Una aproximación a Miguel Calatayud: "El aprendizaje no acaba nunca"
Una aproximación a Miguel Calatayud: "El aprendizaje no acaba nunca"
El Centro del Carmen ofrece un recorrido a través de la trayectoria del museógrafo, pedagogo y escritor, Carlos Pérez. La presentación ha sido organizada por los comisarios Francesc Pérez i Moragón y Rafael Ramírez Blanco, y estará disponible hasta el 24 de mayo
VALÈNCIA. Desde el primer momento en que uno entra en la sala escogida por el Centro de Cultura Contemporánea del Carmen (CCCC), se puede observar que Carlos Pérez no era precisamente un creador con gustos uniformes. Las paredes están plagadas de sus pertenencias, así como de carteles y objetos que su hija ha cedido al centro cultural hasta acumular más de 500 piezas: carteles de cine de todo tipo, extensas colecciones de fotografías que reflejan el trabajo del padre del pedagogo; libros muy distintos unos de otros (escogidos por Pérez algunos por su contenido, pero otros por su mera estética); pinturas hechas por él y también por otros, como el retrato que le hizo el pintor valenciano Marcelo Fuentes, que según uno de los comisarios de la exposición se asemeja mucho al rostro Totò, el famoso actor italiano de los años 50; juguetes de animales que él mismo fabricaba…
Los comisarios de la exposición llamada Viaje a Corfú’. Carlos Pérez. El hombre museo (nombre que hace referencia a uno de los proyectos que Pérez nunca pudo llegar a realizar) son el historiador Francesc Pérez i Moragón y el pintor Rafael Ramírez Blanco. También acuden la Secretaria Autonómica de Cultura y Deporte, Raquel Tamarit; y el director del centro, Jose Luis Pérez Pont.
Lo primero que destaca Pérez i Moragón es que “han puesto todos sus esfuerzos en que la exposición siga la línea de la propia filosofía de Carlos Pérez”. Por eso hace hincapié en que no tratan de “homenajear su figura”, sino de “atraer a gente con intereses culturales diversos”. El trabajo de Pérez siempre estuvo marcado por un fuerte interés social. Según Tamarit, “fue una figura inspiradora para todos quienes le rodearon y una persona clave para modernización de la museografía”. Como pedagogo, creó un taller ocupacional para niños, trabajó con jóvenes con problemas auditivos y diseñó todo tipo de juguetes inspirándose en el método Montessori. Moragón también apunta que “Pérez siempre luchó por romper con las diferencias entre alta y baja cultura, integrar a todas las artes y conseguir la participación de todos en su creación”. Por otro lado, en Carlos “no había ninguna diferencia entre su vida pública y privada”. Esta afirmación se verifica al ver la reproducción de una de las partes de su casa que la exposición ha confeccionado: un piano, un gato de juguete y una blanca pared plagada de cuadros que son muy similares a los que el Centro Cultural ha dispuesto.
Moragón afirma que Carlos Pérez “no era un fenómeno de masas”, pero que “sí lo era en el resto de ámbitos de su vida”. Sirvió de inspiración para artistas de diversas índoles gracias a sus “ideas revolucionarias”, y derrochaba pasión “por la fotografía, los viajes, el mundo mediterráneo, los animales, las artes gráficas e incluso por la mera tipografía”. Era un amante del modernismo y las vanguardias. De todo ello se extrae el hombre museo que da nombre a la exposición por su condición tan polifacética.
A los comisarios les preocupó desde un primer momento que, de estar vivo, “es posible que Carlos no hubiera aprobado aquella exposición”. Pérez era, según ellos (que además de compañeros también fueron sus amigos), “un hombre bromista y directo”. En toda su obra se aprecian dejes de improvisación, pero Moragón aclara que “jamás improvisaba, todo estaba pensado”. En una vitrina al otro lado de la sala, descansan algunos de los efectos personales de Pérez: unas gafas, un par de libretas viejas de bolsillo y un Nokia antiguo que, según Moragón destaca entre risas, era prácticamente “una extensión de su brazo”.
Entre sus obras más importantes, destacan Kembo, Alfa Bestiari o Búfalo Bill. Kembo incorpora sus textos delirantes combinados con las pinturas de Miguel Calatayud. Según Ramírez, “esa obra es comparable con la mejor literatura de su momento”. Alfa Bestiari, que recibe su nombre por la literatura medieval de animales fantásticos, es una obra dedicada a su pasión por la pedagogía. En Búfalo Bill. Romance se rescatan historias del periodo de entreguerras que ayudan a comprender mejor el mundo actual.
La exposición termina con Ramírez apuntando a un pequeño cuadro en el que se puede leer una nota de Carlos Pérez rehusando una invitación a una comida, que muestra el simpático excentricismo que caracterizaba al museólogo. Dice: “No puedo asistir a la comida, tengo un almuerzo de trabajo en el Purgatorio con Walter Matthau”.
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