En la capital de Escocia parece que el tiempo se ha detenido, con sus leyendas de fantasmas, sus casas encantadas y el espíritu de William Wallace gritando: «¡Libertad!»
VALÈNCIA.-El sonido de las gaitas se eleva sobre el trajín de la ciudad y me acompaña mientras paseo por las calles de Edimburgo, cuyos edificios transportan a un pasado repleto de leyendas que han llegado hasta nuestros días y conceden ese halo de misterio que invita a adentrarte por sus closes (callejones) para conocer las historias que esconden. Como la de Annie, la niña que fue ‘descubierta’ por una médium japonesa que notó su presencia al visitar el callejón y, según contó, su espíritu deambulaba por el Mary King’s Close en busca de la muñeca que perdió. Para ayudarla, la mujer dejó sobre el arcón una muñeca y, desde entonces, imitarla se ha convertido en casi una tradición de quienes visitan el lugar. Con tanto peluche seguro que la niña ya no se aburre.
Historias que permanecen ocultas tras la bulliciosa Royal Mile, la gran avenida que discurre desde el castillo de Edimburgo hasta el palacio de Holyroodhouse, residencia oficial de la reina en Escocia. Una curiosidad que hace asomarte por el coqueto White Horse Close o el advocate’s close, un estrecho callejón cuyas paredes enmarcan el monumento a Scott dejando una imagen de postal. Eso sí, ármate de paciencia porque entre los que pasan y los que quieren hacer la foto se hace eterno... Muy cerca está la Catedral de St. Giles donde, además de visitarla, tienes que mirar bien al suelo para encontrar el Corazón del Midlothian, que indica dónde estaba la antigua prisión de Edimburgo (fue demolida en 1817). Colócate bien porque la tradición dice que, para tener suerte, hay que tirar un 'ñapo' en el medio —¡con cuidado de no dar a alguien!—.
Hasta aquí los edificios y plazas pueden resultar un tanto sombríos pero el colorido llega en la calle Victoria, hoy famosa gracias a J. K. Rowling y su callejón Diagón, en el que Harry Potter y compañía compran sus artilugios. No tan alegre es donde desemboca la calle, el Grassmarket, que en el medievo era el lugar donde se celebraban las ejecuciones públicas. Un pasado tenebroso que recuerdan dos pubs: The Last drop, donde los condenados se tomaban su último whisky, y Maggie Dickson, la única condenada a la horca que logró sobrevivir a la misma. Tras su caso modificaron la sentencia de «queda condenado a la horca» por la de «queda condenado a la horca hasta su muerte». Todo un detalle.
Subiendo por unas escaleras desde la calle Victoria llegas al castillo de Edimburgo, que se encuentra en la cima rocosa de un antiguo volcán ya apagado. Es el monumento más visitado de Escocia así que las colas suelen ser bastante largas. Tanto que apenas se distinguen las estatuas que custodian el castillo: la del rey Bruce y de William Wallace, dos personajes históricos conocidos gracias a la película Braveheart. La visita al castillo te ayuda a enteder la historia de Escocia, sus guerras y asedios, pero también ves los Honores de Escocia (las Joyas de la Corona), la Piedra del Destino, donde eran coronados los reyes escoceses, o la capilla de Santa Margarita. También es interesante por las vistas que hay de la ciudad desde sus terrazas.
La bajada del castillo hacia los jardines de Princes Street se hace amena gracias a los artistas callejeros, hombres que visten un kilt, el rodaje de una película (Fast and Furious 9) o las concentraciones en contra del Brexit. Al llegar, me siento frente a la fuente Ross y me sobresalta un ¡boom! de un cañonazo —se oye fuerte, a pesar de la música que sale de un puesto de bebidas y comidas de al lado—. Es una tradición que se remonta a 1861, cuando ese disparo servía para que los marineros del fiordo de Forth ajustaran la hora de sus relojes e instrumentos de navegación. Según me explicaron, antes de utilizar el cañón desde el monumento a Nelson (en Calton Hill) caía una bola desde lo alto de la torre para orientar a los marineros. Pero claro, desde el fiordo era muy difícil de ver por culpa de la niebla —¡qué sorpresa que en Edimburgo haya niebla o esté nublado!— así que, sagazmente, cambiaron de método.
En Calton Hill, muy cerca del monumento a Nelson, está el monumento Nacional de Escocia, construido a finales del siglo XIX para homenajear a los soldados caídos durante las guerras napoleónicas. La idea era hacer una réplica del Partenón de Atenas pero el presupuesto se acabó —por lo visto, el whisky tuvo parte de la culpa— y solo construyeron doce columnas. A pesar de ello, es uno de los iconos de la ciudad. Más allá de las anécdotas, las vistas desde Callton Hill son muy bonitas, especialmente al atardecer. Eso sí, ve con tiempo porque la cola de aficionados a la fotografía con sus trípodes y filtros es considerable.
Si de algo puede estar más orgulloso un escocés es de la gran cantidad de autores que han vivido aquí o se han inspirado en sus calles y tabernas. Más allá de J.K. Rowling, que imaginó las aventuras de Harry Potter en el café literario The Elephant House. Al entrar al baño te sorprenderá la gran cantidad de frases que hay de los fans. Aparecen nombres tan importantes como Robert Burns, Robert Luis Stevenson, Muriel Spark, James Hogg, Sir Arthur Conan Doyle y su amigo Sir James Matthew Barrie. Sin olvidar a Sir Walter Scott, cuyo monumento, en Princes Street Gardens, es el mayor del mundo dedicado a un escritor, e incluso es el único cuya novela (Waverley) da nombre a una estación de tren, la de Edimburgo. No es de extrañar que, en 2004, la Unesco declarara a la ciudad primera Ciudad de la Literatura del mundo.
Si quieres ahondar más en la literatura, en el Lady Stair’s Close, en la Royal Mile, encontrarás el Museo de los escritores. La entrada es gratuita (puedes dar un donativo) y en él encontrarás, entre otras cosas, la imprenta y la mesa del comedor de Sir Walter Scott, el escritorio en el que completaba sus obras Robert Burns, la pipa de Robert Louis Stevenson o el anillo que le regaló un rey de Samoa que tiene grabada la palabra 'tusitala', que significa contador de historias. Justo al lado del museo está el Makar’s Court —makar en escocés significa autor— donde, si miras al suelo, verás losas del pavimento que contienen inscripciones con citas y fragmentos de obras de autores escoces. Y sí, las van actualizando.
La visita a Edimburgo no está completa si no te adentras por sus cementerios, en los que llama la atención ver a personas leyendo un libro o pasando el rato. El más popular y céntrico es el de Greyfriars, donde muchos turistas se acercan para frotar la nariz a la estatua del perrito Bobby que se hizo famoso por velar la tumba de su dueño durante catorce años. También es conocido porque, dicen, J.K Rowling se inspiró aquí para la lúgubre escena del cementerio de Harry Potter y el cáliz de fuego y hay dos tumbas cuyos nombres te resultarán familiares... Lo que está claro es que en Edimburgo la imaginación vuela.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 62 (diciembre 2019) de la revista Plaza