VALENCIA. 2016 será para muchos, siempre, el año de la muerte de Rita Barberá. Alcaldesa de la ciudad durante 24 años y en el momento de su muerte senadora no adscrita, fallecía de un infarto en un hotel en Madrid, sola. Aislada por los miembros de su partido, el PP, convertida en una proscrita desde que fue investigada dentro del caso Taula, Barberá estaba acusada de financiar de manera irregular a la formación popular. Despreciada por los jóvenes cachorros del PP y derrotada por la coalición de izquierdas que lidera Joan Ribó, Barberá veía como pasaba del cariño irreflexivo al odio visceral, y descubrió en sus propias carnes cuan cierto es esa frase de Somerset Maugham que decía que una fina línea, delgada como el filo de una navaja, separa el amor del odio, la vida de la muerte.
También ha sido el año de la llegada a La Moncloa de Mariano Rajoy, tras dos elecciones electorales. El fracaso de Pedro Sánchez y Podemos para articular una mayoría de izquierdas a nivel nacional ha permitido que el gallego sea designado presidente por segunda vez, en minoría y con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE, un partido roto. Con la economía en una cuestionable recuperación y el mundo sacudido por el ascenso de los populismos, con los triunfos del Brexit o Donald Trump, la Comunitat Valenciana concluye el año igual que lo comenzó: Mal financiada, sin televisión autonómica y con conflictos internos en todos los partidos políticos. El caos era esto.