El goteo constante de naufragios de personas que buscan en Europa un lugar en el que vivir, parece que solo es noticia destacada y normalmente por poco tiempo, cuando adquiere dimensiones extraordinarias, como fue la del pasado mes de junio en el mar Jónico en el que perdieron la vida varios centenares de personas. Parece que nos hemos acostumbrado a la tragedia constante de personas que arriesgan sus vidas en la búsqueda de un mundo en el que poder vivir y la reacción más común es la indiferencia. En más de una ocasión me he planteado cuál sería la reacción y el impacto en los medios de comunicación si la noticia fuera el naufragio de unos turistas adinerados que pasaban sus vacaciones en el mar; el tratamiento que tuvo la dramática desaparición casi en los mismos días del Titán nos ahorra toda especulación. Sin duda en nuestra sociedad el valor de las personas se mide casi exclusivamente no por lo que son, sino por lo que tienen. Se teme a los inmigrantes no tanto por ser extranjeros sino por ser pobres.
Ciertamente, la historia de las migraciones es tan antigua como la historia humana, pero es verdad que en los últimos años el número de desplazados forzosos, ya sea en el interior o el exterior de las fronteras, adquieren unas proporciones descomunales. Las cifras dadas recientemente por el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas se elevaban a 110 millones. Nunca se había alcanzado tal nivel. No todos estos movimientos migratorios obedecen a las mismas causas, muchas de estas personas emigran con el fin de obtener unas condiciones económicas para tener una vida mínimamente digna.
También en muchas ocasiones junto a la necesidad económica se une el huir de la violencia; los conflictos armados y su intensidad proporcionan un número muy elevado de refugiados. A aquellos que han producido tan gran número de personas exiladas como es el caso de Siria, se unen los del Yemen y los de tantos países de África, así como el de Palestina o el de la población saharaui refugiada en el desierto de Argelia; los combates recientes del Sudán agravan la situación ya de por sí muy tensionada por la invasión de Ucrania o la crisis humanitaria de Afganistán.
No podemos tampoco olvidar la incidencia que la violencia, además de la situación económica tiene en varios países latinoamericanos. De otra parte, la violación de los Derechos Humanos por parte de regímenes iliberales provoca la huida de muchos de sus ciudadanos, donde la represión contra los medios de comunicación con la encarcelación de periodistas y escritores críticos respecto a esos regímenes, así como también la que se ejerce contra las mujeres que luchan en contra de su discriminación. Los casos de Irán y Afganistán son paradigmáticos. La discriminación por razón de sexo también se manifiesta en la represión de aquellas personas que tienen una distinta orientación sexual. Entre esos derechos fundamentales menos protegidos y de los que menos se habla, se encuentra la libertad de creencia.
La persecución de cristianos por la Jijab Islámica es muy intensa tanto en el Oriente Medio como en varios países de África. El fortalecimiento de algunos Estados totalitarios origina que se esté usando la religión como arma de control y de poder, como así se manifiesta en la invasión rusa de Ucrania y el movimiento nacionalista extremo de Narendra Modi en la India.
Uno de los grandes retos asumidos por la presidencia de turno española de la Unión Europea es el Nuevo Pacto de Emigración y Asilo en el que se prevé un sistema de solidaridad entre los Estados miembros en atención a los refugiados. No es esta tarea fácil en estos momentos debido al avance de los movimientos de extrema derecha que en su lucha contra los inmigrantes tienen uno de sus elementos identitarios. El reciente discurso de Viktor Orban, primer ministro de Hungría pronunciado en Rumanía, definía con claridad los puntos esenciales de esa extrema derecha europea que dice buscar la defensa de la civilización europea y para ello propone convertir Europa en una fortaleza frente a los inmigrantes, lo que está en contra del más elemental sentido de la civilización y se basa en la ignorancia de las grandes tradiciones que han conformado el pensamiento de Europa, baste repasar las páginas del pensamiento clásico griego y romano, la tradición bíblica, etc.
El problema es que las fronteras que se levantan ante los de fuera, las reproducimos en el interior de Europa. Los resultados de las recientes elecciones generales, dentro de la incertidumbre en la que nos situamos, creo que dejan claro el rechazo de esta ideología. De todos modos entiendo que hemos perdido la oportunidad durante las campañas electorales a las que recientemente hemos sido convocados, de plantear estos temas en profundidad. El tema que nos ocupa es de vital importancia y lógicamente lo han de abordar los Estados, los organismos internacionales, pero no podemos olvidar el papel que les corresponde a los municipios pues es en nuestros pueblos y ciudades donde el inmigrante deja de ser un número y adquiere la condición de vecino.