VALÈNCIA. Año 2018. Las franquicias y los puestos de souvenirs se han apoderado de todo el centro de València. ¿De todo? ¡No! Un irreductible taller planta cara todavía y siempre a la invasión de negocios impersonales que van transformando los centros urbanos en insípidas fotocopias. Su nombre es Sambonet, un espacio de restauración artesanal que lleva 121 años dando una nueva oportunidad a piezas de arte y mobiliario que habían quedado desahuciados por el paso del tiempo. Hablar de decoración low cost entre sus paredes es casi un sacrilegio: aquí reina la mirada a largo plazo y la veteranía de los objetos se convierte en su mayor mérito. El local es, ante todo, un superviviente. En este siglo y pico de vida ha visto cerrar a muchos otros negocios de la zona dedicados también a otros oficios tradicionales en vías de extinción: orfebres, encaladores, torneros, telares… Labores que han sucumbido a los ritmos y las necesidades contemporáneas.
El primigenio Sambonet abrió sus puertas en 1897 en la hoy desparecida calle Campaners - cuya ubicación ocupa la actual plaza de la reina-, como un espacio centrado en la elaboración de arte sacro, como esculturas e imágenes. Desde entonces, se ha entregado a la restauración y conservación de obras de arte de todo tipo, con un breve periodo de cierre durante los convulsos años de la Guerra Civil. Finalizada la contienda, la tradición de la familia Sambonet le permitió jugar un papel clave en la reconstrucción de las iglesias locales que habían sido dañadas. La empresa fue pasando de padres a hijos hasta que, tras la jubilación en 2014 de Xavier Sambonet (cuarta generación de la familia dedicada a esta ocupación y todavía propietario del local), Maria Zamorano tomó las riendas de un negocio en el que ya había trabajado durante muchos años.
Actualmente, la empresa está especializada en trabajos con madera, especialmente dorados y policromías, campo en el que se han convertido casi en los últimos de su especie en el ámbito valenciano. Además, en su catálogo de servicios se encuentran la restauración de pinturas, metales y cerámicas. Pero no solamente se ocupan de dar una nueva oportunidad al arte de los pasados siglos, también crean desde cero piezas de marquetería por encargo. Sí, aún queda vida más allá de las sillas plegables con nombre sueco.
Hasta su pequeño local situado en la calle Comte d’Olocau, en pleno casco histórico, se acercan cada día particulares que quieren remozar el legado familiar, coleccionistas y también instituciones que buscan revalorizar su patrimonio. Por ello, en sus estanterías, armarios y espacios de trabajo se suceden todo tipo de objetos que aspiran a recuperar el esplendor perdido, desde el cabezal y los palos del dosel correspondientes a una majestuosa cama del siglo XIX hasta cuadros que datan del XVIII o incluso un retablo gótico cuyos propietarios habían mantenido hasta hace poco “separado por partes en distintas casas”. Sobre una de las mesas del taller reposan dos relicarios de principios del siglo XIX cuyo proceso de restauración se encuentra a punto de finalizar. “En este caso, hemos empleado oro fino, como el que se usó originariamente, y también hemos tenido que recurrir a un tallista para componer algunas partes que se habían perdido”, apunta Zamorano. Este rincón de Ciutat Vella acoge artilugios casi imposibles de encontrar en cualquier otro lugar de la urbe, como un molde de madera empleado en el Renacimiento para crear molduras de escayola con las que se decoraban las bóvedas de los templos de la época. Una contundente pieza en proceso de restauración, que constituye toda una rareza: “estaba almacenado en una casa. Quedan muy pocos como este en todo el mundo”, apunta el bisnieto Sambonet.
Entre las obras restauradas en estos 121 años de historia, se deben nombrar algunas intervenciones en la iglesia de San Juan del Hospital y en la de la Asunción de Alaquàs, así como una escultura de la Virgen con el niño expuesta en el Museo Municipal de Valencia y otra de la Virgen de los Dolores creada por Pedro Bonet en 1785. Esta saga también colaboró en la recuperación del Salón Dorado que alberga el Palau de la Generalitat, cuyo artesonado data del siglo XVI. En lo que respecta a los proyectos de nuevo cuño, llevan su firma creaciones como el retablo del céntrico Portal de la Valldigna (realizado en los años 60 por el padre y el tío de Xavier) o el retablo mayor del Monasterio del Puig, ejecutado entre 1996 y 2003. En la actualidad Zamorano se encuentra poniendo a punto gran parte de los materiales que podrán verse en el museo municipal de Alpuente.
