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la opinión publicada / OPINIÓN

El dilema Aznar-Rajoy y el estancamiento de Vox

Foto: Marta Fernández/ EP
8/10/2022 - 

Desde su misma fundación como Alianza Popular, el PP ha tenido siempre dos almas o dos posibles enfoques ideológicos y electorales, que se corresponden con sus orígenes y con el espacio político al que aspiran a representar: ¿debería ser el PP un partido más volcado hacia la derecha españolista de toda la vida, "sin complejos", o por el contrario debería atender al centro político y a las particularidades de las comunidades autónomas, o lo que podríamos denominar derecha "acomplejada"?

Es esta una discusión que ha generado grandes tensiones internas en el PP, y ha contribuido a escindir su electorado recientemente: hacia la derecha, en un partido ultraderechista fundado por exdirigentes del PP: Vox; y hacia el centro, con el surgimiento esporádico de experimentos centristas que con mejor o peor fortuna disputaban parte del electorado del PP (UPyD y después Ciudadanos, con el lejano antecedente del CDS de Adolfo Suárez, en realidad surgido para suceder a la UCD).

Desde mi punto de vista, el dilema es irreal, pues ya fue resuelto en 1977, en las primeras elecciones generales del actual período democrático: Manuel Fraga, fundador de AP, decidió aspirar al voto del denominado "franquismo sociológico" (población conservadora que quería preservar el legado económico y social del franquismo) y se rodeó para ello de una serie de jerarcas del régimen mucho más nítidamente ubicados en la derecha reaccionaria que el propio Fraga, comenzando por la siniestra y ridícula figura de Carlos Arias Navarro ("Españoles... Franco... Ha muerto... Snif", mirada desoladora a la cámara y al vacío), el último presidente del Gobierno de Franco.

Enfrente de AP se ubicaba la UCD, un conglomerado de formaciones de centroderecha con aspiraciones más modernas y moderadas, liderado por Adolfo Suárez, presidente del Gobierno. Los resultados fueron muy claros: UCD ganó las elecciones con el 34,5% de los votos, 165 escaños, mientras que el franquismo sociológico de AP alcanzaba un modesto 8,2% de los sufragios (16 escaños).

Foto: Joaquín Corchero/ EP

Fue en 1982 cuando AP logró su primer crecimiento hacia el centro-derecha, y fue por incomparecencia del rival: UCD se disolvió en sí misma y AP se convirtió en el partido principal de la derecha (26,5%, 107 escaños), que a partir de entonces sería la alternativa conservadora al PSOE, que obtuvo en esas elecciones su mejor resultado histórico (48,3%, 202 escaños). Y en realidad, este éxito de AP también mostró de nuevo las limitaciones de la opción esencialista "sin complejos-con Franco se vivía muy bien" de Manuel Fraga. Porque ese resultado, 107 escaños, se convirtió en el techo de AP, que no pudo superarlo ni en 1986 ni en 1989, ya con José María Aznar de candidato. Con AP en la oposición era el PSOE el que vivía muy bien, porque obtenía la mayoría de los votantes de centro, poco seducidos por la "vuelta a Franco" de la derecha de AP, y porque además otra parte de los votantes centristas se iban al CDS de Suárez, que tenía una implantación electoral en aquellos años en torno al 10%.

Por esa razón, en 1990, en la refundación de AP como el PP, comienza el primer gran "viaje al centro" de esta formación: porque eran evidentes las limitaciones de esta formación con su pesada herencia de franquismo sociológico. Y los resultados, merced también al desgaste del PSOE, comenzaron a mejorar, obteniendo por primera vez la victoria en 1996 y la mayoría absoluta en el año 2000 (lograda tras una legislatura notablemente moderada, con el apoyo de nacionalistas vascos y catalanes). Ahí tenemos un nuevo giro a la derecha del PP de Aznar, muy crecido con su mayoría absoluta y muy agresivo con los partidos nacionalistas, y además empeñado en una apuesta personal por la alianza atlántica con EEUU y la invasión de Irak de 2003 que dio al traste con el PP en las Elecciones Generales de 2004, donde José Luis Rodríguez Zapatero obtuvo la victoria por sorpresa frente a Mariano Rajoy. Tuvieron que pasar ocho años, una durísima crisis económica, y un lavado de cara hacia la moderación por parte de Rajoy a partir de 2008, para recuperar el poder en 2011, otra vez con mayoría absoluta.

