Un repaso lisérgico a la actualidad Michelin
En Chef, la película que por cierto dirige y protagoniza Jon Favreau —director también de The Mandalorian y Iron Man, un cocinero venido a menos (un poco encabronado con la alta cocina) decide embarcarse en la locura de un food truck que sirve de excusa para volver a enamorarse de la gastronomía más popular: a veces la felicidad se esconde en un sencillo bocata. Es una bonita metáfora de lo que pretendo contar hoy.
Esta semana se han concedido las nuevas Estrellas en la Gala Michelin 2020, celebrada en Sevilla, y yo no puedo sino alegrarme muchísimo (de corazón) por los tres nuevos paladines de la hostelería valenciana: las dos Estrellas para la cocina de piel y tripas de Luis Valls en El Poblet y la primera (¡al fin!) para Begoña Rodrigo en La Salita y para Borja Susilla y Clara Puig en Tula, Xàbia. La pareja, tan bonica, es una apuesta de esta vuestra guía desde el minuto cero —que conste en acta.
Insisto: nos alegramos. Nos alegramos tanto como nos entristece que siga sin premiarse el excepcional momento de Vicente Patiño en Saiti o la esencialidad de Nozomi; pero hoy no hemos venido aquí a llorar, hemos venido a recordaros (por si hace falta, que no lo creo) que Casa Carmela, Rausell o Casa Montaña no lucirán jamás una Estrella, pero joder, qué felices somos allí.
Me he permitido hacer un experimento para este artículo: he tratado de reservar, de un día para otro, en buena parte de 'los Estrellados' de València. Hagan un día el experimento, seguro os sorprende. Tengo la sensación, también, de que demasiados hosteleros sueñan con que el galardón será el ticket mágico para el cartel de no hay reservas pero es que no lo es —no puede serlo. Nunca es tan fácil. La Salita, sin ir más lejos, ya llenaba el restaurante muchos años antes de la Estrella, no lo olvidemos nunca.
El traje nuevo del emperador es un cuento escrito por Hans Christian Andersen que viene a explicar por qué nadie le dirá al Monarca que va desnudo, pero es que va desnudo; la parábola perfecta de cómo a veces una ignorancia colectiva es más poderosa que una certeza individual. Os cuento un secreto: prácticamente todos los cocineros que conozco sueñan con una Estrella Michelin (supongo que es el resultado de proyectar en el macaron demasiadas esperanzas) prácticamente el mismo porcentaje de gastrónomos que jamás celebrarían su última cena en un tres Estrellas.
Lo harían en Estimar, en Rausell, en Elkano, en Etxebarri, en El Faro o en La Tasquita de Enfrente, pero no queremos reconocerlo. Quizá es momento de hacerlo, ¿no?