VALÈNICA.- Tras el esfuerzo de casi seis años que supuso la monumental La Casa. Crónica de una conquista (Norma)—un joya concebida como long seller pero que apenas necesitó unos meses para llegar a su segunda edición– el valenciano Daniel Torres (Teresa de Cofrentes, 1958) regresa a las librerías con Júpiter (Norma), la novena de las historias del aventurero sideral Roco Vargas, alter ego del escritor Armando Mistral (y un poco del propio dibujante). Tras La Casa, cabía esperar que Torres hubiera desenterrado al más conocido de sus personajes para apostar por una narración más clásica y en la que se mueve como pez en el agua: la space opera. Como le sobran tablas, con una trama medio buena y su capacidad para el ritmo, le hubiera bastado para convertir en destacable algo que en otros quedaría en obra menor. Además, ya anunció que dibujaba Júpiter los fines de semanas para relajarse del extenuante esfuerzo que suponía La Casa. Dicho esto, esta nueva entrega de Vargas no tiene nada de obra menor o de divertimento. Puede que no sea la mejor de la saga, pero sí que es de las mejores y tiene momentos que rozan lo genial.
Para los menos familiarizados con Roco Vargas, probablemente los más jóvenes del lugar, una explicación sencilla es que es uno de los primeros personajes de la era del boom de los 80 que salió de las fronteras y llegó incluso a las páginas de la mítica Heavy Metal, el buque insignia del tebeo europeo en EEUU. Concebido con una especie de aventurero sideral hedonista, y con un dibujo retromoderno que cautivó a propios y extraños, Vargas es un aventurero espacial que vive en una València del futuro, oculto bajo su alter ego de Armando Mistral (escritor). Con el tiempo, Mistral irá desapareciendo para dejar paso a Vargas, plenamente consciente de su papel de héroe.
Desde luego, Júpiter no es La Casa, pero no es un trabajo para salir del paso. De hecho, estamos ante una muy agradable sorpresa en la que Torres ha renovado a Roco Vargas –al que dejamos al borde de la muerte en La balada de Dry Martini (2006)—. Curiosamente, a veces hay más en este álbum del Torres de La Casa, Burbujas (esa joya que no tuvo la repercusión que merecía), o El octavo día. Es decir, la aventura queda casi en un segundo plano, en un guión reflexivo y bien pensado con un pie en la física cuántica, otro en la filosofía, sazonado con un mensaje antibélico y ecologista.
Tampoco se puede decir que esto sea nuevo en la trayectoria de Torres ni en las aventuras de Vargas, ya que esta fue una línea que ya exploró en La balada… sin ir más lejos. Pero la duda de los aficionados al aventurero sideral durante esta década que ha pasado desde la última entrega, era qué esperar. Con La balada… Torres supo evitar el desastre al que parecía abocada la saga tras los dos fracasos consecutivos de El juego de los dioses (2005) y Paseando con monstruos (2005). Lo que no estaba claro es si Vargas volvería. Probablemente, ni Torres hubiera sido capaz de dar una respuesta en aquellas fechas. Así, ahora que ha vuelto, se nota que es para quedarse. Júpiter es una historia cerrada, pero con muchas posibilidades de dar paso (o inicar) una tercera época del personaje.
Contaba Torres en una entrevista concedida a El cómic en RTVE.es que mientras dibujaba Júpiter no sabía si sería el final del Vargas. “Cuando empecé a escribir el guion yo pensaba que era su final. El primer borrador tenía un final mucho más abrupto y definitivo. Pero conforme avanzaba pensé que tampoco era necesario llegar a esos términos”, aseguraba. En realidad, lo que le ha quedado es un nuevo comienzo sobre la base de lo que ya había construido: no es una ruptura, sino una evolución hacia un tipo de historias que abre infinitas posibilidades para el personaje.
Hasta la fecha, las andanzas de Vargas se han divido en dos ciclos de cuatro álbumes: el que va de Tritón (1983) a La estrella lejana (1987) –una de las obras de referencia de los 80— y el que comienza en El bosque oscuro (2000) y llega hasta La Balada de Dry Martini (2006). Júpiter es un magnífico punto de inflexión que recupera (y cita expresamente) a estas dos sagas, pero apunta hacia un nuevo horizonte, un Vargas de tercera generación en un universo retrofuturista con muchos paralelismos con el nuestro. De ahí su fuerza: no son sólo unas historias que se cuentan, sino que se piensan. En este caso, el mensaje ecologista es un punto más a favor de un guión excelente.
Por lo que respecta a la narración, Torres demuestra que sigue ajeno a modas o convencionalismos y que se puede permitir lo que a muchos les gustaría: ser él, y no la historia, el que decide cómo narrarla. Como ejemplo, y aun a riesgo de spoiler, esas primeras páginas sin texto, con una composición y un color que remiten al mejor Moebius son de lo mejor y más original que se ha dibujado en años.
Y, para los fans más acérrimos, hay una edición limitada de 999 ejemplares (firmada y numerada) con el story board que es una auténtica maravilla.