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El 'iaio' afable dice adiós: una 'ribolución' de València que quedó a medias

1/03/2024 - 

VALÈNCIA. No por esperada, la salida de Joan Ribó iba a resultar indiferente. Ni mucho menos la marcha del que fuera ocho años primer edil de València, reconocido como uno de los alcaldes del cambio en 2015, iba a pasar sin pena ni gloria. Para los suyos, por el evidente liderazgo aglutinador que ejerció desde que Compromís agitaba la oposición a Rita Barberà. Y para el resto, por la huella innegable que sus dos gobiernos (2015-2019 y 2019-2023) dejaron en la ciudad, en ocasiones de manera más simbólica que material, tanto por sus aciertos como por sus errores, pero en cualquier caso de reconocible impronta. Eso sí, siempre bajo el aura serena de la edad y la naturalidad de una campechanía que permitió confundirse, sobre todo los últimos años, con indiferencia o incluso desinterés, pero que tanto supo explotar la coalición valencianista, potenciando su faceta de 'iaio' afable en un exitoso ejercicio de marketing.

Fue precisamente el carácter liviano de su liderazgo -no por ello poco respetado en sus filas- el que le permitió sobrevolar muchas de las polémicas. Ribó se mojaba cuando lo exigía el guion, y a veces, para quitar hierro a las cosas. No son pocos los que opinan que operó de estabilizador y termorregulador tanto en el grupo municipal, con las pugnas internas propias de la coalición, como en el equipo de gobierno primero con PSPV y Unides Podem y después sin los segundos. Un 'efecto alcalde' que, tras la irrupción inicial en las urnas (9 concejales), no acabó de rentabilizar con una deslumbrante reválida (un concejal más), y tampoco en 2023. Lo que evidenció que, tras ocho años, la arquitectura ideológica de la ciudad no había terminado de experimentar un auténtico cambio: la revolución iniciada se vio frustrada y dejó grandes ideales a medias.

Lo cierto es que la sobrevenida llegada a la Alcaldía en 2015, en plena convulsión social por la corrupción y la oleada de una izquierda que promulgaba profundas reformas, no podía sino aspirar a cambiar casi todo. Abrir los ventanales y gobernar "para" la gente eran los principios que personificaba un líder que inició su andadura, simbólicamente, rechazando la vara de mando, abriendo las puertas del balcón del ayuntamiento o permitiendo el contacto directo con el ciudadano. No ser como el PP era una premisa fundamental, pero con el tiempo se evidenció que sólo con eso no bastaba.

Joan Ribó, alcalde de Valencia. EVA MÁÑEZ

Así, la euforia de la 'ribolución', en ocasiones solo como oposición a lo precedente, obviaba las implicaciones de la burocracia, la convivencia de un gobierno en coalición y la inevitable resistencia a las transiciones bruscas. Por esto último pronto se vio enfrascado en polémicas religiosas y festivas, como la negativa a entrar con la Senyera en la Catedral durante el Te Deum del Nou d'Octubre o la recuperación de la celebración pagana de les Magues de Gener. También con el mundo de las Fallas, donde el edil Pere Fuset intentó súbitas transformaciones que ofendieron a los sectores más conservadores, por lo que algunas se le quedaron en el tintero.

La movilidad

Ribó contaba con un equipo que, pese al anhelo de otro modelo de ciudad, pecaba de inexperiencia en la gestión. Quizá por ello dejó en manos de sus principales socios de gobierno, el PSPV, la mayoría de áreas fundamentales de una ciudad -Hacienda, Urbanismo, Seguridad...- y confió en la movilidad como su principal palanca de transformación (no hay que olvidar que el batlle se había prodigado en el uso de la bicicleta, convertida en símbolo, que más tarde combinó o sustituyó por el coche oficial en el ejercicio de sus funciones).

De hecho, tan identificativa de Compromís como controvertida fue su obstinada apuesta por una movilidad sostenible, convertida en bandera y por la que seguro será recordado. No sólo con la expansión del carril bici -siguiendo la mayoría de las veces el Plan de Movilidad aprobado por el PP-, sino también con la peatonalización de importantes espacios -Plaza de la Reina, Plaza del Mercado y entorno de la Lonja, Plaza del Ayuntamiento- y las restricciones al vehículo privado, como la conflictiva reforma de la calle Colón o la prohibición del aparcamiento nocturno en el carril bus. Ribó siempre fue consciente de la contestación que estas iniciativas generaban, agudizada si cabe en ocasiones por las formas del controvertido edil del ramo, Giuseppe Grezzi. Pero lo cierto es que, de algún modo, consiguió que hasta algunos socialistas acabaran asumiendo tesis de la coalición valencianista en esta materia.

  El presidente de la EMT, Giuseppe Grezzi, y el alcalde de València, Joan Ribó. Foto: KIKE TABERNER

La Empresa Municipal de Transportes (EMT) consiguió aumentar su uso hasta la pandemia, pero se convirtió en foco de numerosos incendios. No sólo en su sentido literal -un siniestro con las llamas arrasó 26 autobuses-, sino también en el figurado: la compañía sufrió un histórico fraude cibernético de cuatro millones de euros que no se ha resuelto y que hizo tambalear la unidad del gobierno municipal con una crisis de primer orden, a la que se unió la polémica contratación, por parte de la firma pública, de un despacho de abogados vinculado al cuñado del primer edil.

