EL PASPARTÚ

Breve elogio de la ilustración en orden alfabético

15/06/2021 - 

VALÈNCIA. Queridos lectores, queridas lectoras, la necesidad imperiosa de descansar —¡viva el mal, viva el capital!— me lleva a bajar el telón de mi colaboración quincenal en Culturplaza después de casi dos años estupendos. Una sección que ha pretendido ser un breve elogio de la ilustración administrado en pequeñas dosis: ahora un libro, ahora una entrevista; después una exposición, más tarde una investigación sobre el oficio, el arte y sus periferias. Pero como quiera que nada es eterno y el que mucho abarca, poco aprieta, numerosos han sido los temas que aguardan en el fondo del tintero: episodios, libros, personajes, referentes, intertextualidades y alguna que otra pulla que quizás no den para el tratado definitivo, pero sí merecen ocupar su lugar en esta despedida, aparecer como una lucecita en la espesura del bosque para que los espíritus más curiosos vayan a indagar y, con suerte, se queden un rato observando cómo titila.

Creo en la importancia de la información compartida, en el poder de la palabra y de la imagen para explicar(nos), y en la asociación libre de ideas como una de las cosas más divertidas del mundo. Es por ello, que me apetece despedir esta sección con un alfabeto; algo picadito —recuérdese a Monterroso: “Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una”—. Un listado de filias sin ánimo de exhaustividad, de ideas que salen al paso como en una de esas conversaciones de diván en la que nos sentimos cómodos. Un alfabeto sobre la ilustración y sus aledaños que contribuya a fijar algunas ideas o a agitar algunos avisperos; uno que empieza por el principio de todo y acaba como tenía que acabar.


La A de este alfabeto es la A de autor o autora. En el principio fue el autor; el que escribió o dijo el verbo, pero también el que lo dibujó, de ahí que tanto el escritor de un libro como su ilustrador sean sus autores. También es la A de arte y de artesanía que, en boca de Eduardo Galeano, se diferencian en el hecho de que quien lo elabore sea un alguien o un nadie. Es la A de Ana Juan, de ATAK o de La anarquía explicada a los niños. De Arnal Ballester, de Ajubel y de agitprop. Es la A de APIV, la Asociación Profesional de la Ilustración Valenciana.

Entre bambalinas asoma la B, con sus dos panzas que parecen dos libros apilados. Es la B de briefing, que es el encargo detallado que se le hace a un ilustrador o a su primo hermano, el diseñador. También es la B de Aubrey Beardsley, de Sir Quentin Blake o de su paisano William Blake quien, por si no lo sabían, fue tan magnífico ilustrador como poeta, como le pasa a Riki Blanco. Es la B del festival Baba Kamo, de la editorial Baobab y de Eduardo Muñoz Bachs, el gran cartelista de cine cubano, de origen valenciano. Es el azul del RGB.

Centellea la C, que es la C de cultura, como en las frases “los oficios de la cultura” o “las industrias culturales”. Es la C de Carlos Pérez y de Miguel Calatayud, de connaisseur, de carboncillo y de cartel. Es la C de Aitana Carrasco y de coleccionismo. Equivale al cian en el CMYK.

La D es de dibujo, una palabra que, como los pimientos de Padrón, a veces se refiere a la ilustración y otras veces non. Es la D de Honoré Daumier y de Jean Dubuffet, el principal valedor del art brut. También lo es de Diderot y de D’Alembert, la dupla que ideó la Encyclopédie, con múltiples grabados que ilustraban su ilustre contenido ilustrado de manera lustrosa.

Enmascarada llega la E, que es le E de James Ensor, de Egon Schiele; de Brecht Evens y de écfrasis, que es la representación verbal de una obra de arte visual. También lo es de escáner y de e-mail, eficaces elementos para enviar esbozos por encargo.

La F es de fábula y de Fabio Zimbres; de fanfarria y de fanzine. Es la F de Friends, la exitosa serie de televisión en la que se basaron los creadores de Illustrators, para hablar del día a día de un grupo de ilustradores de ficción (o no tanto, figúrese).

Gorgojea ahora la G, que es letra gruesa, pues es la G de George Grosz, de Goya, de Edward Gorey. De José María Gorris, de Luci Gutiérrez y de Gómez de la Serna, Ramón. Equivale al verde del RGB.

La H es de Hans Ticha y Henning Wagenbreth; de Hans Holbein y Helios Gómez. Es la H de Hokusai, el de la gran ola de Kanagawa y el sueño de la esposa del pescador.