En Sambonet son conscientes de que suponen una excepcionalidad casi anacrónica. No en vano, antes sus ojos se han ido desvaneciendo decenas de empresas de artesanía con un espíritu muy similar al suyo. “Hace unos pocos años toda esta zona estaba llena de talleres como el nuestro, dedicados a oficios que se han perdido”, recuerda Xavier. Y aunque el espacio sigue en pie, reconocen que la realidad del negocio es radicalmente distinta a la de hace unas décadas. “La sociedad ha cambiado mucho”, reconoce Sambonet. Las nuevas modas en cuanto a decoración han provocado que muchos particulares ya no deseen contar con los vetustos muebles familiares en sus salones ni busquen piezas nuevas pero de estilo clásico para sus hogares. Se lleva un mobiliario más efímero. Además, en los últimos años, entidades públicas como el IVACOR (Institut Valencià de Conservació y Recuperació de Béns Culturals) se han hecho cargo de gran parte de las restauraciones pertenecientes a las instituciones valencianas. Tampoco ha ayudado la crisis económica que dejó en un tercero o cuarto plano cuestiones como la recuperación del patrimonio familiar. “A la gente le cuesta mucho invertir en esto, prefieren tener las obras guardadas. Quizás dentro de 10 años haya un resurgimiento. De momento, estamos intentando reducir los presupuestos todo lo que sea posible”, subraya Zamorano. “Claro, se trata de gastos elevados que no todo el mundo puede asumir”, indica el heredero de la compañía. El vil metal, siempre el vil metal.
La restauración de patrimonio institucional se basa en criterios técnicos más o menos establecidos, en parámetros supuestamente imparciales, sin embargo, cuando se trata de objetos personales, el valor sentimental acaba jugando un papel clave. “A veces viene gente con piezas heredadas sin gran valor artístico ni histórico, pero que se empeñan en arreglar porque tiene un simbolismo especial para ellos”, reconoce la responsable del taller. También se da el caso contrario, clientes que se acercan con elementos de gran importancia cultural pero que, al conocer las tarifas, prefieren no iniciar la travesía. “La gente no sabe muy bien lo que tiene en casa”, sentencia Sambonet. Un tercer caso es el de quienes, tras realizar un encargo, desaparecen sin llegar recoger el producto acabado (y sin abonar los gastos generados). “Nos dicen que no lo quieren y que lo vendamos”, relata frustrado Xavier Sambonet.
Puede que las costumbres y las modas hayan cambiado, pero no lo han hecho las técnicas artesanales empleadas en Sambonet. Unos conocimientos tradicionales que han sido preservados de generación en generación sin apenas modificaciones. Las nuevas tecnologías no juegan un papel demasiado preponderante aquí, “no hay muchas innovaciones que podamos aplicar. En cuestiones como el dorado y la policromía se sigue realizando un trabajo muy manual, similar al que se hacía en los inicios de la empresa”, apunta Zamorano, para quien la esencia del trabajo sigue siendo “la misma” que la que se seguía a finales del XIX. En cuanto a los materiales, se van sumando algunos productos nuevos que dan "mejores resultados", pero en cuestiones como la restauración de muebles, se sigue optando por maderas antiguas que consigan emular el aspecto original de las piezas, “en los almacenes especializados se pueden encontrar incluso tablas de pino del siglo XV en perfecto estado”, apunta Sambonet. Las chapas de conglomerado son anatema en este recinto acostumbrado a la longevidad del pino de Albarracín.
Las actuaciones a seguir dependen, fundamentalmente, del estado de conservación en que se encuentre el material. Algunas necesitan simplemente unos retoques, mientras que otras, un proceso intensivo de mejora. “A veces llegan piezas prácticamente desechas que requieren de un proceso muy meticuloso para conseguir que la reconstrucción sea viable”, explica María Zamorano. A la hora de emitir un diagnóstico prima el pragmatismo “hay que ser sincero y realista con los clientes, explicarles hasta dónde se puede llegar, qué procedimientos vale la pena seguir y cuáles no”, apunta la profesional. En los casos más extremos o cuando el cliente no está dispuesto a pagar el importe de una restauración completa, se intenta poner en marcha mecanismos de conservación y consolidación “para que los problemas que presentan los objetos no vayan a más y, por lo menos, se lo puedan dejar a sus hijos”. En todos los casos, se aconseja, al menos, realizar una limpieza intensiva. “El objetivo es respetar la pieza lo máximo que sea posible”, subraya Sambonet.
Pese a las dificultades experimentadas en los últimos años, Zamorano es optimista de cara al futuro: “si no somos nosotros, vendrán otros: siempre habrá gente dedicada a este oficio”. Aún así, reconoce que no se encuentran en el mejor de los mundos posibles: “tienes que hacer mucha fuerza para seguir aguantando”. De momento, Sambonet sigue levantado su persiana cada mañana, sabiéndose un superviviente, integrando silenciosamente la resistencia.