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NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

Futuros urbanos

1/03/2018 - 

El futuro en València, o mejor dicho, el relato de su futuro posible, era el de un futuro extraordinario, grande, rico, exitoso o internacional. También, para otros, era el de un futuro en crisis: decepcionante, excluyente o directamente corrupto. El futuro era piezas de todo eso. Era de todo menos cotidiano. 

Tiene lógica que miremos hacia el futuro y que nos deslumbre. Que soñemos con cambios disruptivos, vidas eternas y máquinas inteligentes. Es normal que cuando nos proyectemos en el FUTURO no nos imaginemos recogiendo la mesa o lavándonos los dientes. Lo ordinario, lo cotidiano, forma parte de los futuros en minúsculas.

La Mobile Week de Barcelona, la conferencia descentralizada de arte y tecnología previa al gigante del Mobile Week Congress, celebrada la semana pasada, tenía por tema central este año el del futuro cotidiano. En ese marco tuve la suerte de dialogar con Josep Perelló (Universitat de Barcelona), Marc Montlleó (Barcelona Regional), Judit Carrera (CCCB) y Anna Majó (Ajuntament de Barcelona), moderados por Miquel Molina (La Vanguardia), sobre los escenarios de futuro de la cotidianidad urbana. 

Empecé mi intervención como he empezado este artículo. Explicando que en València el futuro y lo cotidiano eran casi una contradicción. Y que esa contradicción, en realidad, estaba construida sobre una València dividida entre las dos visiones del futuro que comentaba al principio. 

No sé si estamos ahora en una València más cohesionada. Quiero creer que es así. Pero lo que estoy seguro es que el futuro en el que creemos, igual por falta de planes o de imaginación, igual por el lastre de las consecuencias económicas negativas de los grandes fastos, es afortunadamente más ordinario. 

Desde esa perspectiva intenté desmontar algunos mitos y compartir mis intuiciones sobre futuros posibles (pongamos, no sé, a cincuenta años vista). Esos futuros posibles serán necesariamente urbanos ya que las fuerzas económicas, sociales y tecnológicas siguen reforzando el afortunado invento de vivir unos cerca de los otros. Los voy a intentar resumir en seis probables escenarios, y digo probables siendo consciente de lo mal que predecimos los economistas. 

Primero, las ciudades del futuro se van aparecer mucho a las ciudades de hoy en día. Como afirmó Peter Thiel (fundador de Pay-Pal): “queríamos coches voladores y en lugar de eso nos dieron 140 caracteres”. En lugar de máquinas de ciencia-ficción tenemos las redes sociales. El progreso tecnológico es posible que se haya frenado en lugar de acelerado. Al menos, no está cambiando tanto la manera como vivimos físicamente. Los cambios más importantes no serán edificios a inaugurar o grandes transformaciones urbanas. Esos cambios tendrán más que ver con la gestión y los usos. 

Segundo, la tecnología tiene efectos contrapuestos. Si la tecnología genera diversidad e inclusión fomentará la innovación y el desarrollo a largo plazo. La tecnología en cambio también puede servir para concentrar capital, capacidad productiva y generar sistemas socio-económicos menos diversos que por tanto, previsiblemente, se acabarán estancando.

Tercero, la ineficiencia es una virtud. Las ciudades tienen que ser caóticas, espontáneas imprevisibles. La eficiencia operativa es extraordinariamente útil mejorando procesos de fabricación pero a gran escala tenemos necesidad de lo imprevisto, de la sorpresa y de la mezcla para ser creativos e innovadores. La innovación es necesariamente un proceso lento —ineficiente por estar basado en el ensayo-error—, colectivo y territorialmente localizado.

Cuarto, la empatía es insustituible. Nos dirigirnos a un escenario donde gran parte del trabajo se automatizará—podéis leer este artículo de Joan Sanchis sobre el tema—. Pero no hay nada que pueda sustituir un trato cercano, a un cuidador humano, al cariño del vendedor que te da los buenas días, a la inspiración de una maestra o la dedicación de un enfermero. En ese escenario la empatía tendrá más valor económico que nunca. Las profesiones más importantes serán las tradicionalmente más feminizadas.

Quinto, el lugar importa. La globalización tecnológica ha producido un efecto paradójico: cada vez la actividad humana y especialmente la económica está más concentrada. El lugar donde vivimos y producimos es determinante y observamos una creciente desigualdad territorial.

Realmente, no sabemos que pinta tendrá el futuro pero sí sabemos de que manera podemos generar las condiciones para inventar el FUTURO mejor para todos. Lo inventaremos si las ciudades pueden mantener sus grandes virtudes: la posibilidad del anonimato individual, la tolerancia hacia el otro, la convivencia entre distintos y la libertad de ser uno mismo; virtudes hoy gravemente amenazadas; virtudes que garantizan la generación de innovación y la distribución de los efectos positivos de la misma. Si las ciudades mantienen esas virtudes, podemos estar tranquilos que algo bueno vendrá. 

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