Irrumpe ahora la I, que es I de ilustración, de ideograma, de imaginación y de inconformismo; todas ellas, palabras ideales, idílicas, imbatibles. Es la I de Isidro Ferrer y de Clara-Iris.

Jacarandosa es la J, que es la J de Ana Juan y Jesús Cisneros. De J. J. Grandville y Javier Sáez Castán; de Gabriela Jolowicz y Cachete Jack. Es la J de Joaquín Torres-García y sus juguetes.

La K es de Ernst Ludwig Kirchner, de Alfred Kubin de Kiki de Montparnasse y de Mackie Messer. Es la K que equivale al negro en CMYK.

La L es de lápiz, que es el otro mejor amigo del hombre —y de la mujer—. Es la L de lámina, de linóleo, de Edward Lear y de sus limerick. Es la L de Lucebert, de libro y también de lienzo. Es la L de Martín López Lam.

Llanamente llega la LL, que es la LL de llave, de pantalla y de silla, que es el hábitat natural del dibujante, llueva o no.

Mucho tardaba la M, que es la M de Frans Masereel, de Mattotti, de Sarah Mazzetti; de Alejandro Magallanes, de Antonio Fernández Molina y de Malota; de Media Vaca y de Milimbo. Es la M del marco que enmarca el paspartú, que enmarca la obra magnífica. Es la M de mal gusto, que es una mojigatería propia de los melindrosos. También de manuscrito, máscara y microhistoria. Es el magenta del CMYK.

La N es de novela gráfica, que es una forma de llamar al cómic o historieta de manera que el usuario no se sienta un niño o un lector novel (nótese que no hay ninguna necesidad). Es la N de Norman Rockwell y, en las antípodas, de Norman Pettingill.

Ceñuda aparece la Ñ, que es la Ñ de Elías Taño, de empeño y de puño.

Ostentosa es la O, que es la O de observación, de óleo y de offset, que es un tipo de impresión. Es la O de Odisea, de Óscar Grillo y de Carlos Ortín. ¡Ah! y también de ¡oh!, que es una interjección asombrosa como no hay otra.

La P planea y se posa pesada en la página, pues es la P que da todo el sentido a la Lira Popular chilena o al colectivo Estampa Popular. Es la P de Pablo Picasso y de Pablo Auladell; de página, papel, pigmento, píxel y Pantone. Es la P de paspartú y de chimpún.

Aunque le cueste, llega la Q, que es la Q de Quino y de ¿quién ha hecho esto, un niño de cinco años?

La R es de Josep Renau y de Remedios Varo. Es la R del rojo de Libros del Zorro Rojo y también de RGB.

Sandunguera silba la S, y no es para menos. Es la S de Saul Steinberg y Jiří Šalamoun; de Miroslav Šašek y Maurice Sendak; de Ralph Steadman y Luis Scafati. De Jan Švankmajer y de José Segrelles. Es la S de sensual serigrafía.

Le llega el turno a la T, que es la T de tinta, de taller, de trama y de tirada. Es la T de Gianluigi Toccafondo, de Núria Tamarit y del festival Tenderete.

De las últimas entra la U, que es la U de Tomy Ungerer y de Emilio Urberuaga, tan lejos, tan cerca, pero unidos.

Vemos venir a la V, que es la V de Brecht Vandenbroucke y de Víctor Visa; de videoteca, de vector y de viñeta; de variación y de València.

La W sí que sí es de Henning Wagenbreth —fui un estúpido malgastándolo en la H— y de Aleksandra Waliszewska. Es la W de Józef Wylkon y de wunderkammern, que es una cámara de maravillas o un gabinete de curiosidades.

La X es de xilografía, o, en portugués xilogravura, que debe ser la palabra más hermosa de todos los tiempos y lenguas. Es la X de ex libris y de Xerox art, el arte hecho con fotocopias.

Quitándose el yugo llega la Y, que no entiende de leyes. Es la Y de ¡caray! y de “yo dibujaba mucho de pequeño hasta que un adulto me reprimió con sus mandangas de que no lo hacía bien”. Es el amarillo del CMYK.

Se desliza finalmente la Z, azorada por llegar tan tarde. Es la Z que, en compañía de, al menos, otras dos, se convierte en la onomatopeya clásica de quien se ha quedado dormido cuando algo le resulta un peñazo y emite un zumbido zigzagueante: ZZZ.


(Telón.)

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