En resumen: parece claro que al PP le va mucho mejor cuando se modera y que se desinfla al radicalizarse, porque pierde apoyos en el centro y pierde además posibles socios parlamentarios entre los partidos nacionalistas. Así pues: ¿cuál es el interés de radicalizarse? Por un lado, tenemos la pulsión autoritaria que conlleva casi siempre el rodillo parlamentario de contar con mayoría absoluta, que no es una pulsión privativa del PP, sino de cualquier partido, pero que en el PP puede llevarles a "tirarse al monte" de la derecha más dura. Por otro lado, tenemos el enorme peso específico de Madrid y la Comunidad de Madrid como contrapeso histórico del PP desde el año 2004, cuando Rajoy pierde las elecciones. Desde ese momento, Esperanza Aguirre se convierte en un alter ego posible del PP y de Rajoy, más escorada a la derecha y mejor conectada con los medios de comunicación afines a la derecha española, que también son fundamentalmente madrileños (como los de la izquierda, por otra parte). Lo mismo que le sucedería después a Pablo Casado, y ahora puede pasarle a Núñez Feijóo, con Isabel Díaz Ayuso: la derecha madrileña marca agenda y tiene un peso específico mucho mayor que el que le correspondería por criterios demográficos y económicos (y eso que éste ya es significativo).

Foto: Gustavo Valiente/EP

Por otra parte, la opción esencialista es defendida por aquellos que ven el peligro de perder el voto de la ultraderecha y la derecha más reaccionaria, tradicionalmente integradas en el PP. Un peligro que nunca había llegado a sustanciarse hasta que en 2018 apareció Vox y dividió aún más el voto de la derecha española, que obtuvo 149 escaños en total, su peor resultado desde 2004. El líder del PP, Pablo Casado, nunca tuvo una estrategia clara para lidiar con el problema de Vox, oscilando entre arrebatos integristas indistinguibles del discurso de Vox y propósitos de enmienda centrista y de ignorar a este partido, que acabaron llevando a Casado a abandonar la presidencia del PP tras un motín de los barones territoriales de sendas tendencias, los "acomplejados" autonomistas y la lideresa de Madrid, capital y polo atractor del españolismo sin complejos.

Y tras ello hemos comenzado a ver que con Núñez Feijóo, un nuevo líder, de raigambre más bien autonomista, pero que sin duda ofrece una semblanza más solvente que Pablo Casado, Vox ha comenzado a desinflarse. O, al menos, a estancarse. Y también ha comenzado a tener problemas internos, fundamentalmente la espantada de Macarena Olona tras hacer el ridículo en Andalucía (primero hizo el ridículo en la campaña, y después electoralmente) y su posterior enfrentamiento con la cúpula. Todo esto tiene mucho mérito, porque Vox comenzaría a desinflarse en un contexto económico y político internacional que en realidad les es muy propicio. Con lo que cabría suponer que muchos de sus votantes no se fueron allí por su radicalización, o no sólo por ello, sino por descontento con el liderazgo del PP, y que ahora, aunque sea sin demasiado entusiasmo, vuelven al redil.

Habrá que ver si esto se confirma en sucesivas encuestas y, sobre todo, en sucesivas elecciones. De ser así, serían muy buenas noticias para los "acomplejados" del PP, aunque ya podemos atisbar en el futuro que en ningún caso esto cerrará su eterno debate entre tirarse al monte de la derecha o permanecer en posiciones más moderadas. El poder irradiador de Madrid es demasiado fuerte, y todo apunta a que en Madrid Núñez Feijóo tendrá un polo de poder alternativo, gobierne o no en España.

 

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