Mendoza aún no ha abierto ningún local, se halla el mercado de la Virgen de la Valvanera. Más que Patraix, es La Creu Coberta y más que La Creu Coberta, como dijo Carles Aimeur, es el mercado del barrio popular de L’Hort de Senabre.

El mercado tiene una cocinera, Trini, natural del Rincón de Ademuz. Tendrá unos 63 años, no me lo ha dicho porque es un poco coqueta. No es la dueña de la cafetería-panadería del mercado, es la madre de la ama. Ya lo dije en un relato, he cogido la costumbre de empezar describiendo a una persona que es personaje. En la ficción todo está inventado por la realidad.

Va por ti, Trini.

Trini, la cocinera de la Valvanera

No descubro nada nuevo. Vicent Molins ya dejó por escrito que Trini existía y que había un mercado en València singularmente decadente. Lo escribió hace unos años, pero es que yo he conocido ahora a Trini, justamente ahora que la barra de su cafetería-panadería solo sirve de espacio de transacciones económicas entre euros y empanadillas. La cocinera de la Valvanera me ha puesto un café con leche en un vaso de plástico que se combaba por el calor y un pincho de tortilla envuelto en papel de albal. Mientras me quemaba los labios por la temperatura de la telilla de la leche, he sabido que Trini merecía otro artículo y que llevara dinero en efectivo, porque los curasanes (sic) de su puesto se tienen que pagar con moneda corriente y paciencia. Antes va la cercanía con la clientela que las prisas. Donde Trini no importan los lamparones de aceite que empapan la servilleta con la que te envuelve el bocadillo para llevar. Ni la cola, que no es tan numerosa como parlanchina. No hay tiempo en el puesto 69.

Trini tiene formato de señora de comarca del interior, los ojos chiquitos pero largos y alegres como las tiras de pimiento de la escalivada que prepara y a sus espaldas una muralla de Pringles surtidas de marca Plus. Están encima de una estantería con cinco variedades de tés embolsados y un pack de bricks de leches vegetales. Es sensible a todas las dietas, pero sin llegar a comprar un litro de bebida de avena, total, para que se le eche a perder por las dos del puesto eco que se la toman con el café descafeinado. También tiene cebollas y boniatos asados y una botella de J&B. En sus manos hay fuerza en las manos y en el humor, voluntad. De martes a sábado, desde las ocho, dulces recién horneados, cafés con ron y berenjenas rellenas.

Madre antes que cocinera

«¿Yo historia? Uy, historia. Si yo en realidad nada, yo en aquí estoy ayudando a mi hija. No figuro en nada. Esto es, pues mira, el amor de madre. La que tiene historia es mi hija, Amparo. No encontraba trabajo porque está gordita así como está, y a ella le gusta esto de la panadería. Creo que se recorrió todas las panaderías de València. “Ya le llamaremos, ya le llamaremos”, le decían. Pero nada.

La que estaba en un mercado, el de Castilla, era mi hija la mayor, que tenía un puesto de pollos: La Boutique del Pollo. Allí estuvo siete años, después puso esto con pan, y como no le fue bien, que claro, pagando jornales como los pagaba, pues como que no. Entonces yo me enteré que lo iba a cerrar y le dije Amparo, “¿Por qué no probamos?” Probamos y llevamos quince años». «Toda una vida, y además un pan buenísimo». Mientras Trini tira cortados, un cliente de origen magrebí sazona la entrevista con lugares comunes: «Valenciana de toda la vida», «¡Feliz año nuevo!», «¿Qué te han traído los Reyes, guapa?», «Sí, el pan el mejor del barrio, siempre recién horneado. Yo todos los martes me llevo dos barras».

«Mi hija se metió porque no había manera de encontrar trabajo. Nació grande, es grande y sigue grande. Yo vengo y ayudo lo que puedo». Su hija, que en el momento de la entrevista no se encontraba en el puesto, padece una enfermedad endocrina.

«Tenemos una base porque mi suegro era bombero y mi marido ha sido hornero, dentro de lo que hay conoces el género, conoces el pan, sabes trabajar un poquito… y ese es nuestro esfuerzo. Llevo en València desde los trece años. Antiguamente se bajaba a trabajar a la ciudad y te metías en cualquier sitio». Por el lateral izquierdo del puesto, donde está el despacho de pan y un ejército de sartenes, se asoma la cabeza de una mujer latinoamericana de mediana edad, creo que es la vendedora de la tienda eco que tiene en oferta un remedio natural para el reuma, que grita «Cariño, un té matcha. ¡Para ya!». La cocinera se excusa «Ya, ya. Que se me había apagado la cafetera y he tenido que esperar… pero no te apures que ya está».

El desarrollismo hace la compra

El Valvanera es un edificio firmado (supuestamente) por Cayetano Borso di Carminati y Rafael Contel, insignes arquitectos del siglo XX responsables de la Fábrica de bombas hidráulicas Gens, el Edificio Barrachina —ese del Ayuntamiento que tiene un Pans & Company por calzado— o el Rialto, además del grupo residencial Stella Maris de Nazaret, conjunto que si el día está pálido, te lleva al Downtown de Miami.

Hay cuatro bloques de pisos, son el conjunto de viviendas de Nuestra Señora de la Valvanera. Nacieron a principios de los años sesenta. Cemento con una capa de pintura son el uniforme que no las identifica, porque bloques así hay en cualquier extrarradio de España. Son un panal anodino que responde a una época de crecimiento urbano. El mercado, compuesto por tres naves y una estructura básica que da techo a los puestos, fue una plaza que borboteaba cuando los obreros de la cercana Material y Construcciones S.A. (MACOSA) salían de fabricar locomotoras y tenían que llenar la bolsa de la compra.


Pero el milagro económico español echó el freno y la Valvanera —mercado de titularidad privada— patinó. Ahora hay más bragas —en el mercadillo ambulante de los martes y viernes— que puestos de verduras. «La clientela, vamos a ver, es muy mayor. Lo que pasa es como todo, antes había más vendedores y puestos abiertos, más vida. La gente que viene tira más a personas mayores, porque esto es el horario de mañanas, y la gente joven de mañanas trabaja. Lo bueno sería que miraran de aprovechar y darse a conocer, que mucha gente joven está viviendo en el barrio y ni sabe que existimos».