VALÈNCIA. La Cova Foradada se encuentra en los lindes de la marjal de Pego, aquel extenso terreno verdoso que allá por 1985 se pensó para ubicar el conocido hoy como Disneyland París. No obstante, fue en la década anterior cuando se inició la primera excavación en la cueva, que alumbraría tiempo después a uno de los esqueletos neandertales mejor conservados de Europa. En la actualidad, pueden visitarse sus restos en el Museu de Prehistòria de València (MUPREVA).
Es precisamente esta institución, subvencionada por la Diputació de València, la que ha puesto en marcha este verano cuatro excavaciones en distintos yacimientos de la provincia: la Cova del Bolomor de Tavernes de la Valldigna, la Cova Foradada de Oliva, el Pico de los Ajos de Yátova y la Cueva del Sapo de Chiva.
La Cova Foradada, cuya segunda campaña de excavación finaliza esta última semana de julio, ha acogido durante este mes a un equipo multidisciplinar codirigido por Aleix Eixea, doctor en Prehistoria y experto en industria lítica, y Alfred Sanchis, doctor en Prehistoria, experto en Zooarqueología y conservador del Museu de Prehistòria.
La cronología histórica de la cueva pertenece al Paleolítico medio y el inicio del Paleolítico superior, hace entre 100.000 y 10.000 años a.C., durante la Edad de Piedra. Tal como indica Eixea, las excavaciones datadas en estas épocas requieren de mucha minuciosidad por los diminutos detalles que se extraen.
Además, cabe señalar que en contra del mito de los grandes hallazgos, todos los días se extraen pequeños restos óseos, semillas, carbones… que permiten acercarse más a la vida cotidiana de aquellos que habitaron la zona durante el Pleistoceno medio y superior. De hecho, Eixea indica que "el 99% en Arqueología es trabajo minucioso y son encuentros que no trascienden a los diarios, pero que permiten acercarse a esos homínidos".
El objetivo de esta segunda incursión desde que el nuevo equipo decidiera en 2020 retomar las investigaciones en la cueva, consiste en mejorar la información sobre la vida de los primeros homínidos modernos que habitaron la zona: cómo cazaban, cómo se integraban en el territorio, cómo interactuaban con los animales, qué pautas culturales poseían, etc.
No obstante, el trabajo de campo sobre los yacimientos tan solo es el inicio de largos proyectos que se alargan años e incluso décadas.
Tras haberse planteado los objetivos a alcanzar con las investigaciones (y haberse recibido los permisos correspondientes), se procede a excavar. Sin embargo, Eixea hace hincapié en la importancia de la ética, pues "se hacen sondeos para ver dónde pueden hallarse los restos y no vaciar una cueva entera sin ir analizando aquello que se extrae".
La laboriosa metodología que se lleva a cabo durante la excavación consiste en parcelar la zona donde se quiere excavar en cuadrículas por metros cuadrados. Cada uno de los m2 se subdivide en subcuadros de 33cm2, cuyas coordenadas son localizadas con la estación total. De esta manera, las extracciones de cada uno de los subcuadrados se deposita en bolsas que identifican el área de extracción, así como la capa de profundidad a la que se encuentra. Estas capas se organizan en niveles, que permiten indicar los cambios sedimentarios.
Los codirectores coinciden que un 10% de los fragmentos extraídos día a día es posible que sea identificado a simple vista, aunque el 90% no es identificado ni taxonómicamente ni anatómicamente.
Paralelamente, los restos se criban con ayuda de una máquina de flotación. Esta consiste en un bidón con una entrada de agua a presión, un tamiz, una tela y un aliviadero por el que saldrán los restos flotantes como carbones y semillas. El secreto radica en la densidad. "Esta es una forma muy rápida y eficaz de separar los restos vegetales y arqueobotánicos de las piedras no antrópicas, de los huesos o de la lítica", afirma Carmen Martínez, doctora en Prehistoria y profesora en la Universidad de Salamanca.
Una vez cribados los restos, se extienden para ser secados y, posteriormente, llevados al laboratorio. Cuando llegan al laboratorio, se separan las semillas de los carbones, dado que las primeras son identificadas por morfología comparada y los segundos por anatomía. La microfauna, por ejemplo, indicará cambios ambientales, mientras que las semillas aportarán información sobre la alimentación de los grupos de población.
Se suele trabajar con colecciones de referencia de una zona concreta para poder comparar los restos extraídos en el laboratorio.
Una vez identificados los restos, si se desea aproximar más la datación, se mandan a analizar con Carbono 14, herramienta que en Arqueología sirve para datar hasta unos 50.000 años atrás.
Además de la tarea de análisis, queda la posterior labor de redacción y difusión de los resultados, tanto a niveles especializados como al público en general, quien recibe la información a través de exposiciones y revistas de divulgación científica.
Las primeras excavaciones en la cueva se produjeron durante los años setenta por el descubrimiento de industria lítica. El proyecto, encabezado por José Aparicio, contaría con más excavaciones las décadas siguientes. En 2010, se toparon con el esqueleto neandertal actualmente expuesto en el MUPREVA, conservado casi al completo y cuya datación parece indicar que tiene cerca de 100.000 años. No obstante, los trabajos continuaron hasta 2017.
En 2020, Alfred Sanchis y Aleix Eixea deciden retomar las investigaciones en la Cova Foradada y realiza la primera excavación dos años después. La incursión actual supone la segunda campaña del proyecto codirigido por el conservador del Museu.
El equipo actual que configura las incursiones en la cueva es de entre ocho y nueve personas, pese a que hasta unos treinta profesionales de distintas disciplinas participan en la totalidad del proyecto, además de estudiantes de diferentes niveles educativos.
La primera de las actuaciones impulsadas por el Museu de Prehistòria de València para este verano fue la excavación en la Cova del Bolomor de Tavernes de la Valldigna, que ya ha acabado la campaña. Se trata de un yacimiento situado cronológicamente en el Pleistoceno medio y Pleistoceno superior inicial. Su depósito sedimentario y los restos arqueológicos tienen una importancia excepcional para el conocimiento de los orígenes y las características del poblamiento humano antiguo en la Europa meridional. Además, cuenta con resultados publicados durante más de 30 años.
Otro de los emplazamientos en los que actuará el museo, en este caso en agosto, es el Pico de los Ajos de Yátova, un yacimiento ibérico especialmente conocido por su colección de plomos escritos en lengua íbera. Desde hace seis años, aproximadamente, ha sido objeto de excavaciones por parte del Servicio de Investigación Prehistórica del MUPREVA, junto con la Universitat de València y el Ayuntamiento de Yátova. A estas alturas, se está trabajando para dar a conocer los hallazgos constructivos documentados en diferentes sectores del poblado, con la consolidación de los restos y su puesta en valor. Las investigaciones corren a cargo de los doctores Consuelo Mata y David Quixal.
Por último, durante el mes de septiembre, tendrán lugar excavaciones en la Cueva del Sapo de Chiva. Se trata de una cueva ritual ibérica donde se ha documentado una gran variedad de ofrendas funerarias. Además de ser un espacio destinado a varios rituales de la época ibérica, entre los cuales se encuentra un soterramiento del s. IV a. C., también ha sido objeto de varios usos desde el Calcolítico hasta el siglo XIX. Este año, en el marco del programa de actuaciones del Museu de Prehistòria de València, se continuará excavando para aproximarse a los diversos usos de esta cueva a lo largo del tiempo. La codirección de la excavación corre a cargo de los doctores Sonia Machause y Agustín Díez.