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Aroa Moreno: "Si no te rebelas contra el trauma, puede acabar configurando toda tu identidad"

La autora publica 'La bajamar', donde tres generaciones de mujeres arrastran un dolor heredado por la clase, el género y la Guerra Civil

24/03/2022 - 

VALÈNCIA. Los territorios y las personas tienen capacidad de transmitir traumas, miedos y vergüenzas de generación en generación. Tiene que ver con la historia colectiva e individual, respectivamente. La Bajamar, la nueva novela de Aroa Moreno Durán (Literatura Random House, 2022), construye a través de las voces de tres generaciones de mujeres de la misma familia, un relato sobre el género, la clase, la Guerra Civil y los conflictos del pueblo vasco a lo largo del siglo XX. Cuando Adirane decide dejar Madrid y regresar a la casa familiar con la intención de resolver cuentas pendientes, hija, madre y abuela tienen que hacer memoria para desmontarla, un ejercicio del pasado para imaginar un futuro sin su losa. La autora estuvo ayer presentando la novela en València y atendió las preguntas de Culturplaza.

- El libro se lee de un tirón.
- Me está diciendo mucha gente que sí, y es algo que me gusta. Hay autores que dicen “me he tirado cinco años escribiendo, no te lo leas en un día”. A mí me parece bien, de hecho, porque significa que el libro tira del lector. Yo no pensaba que escribiera libros que pudiesen ser leídos de esta manera, pero es verdad que esta novela está muy concentrada, tanto la escritura como el espacio temporal de la trama. Puede suponer un viaje… oscuro.

- Una novela que se lee rápido también habla de una manera de escribir, ¿cuál es la tuya?
- He tardado bastante, a pesar de tener unas 290 páginas. La novela es el resultado de una exploración personal propia que ha durado casi desde que acabé La hija del comunista, porque justamente ahí tengo a mi hijo. La acumulación de experiencia, de felicidad, de miedo, empieza a gestarse mucho antes de la escritura. 

Luego llegó la pandemia, que me detuvo. Yo escribo rápido y poco. Cuando llego el confinamiento, en vez de aprovechar para escribir, me quedé muy bloqueada, primero por la dicción que tenía a las noticias y la preocupación; y segunda, estaba en Madrid escribiendo pero necesitaba ir al norte, necesitaba estímulos.

La manera en la que he escrito mis dos novelas es hacerme un guion. Primero escribí el primer capítulo y luego me planteé qué quería que pasara en el libro, y me ayuda a saber dónde quiero llegar. Cuando cruzo el ecuador de la novela, me ayuda escribir el último capítulo y así ya voy mandando a los personajes hacia allí.

- Casi técnicas de periodista.
- Mi escritura bebe del periodismo y de la poesía. Mi narrativa se compone de eso.

- Hablemos del contenido. El tema central del libro son las maternidades, que son muy diversas a lo largo de tantos personajes. Siendo tan diferentes, ¿qué les une?
- A todas les une que se quieren entre ellas. Hay mucho amor, pero también hay una herencia de algo que sucede en un momento remoto (más de 80 años), y las consecuencias del descuido con su hijo van transmitiéndose de forma oral y cada vez más distorsionadas de generación en generación. Hasta que llega a la hija y decide cortarlo.

Foto:  JAIRO VARGAS

- Es un libro sobre la memoria, pero a la vez, le das voz propia a las tres protagonistas.
- Rehuí de una única primera persona porque muchas veces te ves muy encorsetada para contar la historia. Me pasó con Katia, en La hija del comunista. Yo quería que, en esta historia, los personajes no contaran a los otros, porque de nuevo, iba a haber los agujeros en la historia que vivimos en las propias familias. Era importante que, entre las tres, hicieran el puzzle de la historia de las mujeres. Le quise dar especial hondura a Adriana (la madre), porque no conocemos la épica que tuvo esa generación, y la tuvo.