Tampoco se puede obviar que fueron muchas las ocasiones que, a lo largo de los años, su gobierno acumuló resoluciones y resoluciones de la Agencia Valenciana Antifraude que destapaban irregularidades en la gestión municipal. Desde los sobresueldos irregulares del gobierno para mantener el máximo sueldo a la oposición hasta sobrecostes e infracciones en contratos municipales, pagos fuera de contrato, fraccionamientos o las ayudas a dedo.

Urbanismo y vivienda, talones de Aquiles

Con todo, el talón de Aquiles de su paso por la Alcaldía serán indudablemente el urbanismo y la vivienda. Más allá de planes especiales de protección como el de Ciutat Vella o el del Cabanyal -este último aprobado in extremis pocos días antes del pasado 28M-, Ribó no consiguió sacar adelante grandes planes urbanísticos, donde entró en conflicto habitual con el PSPV, que gestionaba el área primero con Vicent Sarrià y más tarde con Sandra Gómez al frente de la concejalía. Ni el PAI del Grao ni sobre todo el PAI de Benimaclet, convertido en una auténtica batalla ideológica -uno de los barrios estrella de Compromís-, se consiguieron resolver antes de 2023, lo cual permite ahora al gobierno municipal de PP y Vox reconfigurar estos desarrollos bajo sus propios preceptos.

Foto: JORGE GIL/EP

Su paso por la Alcaldía, por otro lado, no escapó a los debates en torno a grandes proyectos. Ejemplo de ello es la ampliación del Puerto de València, a la que Compromís y Ribó plantaron batalla desde el gobierno municipal. O el Nou Mestalla, en plena efervescencia del valencianismo contra el dueño del Valencia CF, Peter Lim. Lo cual propició notables desencuentros públicos con el PSPV a cuenta de la reactivación urbanística del macroproyecto hasta el punto de que la vicealcaldesa, Sandra Gómez, acusó al alcalde de connivencia con el club che en perjuicio de la ciudad. La cuestión tampoco quedó cerrada y ahora depende del nuevo gobierno.

Pero donde el fracaso se hizo más evidente fue en materia de vivienda, esgrimida como uno de los principales problemas de la ciudad. Hasta el propio alcalde tuvo que reconocer el escaso éxito en engrosar el insuficiente parque público, pese al empleo del tanteo y retracto, la compra directa de vivienda o la construcción pública a través de la concejalía -un proyecto empantanado- y la empresa pública Aumsa, cuyo plan de 327 viviendas apenas había concluido menos de una quincena al finalizar el pasado mandato y cuyos frutos, eso sí, se verán con mayor claridad en los próximos años.

Foto: ESTRELLA JOVER

A nivel internacional, en el haber de Ribó quedará la consecución, bajo su mandato, del reconocimiento de València como Capital Verde Europea. Los grandes eventos en la ciudad, sin embargo, parecían causar urticaria en la primera planta del edificio consistorial, también como reacción tozuda al incandescente recuerdo de la Copa América o la Fórmula Uno, manchados de casos de corrupción y costes en diferido. Sólo los Gay Games, previstos para 2026, pasaron el estricto rasero.

Pero si de algo pudo sacar pecho Ribó, y así lo hace cuando puede, es de haber dejado un ayuntamiento saneado tras reducir en más de dos tercios los más de 1.000 millones de deuda que dejó el gobierno de Barberá. El primer edil tomó como una prioridad esta tarea junto al primer edil de Hacienda, el socialista Ramón Vilar, forzados también por el corsé financiero de Montoro, que obligaba a dedicar los ahorros anuales a este menester. Pero de obligación se reveló en obsesión del alcalde cuando el gobierno de Pedro Sánchez, tras la pandemia, permitió a los ayuntamientos dedicar los ahorros a otras cosas. Ribó, con la deuda municipal ya en niveles aceptables, seguía prefiriendo amortizar deuda. Quizá para poder sostener en los debates el argumento de que la izquierda gestiona mejor.

Un largo adiós

Ribó ha dicho que se va tras nueve meses desde que la izquierda perdiera las elecciones municipales. A nadie escapa que su voluntad de presentarse a los último comicios no estuvo siempre clara. El desgaste hacía mella y tras ocho años en primerísima fila, la edad era un factor que ya pesaba. Eran muchas las voces en la coalición valencianista que pedían su continuidad: En una coalición como la de Compromís, con una vida interna bastante animada, su figura se erigió como rostro de consenso y su sola presencia amortiguaba las aguas revueltas. De ahí su importancia para encarar la cita electoral del 28M. Las dudas sobre su repetición, sin embargo, llevaron incluso a tantear algún posible sustituto como el magistrado Joaquim Bosch. Pero Ribó aceptó prestar un último servicio en ca Compromís. Y muchos respiraron aliviados.

Foto: KIKE TABERNER

Pese a todo, ya se comentaba que, si repetía como alcalde, no acabaría el mandato y daría paso a otra figura. Por eso, la derrota electoral en mayo significaba también el principio del final para la carrera de Ribó al frente del proyecto municipal. Esa era su intención, y por eso incluso ha sorprendido a muchos que haya tardado tanto en anunciar su renuncia. Por encima de todo, quería controlar los tempos de su marcha. Unos tempos sosegados para una transición tranquila en Compromís. Poco a poco, ha ido delegando funciones de manera progresiva: ya dejó la portavocía en manos de Papi Robles, sólo quedaba dar el último paso.

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