- También es un libro que habla de maternidad porque no hay paternidades de las que hablar: los padres desaparecen, no se hacen cargo. Háblame de ellas.
-  Yo quise enfocar a las mujeres: ¿qué estaban haciendo las mujeres mientras los hombres hacían la guerra, peleaban desde el sindicato, intentaban llevar a cabo una revolución, o trabajaban? Muchas veces, la función de las mujeres era, desde la retaguardia, cuidar de los niños y de la casa, mantener el nudo familiar. ¿Cuidaban los hombres? ¡Es que hay que decir que no! Han estado ausentes en las casas y presentes en la Historia. ¿Cuántos libros se han escrito sobre las hazañas de los hombres, desde las novelas hasta la academia? Y todos los hemos leído. Me gustaría que los libros protagonizados por mujeres, en este caso por madres (y no creo que sea una categoría especial), fueran leídos con un mismo interés.

- ¿Cuánto de nuestra identidad está atravesada por los traumas que guardamos?
- Si no te rebelas contra eso, puede que toda nuestra identidad. Y rebelarse es complicado, porque hay que identificarlo. Muchas veces es muy difícil saber lo que te trauma, sobre todo cuando es una herencia casi genética. Luego viene el decir “no quiero esto”. Creo que hay dolor que se hereda, y si no es el dolor, son las consecuencias que tuvo ese mismo dolor en la familia. O esos silencios que van abriendo agujeros en las familias por no preguntar. Es un cráter que todos vemos pero del que nadie quiere hablar.

- Lo pregunto también porque los hombres son lo que hacen la historia, pero sus traumas también atraviesan a las mujeres: a Ruth, la Guerra Civil; y a Adriana, la clase. ¿Qué pasa con Adirane, qué le dice el mundo contemporáneo, que no queda tan claro?
- Ella está atravesada por la decadencia del estado de bienestar, por el capitalismo, por el infantilismo, por el individualismo… Vive en una insatisfacción crónica y en la premonición de que algo malo va a suceder todo el rato. Eso es su mal, y es contemporáneo. Las otras dos mujeres identificaban muy bien el mal colectivo y contra quién tenían que pelear para sobrevivir. Sin embargo, ahora, aunque dentro de casa haya una infelicidad, somos incapaces de identificarnos con ella. Como si cada uno estuviera solo, peleando para mantener en pie la salud mental, intentando sonreír, intentando ser feliz y que nada nos afecte… Y sin embargo, somos incapaces de preguntar al otro un simple “¿cómo estás?”. Y en la respuesta tal vez encontremos un problema común que abordar.

- Haces dos alusiones a la violencia. Escribes primero: “La violencia soy yo: la violencia es mi amargura”. Unas páginas después, leemos: “La violencia es en su fondo siempre mucho más ordinaria que la heroicidad. Y ahora estoy segura de que la heroicidad no es lo contrario de la violencia”. Háblame de esa otra violencia que no es la Guerra, que no es la clase, sino que es la cotidianidad.
- En el primer caso, Adirane identifica que su madre y su abuela han padecido una violencia física, pero que en su caso, quiere decir que va a ser ella la que provoque esa violencia. No por poner en riesgo a su hija, pero si en proyectarle la culpa heredada por la sombra de la historia que han vivido ellas.

Además, la historia sucede en el País Vasco, donde han encadenado la revueltas obreras, Guerra Civil, posguerra, dictadura y terrorismo… Toda esa violencia no surge de la nada, tiene una raíz común que es la de la represión. Las espirales de violencia son muy peligrosas y hay que detenerlas cuanto antes. Mira ahora, sino.

- Precisamente te quería preguntar por el espacio narrativo, por Euskadi, que dibujas como un lugar en permanente conflicto. ¿Es endémicamente un territorio hostil o traumatizado?
- No es lo mismo. Creo que no es un lugar especialmente hostil. Simplemente es un lugar en el que no se ha hecho un trabajo de memoria. Se ha pasado página sobre los gritos de la generación anterior y se ha intentado imponer un nuevo trauma. Cuando una crece trauma sobre trauma, la epidermis es muy difícil de atravesar. Era lo que yo me preguntaba todo el rato: después de todo esto, ¿la gente es feliz? ¿la gente está bien? 

Poco a poco se va reconstruyendo una memoria de Euskadi teniendo en cuenta la suma de todas las partes. En este país tenemos la costumbre de no reconocer que aquello que hirió existió por todos lados. Tal vez, si consiguiéramos recuperar todas las memorias posibles, podríamos escribir un relato de paz.

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